viernes, 31 de julio de 2020

Los que confían en el Señor

"Los que confían en el Señor son semejantes al monte Sión, que jamás se mueve, que siempre está en su lugar." Salmos 125.1

Llamamos a las Escrituras "la palabra de Dios", pero ¿realmente creemos eso? Para ser sinceros, la mayoría de nosotros relegamos la Biblia, sus historias, sus preceptos y sus promesas a un segundo plano en nuestra vida cotidiana. Afirmamos que el cristianismo se ha vuelto prácticamente irrelevante o, lo que es peor, que ha sido usurpado por fanáticos y falsificadores, pero no hacemos nada para remediarlo siguiendo el camino de Dios.

Entre las luchas diarias, las alegrías, las dificultades, los triunfos, las derrotas, las dudas... rara vez nos detenemos para ver la voluntad de Dios en todo. Si las cosas van bien, tomamos crédito por eso. Si las cosas salen mal, nos quejamos de Dios. Si, como dijimos antes, le diéramos a la palabra divina su verdadera importancia, sabríamos por fe que nada escapa a la voluntad divina y que la voluntad de Dios es siempre el bien de toda su creación. "Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito" (Romanos 8.28).


En Cristo, Dios nos anuncia su palabra compasiva y restauradora; para el Padre somos tesoros invaluables, perlas preciosas. Los que confían en el Señor, confían en su palabra. En Cristo, Dios nos muestra su amor infinito e incondicional; Envió a su Hijo unigénito a buscar y salvar lo que se había perdido. Los que confían en el Señor, confían en su amor. En Cristo, estamos a salvo como hijas e hijos de Dios, herederos del reino de paz, amor y libertad. Los que confían en el Señor permanecen para siempre. "Son también semejantes a Jerusalén que está rodeada de montes: ¡la protección del Señor rodea a su pueblo desde ahora y para siempre!" (Salmos 125.2).

viernes, 24 de julio de 2020

Gloria

"Pero gracias a Dios ustedes ahora son de Cristo Jesús, a quien Dios ha constituido como nuestra sabiduría, nuestra justificación, nuestra santificación y nuestra redención, para que se cumpla lo que está escrito: «El que se gloría, que se gloríe en el Señor.»" 1 Corintios 1.30-31

La actual crisis sanitaria que vive el mundo nos ha dejado bien patente que todo aquello en que los humanos confiamos para nuestra seguridad sirve poco y nada a la hora de la verdad. Superpotencias y países subdesarrollados; poderosos y marginados; ricos y pobres; todos a merced de la pandemia. 

El pecado es una pandemia más universal que el coronavirus: extendido en el tiempo y espacio, tanto así que afecta, ha afectado y afectará a cada ser humano, y sus consecuencias son devastadoras. Contra la virulencia del pecado, sus efectos y consecuencias, son todavía más inútiles los recursos del orgullo humano. 

Nuestra ciencia, nuestra moral, nuestra religiosidad, ni cualquiera de las glorias humanas son efectivos contra el mayor mal de la humanidad. Es por eso que Dios, en su inmenso amor y compasión, nos dió el único remedio eficaz, su Hijo Jesucristo: "poder de Dios, y sabiduría de Dios" (1 Corintios 1.24) ¡Él es nuestra gloria! 


viernes, 17 de julio de 2020

Buena y abundante cosecha

"Tú, Dios de nuestra salvación, nos respondes con grandes actos de justicia. En ti esperan los confines de la tierra y los mares más remotos." Salmo 65.5

En toda la cristiandad, confesamos nuestra fe diciendo: "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Pero la verdad es que, en los últimos siglos, esa expresión ha perdido fuerza y ​​significado para la mayoría de nosotros. En el mejor de los casos, lo consideramos una declaración poética, si no una declaración mítica, infantil y primitiva. Sin embargo, la palabra divina continúa afirmando que Dios es el creador, el mantenedor y el consumador de todo lo que existe.

La misma palabra poderosa que creó el Universo, Dios la continúa pronunciando para nuestro bien. En nuestro caos, trae orden. En nuestra oscuridad, crea luz. En nuestra sequedad, produce vida. "Así como la lluvia y la nieve caen de los cielos, y no vuelven allá, sino que riegan la tierra y la hacen germinar y producir, con lo que dan semilla para el que siembra y pan para el que come, así también mi palabra, cuando sale de mi boca, no vuelve a mí vacía, sino que hace todo lo que yo quiero, y tiene éxito en todo aquello para lo cual la envié." Isaías 55.10-11


Ciertamente es Dios quien me suministra "abundante y diariamente con todo lo necesario para el cuerpo y la vida; me protege de todos los peligros y me guarda de todo mal". Aún más, es Dios quien diaria y constantemente nos llama a través de su Palabra encarnada, el Hijo de Dios, Jesucristo, para que, creyendo en él, no perezcamos, sino que tengamos vida eterna. Es en Cristo, y a través de él, "sembrador y simiente", que Dios nos promete y efectivamente nos da perdón, paz y vida abundante. Es a través de Cristo, y solo a través de él, que somos reconciliados con el Padre y adoptados como hijas e hijos de Dios, herederos de todo bien divino. Dios Padre nos creó y nos conoce. Dios Hijo nos ama y nos ha salvado. Dios Espíritu Santo nos santifica y nos llena de vida, esperanza y alegría.

viernes, 10 de julio de 2020

¿A quién pertenezco?

"Porque en [Cristo] habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y en él, que es la cabeza de toda autoridad y poder, ustedes reciben esa plenitud." Colosenses 2.9-10

Se cuenta que el rey de Prusia, al visitar una escuela rural, cuando los niños habían dicho que toda cosa pertenece a uno de los tres reinos: mineral, vegetal o animal, les preguntó: - Y yo, ¿a cuál reino pertenezco? Los niños no hallaban cómo contestar a esta pregunta; pero una graciosa niña resolvió la dificultad contestando: - Su Majestad pertenece al reino de Dios. El rey quedó muy contento con la viveza de la niña y profundamente emocionado por la verdad que ella había expresado.

Con frecuencia nos preguntamos quién realmente gobierna el mundo y sus acontecimientos. Muchas de las circunstancias que oímos, aprendemos o vivimos nos hacen dudar de que un Dios amoroso creó y gobierna el universo entero, más bien nos inclinamos a pensar que no hay Dios y estamos a la deriva o, peor aún, que Dios abandonó este mundo al poder de las fuerzas del mal. En el fondo, queremos transferir a Dios nuestra propia maldad y pecado. ¿A qué reino pertenecemos nosotros?


El apóstol Pablo nos enseña, y nos exhorta a reconocer y confiar, que Cristo ha vencido y reina poderosamente. En Cristo estamos completos y hemos sido librados de los poderes del reino de la oscuridad. "[Dios] nos ha librado del poder de la oscuridad y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados." Colosenses 1.13-14

viernes, 3 de julio de 2020

La palabra de Dios infunde vida

"Señor, ¡mira cuánto amo tus mandamientos! ¡dame vida, conforme a tu misericordia! La verdad es la esencia de tu palabra, y tus juicios son siempre justos." Salmo 119.159-160

El tiempo, las circunstancias, el trabajo diario, la política, la pandemia global y un largo camino por recorrer, son capaces de poner fin a la paz de cualquiera. Sin embargo, todo esto es ilusión; nos afecta porque nosotros mismos le damos el poder de afectarnos. Si confiamos en Dios y en sus promesas, nuestros corazones estarán en paz y, desde adentro, la paz se manifestará en nuestros pensamientos, palabras y acciones.


Nuestra era ha descuidado la lectura y la comprensión de las Sagradas Escrituras. El fundamentalismo distorsiona las Escrituras para apoyar el fanatismo y la ignorancia. El humanismo progresivo desprecia la Biblia como una colección de textos oscuros y primitivos. Ambas posiciones usurpan la autoridad de Dios y exigen obediencia idólatra. Sin embargo, Dios no cambia, y su palabra sigue siendo un testimonio efectivo y una proclamación de su amor incondicional, su infinita misericordia y su buena voluntad hacia toda la humanidad.

Creer en el Señor, escuchar su palabra, obedecer su voluntad eterna nos pondrá en confrontación directa con los fundamentalistas y progresistas, con la derecha y la izquierda, con los de arriba y de abajo, aún peor: "los enemigos del hombre serán los de tu propia familia". Sin embargo, Dios permanece fiel, justo y verdadero; en Cristo nos dio una nueva vida, una nueva vida creada, fortalecida y multiplicada por promesas divinas. El amor tierno y leal de Dios, manifestado en su Hijo Jesucristo, se nos ofrece incondicionalmente a través de su palabra. "Felices los que leen las palabras de esta profecía y felices los que escuchan y guardan lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca" (Apocalipsis 1.3).