“Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; entonamos cantos fúnebres, y ustedes no lloraron.” Mateo 11.17
Los seres humanos somos, por naturaleza, difíciles de complacer. Si tenemos algo blanco, queremos algo negro; si nos ofrecen algo frío, queremos que esté caliente. De la misma manera recibimos el mensaje del Evangelio: si es muy exigente para nosotros, queremos adaptarlo a nuestros deseos; si, en cambio, anuncia un amor ilimitado, entonces queremos restringirlo y convertirnos en jueces de los propósitos divinos.
Los líderes judíos y las personas que los siguieron no eran muy diferentes. Para ellos, Juan había sido muy estricto y exigente, denunciando sin temor el pecado y pidiendo un arrepentimiento sincero. Luego vino Jesús anunciando la gracia incondicional, el amor y la reconciliación de Dios, y fue considerado demasiado blando, amigo de pecadores y prostitutas. "Pero a la sabiduría la reivindican sus hijos".
El Evangelio no es un mensaje para quienes se consideran autosuficientes, satisfechos y sabios a sus propios ojos. Para estas personas, Juan y las duras exigencias de la ley divina son algo fácil. Para estas personas, Jesús y su amor inagotable son innecesarios. La buena nueva de gracia y perdón es para quienes se reconocen pecadores, pobres y depuestos; a estas personas llama a Cristo y les anuncia: "Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar".
"El Padre me ha entregado todas las cosas, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar." Mateo 11.27
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