Andrés Ayala
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Jesús, el burrito y la humildad
Cada año, en la conmemoración del "Domingo de Ramos", por toda la cristiandad se hacen reflexiones sobre la humildad de Jesús y de cómo, siendo el Hijo de Dios, entró en Jerusalén montado en un burrito. El burrito, animal de carga, la cría de asno montura de los pobres...
Ciertamente esas imágenes de inocencia casi infantil y de piadosa ingenuidad tocan nuestra sensibilidad. El corazón late con ternura contemplando la bella escena de Jesús rodeado por una multitud alegre, agitando palmas, dando gritos de júbilo "¡Hosana al Hijo del rey David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!" (Mateo 21.9)
No hay duda que esa idea de humildad apocada ha inspirado obras de arte, reflexiones y canciones durante dos milenios, pero ¿realmente Jesús quiso dar una lección de "humildad"? Siglos de beatería pueril han deformado el entendimiento cabal de las acciones del Maestro.
Primero, como Mateo lo deja bien claro, Jesús no estaba haciendo un acto modesto, sino cumpliendo las palabras del profeta Zacarías: Digan a la ciudad de Sión: “Mira, tu Rey viene a ti, humilde, montado en un burro, en un burrito, cría de una bestia de carga.” (Mateo 21.5; Zacarías 9.9) Al entrar en Jerusalén montado en un burrito, Jesús está diciendo explícitamente que él es el "Rey, justo y victorioso, pero humilde" que había de venir.
Segundo, desde tiempos inmemoriales el caballo fue el símbolo del poder militar y la autoridad de los reyes. Sin embargo, la tradición de Israel prohibía la entrada en la ciudadela de David montando a caballo, la ciudad de la paz no debía ser contaminada por un símbolo de guerra. Para ser coronado, el rey se dirigía al Atrio del Templo despojado de todo poder.
El Rey deseado y esperado, el Ungido del Señor, según la misma profecía de Zacarías dice: "destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén y los arcos de guerra. Anunciará paz a las naciones y gobernará de mar a mar, del Éufrates al último rincón del mundo." (Zacarías 9.10)
Tercero, y no por último, el burrito tenía en la religión de Israel un carácter simbólico particular, solamente los primogénitos del burro y el hombre debían redimirse (Éxodo 13.11-13). O sea, al montar en burro, Jesús estaba señalando que él era el Redentor anhelado, el Libertador de Israel.
No, Jesús no ejecutó un acto de modestia al entrar en Jerusalén, sino que abiertamente dejó ver que en él se cumplían todas las promesas de Dios (Zacarías 9.9-10; 2 Corintios 1.19-20); que el Príncipe de Paz llegó para ser coronado Rey del reino de los cielos (Isaías 9.6-7; 2.1-4; Lucas 4.18-19; Apocalipsis 11.15); y que el Redentor había llegado y cumpliría su obra (Mateo 21.1-9; Gálatas 4; Juan 19.30).
Jesús ya consumó su obra. El reino eterno, la Iglesia, ya se ha establecido, el Rey está reinando, y ha redimido un pueblo celoso de buenas obras que manifiesta la luz divina en este mundo de tinieblas. Jesús el es Príncipe de paz, que montó el burrito para dirigirse a su coronación como Rey del reino de los cielos, humilde por saber que hacía, en todo, la voluntad del Padre. ¡Jesucristo reina!
Siervo de ustedes en la fe, la esperanza y el amor,
Andrés.