"Por tu amor, oh Dios, ten compasión de mí; por tu gran ternura, borra mis culpas. ¡Lávame de mi maldad! ¡Límpiame de mi pecado! Reconozco que he sido rebelde; mi pecado no se borra de mi mente". Salmos 51.1-3
Frecuentemente no nos damos cuenta que nuestra necesidad y búsqueda de perdón divino se debe a que nos aferramos al pasado, recordamos constantemente nuestras fallas y las rumiamos en nuestros corazones, en lugar de dejarlas atrás, comenzar de nuevo y quitar el pasado de nuestros pensamientos. Si anhelamos experimentar el perdón, primero debemos perdonarnos a nosotros mismos, y recibir el don de la restauración divina en nuestra propia mente.
Además de la experiencia del perdón divino, de la gracia, necesitamos perdonarnos a nosotros mismos para vivir la regeneración y gozar de un corazón limpio y un espíritu recto. Insistir en el pasado, en la culpa, en los tropiezos, no es humildad, sino un orgullo enfermizo que se cree tan especial para no ser alcanzado por el infinito amor perdonador. Al olvidarnos de nosotros mismos, soltando la culpa, y aprendiendo a recibir el regalo gratuito del perdón divino, nuestro corazón y nuestra mente se abren a la experiencia de una vida transformada.