"No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo." Mateo 7.21
Sin importar cuáles sean las dificultades y tribulaciones que nos toquen vivir, todos nosotros confiamos de manera intuitiva en que existe una solución. De niños nos resultaba muy sencillo. Pero a medida que fuimos entrando en el sofisticado mundo de los adultos dejamos de confiar y empezamos a inventarnos excusas.
Aprendimos a repetir mecánicamente que Dios es amor y que su voluntad para nuestras vidas es el bien. Sin embargo, no dudamos en atribuirnos todos los bienes de la vida y consolarnos con resignación llamando a los males que nos sobrevienen la “voluntad de Dios”. En lo más íntimo de nuestros corazones, sabemos con total certeza que la vida y la armonía son inseparables.
"Porque no son justos ante Dios los que escuchan la Ley, sino los que la cumplen." Romanos 2.13
Neguémonos a tolerar algo menor que la plenitud de Dios en nuestras vidas. Podemos, todos nosotros, gozar aquí y ahora de una vida una feliz y alegre, pero para hacerlo, debemos enfrentar los acontecimientos que nos sobrevengan con la absoluta confianza de que, sin importar cómo se presenten, Dios está presente en ellos. ¿Estamos dispuestos a percibir la voluntad de Dios?
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