martes, 29 de diciembre de 2015

Prueben y vean...

Ciertamente podemos aprender mucho acerca de la oración por medio de la lectura de las Escrituras y del testimonio de aquellos que la han experimentado. Sin embargo, conocer algo acerca de la oración no es conocer, y menos aún experimentar, la oración en sí. La verdad es que el único camino para crecer en la oración es orar.


"Plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete." Romanos 4.21

La siguiente es una sugerencia de cómo empezar. A lo largo de un día completo pensemos, hablemos y actuemos como lo haríamos si estuviésemos completamente convencidos de la total validez de las verdades de la fe, de que Dios posee todo el poder e infinita inteligencia, y que su naturaleza es en sí misma bondad y amor. 

Perseverar en la atención de la presencia de Dios de esa manera todo un día será lo más difícil, porque el pensamiento es muy voluble. Hablar en armonía con la verdad es bastante fácil si estamos atentos. Actuar de forma congruente es la parte más fácil, si bien requiere de nuestra voluntad y coraje. 

viernes, 25 de diciembre de 2015

Un niño nos ha nacido

La fulgurante verdad se revela en lo pequeño 
y, sin pompa, reúne lo alto y lo bajo.


La imperecedera Luz brilla en el rostro de un niño,
el triunfo del espíritu es la sencillez de la brisa.
Los ángeles del cielo no pueden guardar silencio,
todas las naciones escuchan exultantes,
el mundo se regocija con la buena noticia
y la gloria resplandece en la humildad.

Un tierno infante es la herencia eterna
que por infinitos días garantiza
una eterna alianza de amor:
La Ley del cielos es la la Ley del corazón,
la Luz eterna nace del interior.

martes, 22 de diciembre de 2015

En quietud y confianza

"Vuelvan, quédense tranquilos y estarán a salvo. En la tranquilidad y la confianza estará su fuerza." Isaías 30.15

Cuando las dificultades de la vida se hacen presentes, casi naturalmente la agitación y el desasosiego ganan todo el campo de nuestra experiencia. Sin embargo, Dios nos invita a ver las cosas de modo diferente, a confiar en él en la calma de la quietud. La oración es, en su más profundo significado, descansar en Dios...


Dejemos nuestros afanes y preocupaciones a un lado y quedémonos tranquilos por un momento, dejando que las cosas simplemente sean lo que son. No es necesario forzar una actitud o centrarnos en algún tipo de pensamiento, sino tan sólo quedarnos tranquilos, reposar. La Biblia dice, en el Salmo 46.10: "¡Aquiétense! y reconozcan que Yo soy Dios".

La oración interior consiste en contemplar en lo profundo del corazón aquello que Dios es. Se trata de centrar la atención en algunas de las cosas que sabemos acerca de Él; que está presente en todo lugar; que nos conoce perfectamente; que nos ama y le importamos. Leamos unos versículos de la Biblia, o un pasaje de algún libro espiritual que nos inspire.

Durante ese periodo de silenciosa contemplación es importante no pensar acerca de nuestros problemas o necesidades, sino dar toda nuestra atención a Dios. En resumen, no intentemos resolver nuestros problemas directamente (usando la fuerza de voluntad, o planeando soluciones) sino más bien descansemos en la plenitud de la naturaleza de Dios.

Luego, con toda confianza, pidamos lo que necesitemos, con total tranquilidad, como quien sabe estar pidiendo por algo a lo que se tiene derecho. Demos gracias al amoroso Padre celestial por sus bendiciones sobreabundantes, como lo haríamos si alguien nos diera un presente. Jesús enseñó la clave de la oración eficaz: "... todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo recibirán." Marcos 11.24

viernes, 18 de diciembre de 2015

Pruébese cada uno a sí mismo

"Examínense ustedes mismos, para ver si están firmes en la fe; pónganse a prueba..." 2 Corintios 13.5

Sin importar si lo creemos o no, siempre manifestamos lo que tenemos habitualmente en la mente. Nuestra conciencia demuestra nuestra unidad con el espíritu de Cristo. ¿Qué clase de pensamientos tenemos habitualmente? Esa es una respuesta que sólo nosotros podemos dar, nadie más. Se trata sencillamente de examinar nuestras condiciones y ver qué estamos manifestando. Así de simple.


Si un matemático está empeñado en la solución de un problema, por ejemplo, él no dirá: “Me pregunto qué hubiera opinado Gödel de esto. Admiro a Gödel. Si mi solución no es como la de Gödel, no la ensayaré.” Tampoco dirá: “No consideraré esta idea porque viene de Croacia”. Será objetivo, e imparcial. Probablemente dirá: “Voy a probar esto y decidir en base a los resultados que obtenga”. Otras personas pueden darnos indicios y ánimo para emprender la vida espiritual, pero no pueden cambiar nuestros pensamientos o la forma en que percibimos la vida. El cambio es interior y personal. Nadie puede pensar por nosotros. La realización de la conciencia espiritual es totalmente personal.

"[...] les daré un nuevo corazón y un nuevo espíritu." Ezequiel 11.19

martes, 15 de diciembre de 2015

Providencia infinita

Dios creó todo en plenitud, por su parte no hay restricción para que podamos acceder a esa plenitud de energía divina en todas sus formas. No obstante, para fines prácticos, podemos obtener de esa fuente inagotable, únicamente de acuerdo a la medida de nuestro entendimiento, lo mismo que podemos sacar agua del océano, sólo dependiendo del tamaño del recipiente que usamos. Lamentablemente, la mayor parte de las personas nos conformamos con una medida muy pequeña.

Una simple anécdota sirve para ilustrar la forma en que Dios actúa. Un hombre estaba lavando su automóvil, ayudado por su pequeño hija que había asumido la tarea de suministrar el agua necesaria por medio de una manguera. De pronto, el pequeño exclamó: “Papá, no sale más agua”. El padre miró por encima y, viendo el problema, calmamente dijo: No hay problema, quita tu pie de arriba de la manguera.

En el fondo, ese es el origen y la causa causa de todos nuestros problemas, nuestras carencias y nuestros temores. Detrás de cada causa aparente, subsiste el mismo error primordial. Insistimos en ahogar con todo el peso del pie de nuestra mentalidad el canal de la providencia divina, y luego nos quejamos porque la provisión del "agua de la vida" no fluye.

"Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar. Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré." Salmos 23.5-6

viernes, 11 de diciembre de 2015

Hijos del diablo

La existencia de un archienemigo de Dios, un ser horrendo que se opone fieramente a los planes del Señor, ha sido la salvaguarda de los religiosos de todas las tendencias para desligarse de la responsabilidad de sus actos y decisiones. Si algo va mal en el mundo, el diablo tiene la culpa. ¿Hay un desastre natural? El diablo lo provocó. Y si las personas se levantan en oposición, se les llama “hijos del diablo”.


Jesús, durante su ministerio terrenal, tuvo serios enfrentamientos con las autoridades religiosas del judaísmo. Los líderes israelitas veían en el humilde Rabí de Galilea una seria amenaza a sus preciadas instituciones. En una de esas tantas confrontaciones, Jesús les llamó sin medias palabras “hijos de vuestro padre el diablo”. ¿Se refería Jesús a que esos dirigentes religiosos estuviesen poseídos por un ser sobrenatural que los empujaba a oponérsele? La respuesta es un rotundo no.

“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. […] Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.” Juan 8.39, 45.

Vemos en el desarrollo del diálogo que Jesús contrapone las “obras de Abraham” y los “deseo del diablo”, éstos son antagónicos e irreconciliables. Los judíos decían ser hijos de Abraham, pero se oponían a las obras del patriarca; en vez de eso querían hacer, poner por obra, los deseos del diablo.

Para dilucidar esa expresión, primero debemos aclarar qué se opone a las “obras de Abraham” que los mismos judíos tendrían que haber realizado para ser sus hijos.

Las obras de Abraham

De acuerdo al relato bíblico, Abram nació en Ur de los Caldeos (Génesis 11.28, 31), en Mesopotamia, en la desembocadura del río Éufrates, aproximadamente en el siglo XV a.C. Falleció en Hebrón y fue sepultado junto a su mujer en el campo que había adquirido de un hitita (Génesis 23.1-20).

La Biblia nos informa que Taré (Génesis 11.26) era de la décima generación descendiente de Noé, a través de Sem (1Crónicas 1.24-27), y sus hijos fueron Abram, Nacor y Harán. Este último, cuyo hijo fue Lot, murió en su ciudad natal, Ur y Abraham se casó con Sara, que además de ser su media hermana era estéril. Taré, el padre de Abraham, con sus hijos supervivientes y sus familias, marcharon entonces hacia Canaán, pero se asentaron en Jarán.

Tras la muerte de Taré, según relata el Génesis capítulo 12, cuando Abram tenía setenta y cinco años de edad, Jehová le ordenó salir de su tierra y que fuera «a la tierra que yo te mostraré», donde Abram se convertirá en Abraham, el padre un gran pueblo. De manera que Abraham emigró desde Jarán con Sarai y Lot y sus seguidores y rebaños, y viajaron hasta Canaán, donde, en el encinar de Siquem, Jehová le dio tierra a él y sus descendientes. En aquel lugar Abraham construyó un altar al Señor y siguió viajando hacia el sur hacía el desierto de Neguev (límite con Egipto).

Este hombre, un hombre común como cualquier otro nómada de su región, fue llamado por Dios. ¿Por qué Abram? Por ninguna razón especial, simplemente porque Dios quiso. Los designios del Señor son su propia razón. Jehová llamó a Abram porque así lo decidió, y Abram creyó a Aquel que le llamaba.

Fue la fe de Abraham lo que le permitió acceder a la plenitud de la promesa. Él creyó, aunque no hubiese ninguna razón externa que lo llevase a confiar. Contra toda esperanza él creyó y confió, esa fue su obra perfecta y su justificación.

“Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.” Génesis 15.6

“Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.” Romanos 4.3

Las “obras de Abraham”, entonces, eran la fe y la confianza personal en Dios y sus promesas. Esto era lo que los líderes judíos que se enfrentaban a Jesús no hacían, ni querían hacer. Ellos se gloriaban en ser descendencia de Abraham según la carne, sin embargo negaban la eficacia del llamamiento y la fe del patriarca.

Los deseos del diablo

En contraposición a la justicia de Abraham, nos encontramos con que los líderes religiosos judíos fueron acusados de querer hacer “los deseos de vuestro padre el diablo”. Esos “deseos”, nos ilustra la Escritura son producir muerte, engaño y destrucción. Veamos, por las Escrituras qué era aquello que los judíos querían realizar y produciría esos efectos tan devastadores.

“Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” Éxodo 19.3-6

“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.” 1 Corintios 15.55, 56

Como podemos ver el contraste entre las obras de Abraham, la fe y la confianza, y las obras del diablo, identificado con la guarda de la Ley. Los judíos religiosos deseaban justificarse ante Dios por las obras de la Ley, invalidando de esa manera la promesa. Esa justicia propia los apartaba [diaballw = separar, acusar] más y más de la voluntad del Señor.

Concluímos, pues, que la expresión “hijos del diablo” hace referencia a aquellas personas sujetas al ministerio de muerte representado por la Ley. Aquellos que, al contrario del justo Abraham, no creen en las promesas de Dios, sino buscan establecer su propia justicia.

“Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.” Gálatas 2.19

martes, 8 de diciembre de 2015

Milagros

"Hermanos, quiero que ustedes sepan algo respecto a los dones espirituales [...] Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos. Por medio del Espíritu, a unos les concede que hablen con sabiduría; y a otros, por el mismo Espíritu, les concede que hablen con profundo conocimiento. Unos reciben fe por medio del mismo Espíritu, y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía. A unos, Dios les da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas; y todavía a otros les da la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas. Pero todas estas cosas las hace con su poder el único y mismo Espíritu, dando a cada persona lo que a él mejor le parece." 1 Corintios 12.1, 7-11

En general, tanto para los adherentes cuanto para los detractores de la religión, la cuestión de los milagros es un punto clave. Sea para afirmar su indiscutible realidad, o para negarla con todo tipo de argumentos, no se concibe una religión sin señales milagrosas. Sin embargo, la definición popular de milagro es más bien equivalente a superchería, haciendo ver a los antagonistas como argumentadores pueriles y a los creyentes como orates.

¿Cuál es la definición de milagro? Es, básicamente, cualquier hecho que produce admiración y que se atribuye a la intervención divina. Dios es todo, lo invisible y lo visible; es Presencia, Inteligencia, y Poder; es todo. Este Uno, que es todo, es Vida Perfecta, Amor Perfecto y Sustancia Perfecta. El ser humano es la expresión individualizada de Dios y es siempre Uno con esta Vida Perfecta, Amor Perfecto y Sustancia Perfecta. Aquello que se suele llamar "milagro" es, en realidad, el resultado lógico de la unidad espiritual con Dios, el Creador de todo Bien.


Jesús entendió y manifestó de forma perfecta su unidad con Dios, con la Vida Universal. Con este conocimiento, con fe absoluta y en unidad con Dios, Jesús realizó a la perfección la verdad para cada situación. La Verdad interna manifestada, produce lo que se conoce como milagro, un hecho que produce admiración y que se atribuye a la intervención divina. Jesús expresó su potencial divino y buscó demostrar a la humanidad cómo expresar el nuestro también.

"Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy a donde está el Padre." Juan 14.12

viernes, 4 de diciembre de 2015

Llamados a fructificar

Si me doy cuenta que estoy infeliz, insatisfecho, posiblemente enfermo o sufriendo carencias, eso significa simplemente que estoy poniendo de manifiesto el hecho de no estar permitiendo que la voluntad de Dios se exprese libremente en mi vida, no estoy haciendo lo que Él me destinó que hiciera.



La disconformidad no es necesariamente una cosa mala. Es mi deber estar descontento con cualquier cosa menor que la completa armonía y felicidad. Una sana insatisfacción con la apatía, el fracaso o la frustración, es el incentivo necesario para superarlos. Sin importar mis circunstancias, nunca estaré satisfecho hasta responder al llamado divino.


"Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca." Juan 15.16


Esa llamada es, en el más pleno de los sentidos, la llamada de Dios, y cuando Dios me llama a Su servicio, Él provee todo lo necesario para atender al llamado. Sea lo que fuere que necesite para responder a la vocación divina, Él lo suplirá abundantemente, si pongo Su voluntad en primer término.


"Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas." Mateo 6.33

martes, 1 de diciembre de 2015

El cielo y el infierno

Las ideas del cielo y el infierno llenan la mente y el discurso de los cristianos. El cristianismo adolece de un medievalismo incurable. El mensaje diáfano de Jesús, tan centrado en la vida cotidiana, se transformó en una preparación para la muerte. El reino de Dios, que para Jesús es aquí y ahora, se transfirió a una realidad etérea; y para quien no coincidiese... bien, se prometió un lugar terrible.


"La venida del reino de Dios no es algo que todo el mundo pueda ver. No se va a decir: “Aquí está”, o “Allí está”; porque el reino de Dios ya está entre ustedes." Lucas 17.20-21

Cada persona puede crear su propio cielo o su propio infierno aquí en la tierra, en su vida diaria, según sus actitudes. La idea de que las personas puedan ser arrojadas a un fuego eterno para ser torturadas no es compatible con un Dios de amor. Las personas crean sus propios infiernos, y su "castigo", en sus propios pensamientos de dolor, resentimiento, angustia, miedo, envidia, odio o cualquier otro tipo de pesar.

El pecado es nuestra separación de Dios, el Bien, en la conciencia. La salvación es algo actual, no algo que sucede después de la muerte. Ella tiene lugar cada vez que apartamos nuestros pensamientos del temor, la ansiedad, la preocupación y la duda y tenemos pensamientos de amor, armonía, gozo y paz. La “caída” tiene lugar en la conciencia cada vez que caemos en el hábito del pensamiento negativo.

¿Cómo podría el Dios de Amor crear un lugar como el infierno? Si Dios es bueno y compasivo, si está presente en todas partes, ¿dónde podría existir el infierno? El infierno sólo puede existir en nuestra propia mente, cuando en ella reinan los pensamientos y las emociones negativas. Algunos se preguntarán: Si esto es verdad, ¿por qué Dios permite que ocurran cosas terribles en el mundo? 

El infierno no es un castigo eterno por la maldad. Dios no puede castigar ni causarle ningún daño a nadie; Dios solamente conoce la Perfección, el Bien y la Bondad. Es nuestra propia actitud, nuestra propia ignorancia de la Verdad la que nos causa los males que podamos experimentar. Si en nuestras vidas nos esforzamos por vivir y ver el Bien en la creación, nuestro prójimo, en todas las cosas y en todas las condiciones, pasamos a experimentar condiciones "divinas", el cielo, en nuestras vidas.

"Cuando el rey entró a ver a los invitados, se fijó en un hombre que no iba vestido con traje de boda. Le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí, si no traes traje de boda?” Pero el otro se quedó callado. Entonces el rey dijo a los que atendían las mesas: “Átenlo de pies y manos y échenlo a la oscuridad de afuera. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.” Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos." Mateo 22.11-14

Dios nunca nos castiga por nuestros pecados; son nuestros pecados los que nos castigan. Nuestros pensamientos, emociones y actos negativos, simplemente tienen consecuencias negativas en nuestras propias vidas. El cielo y el infierno son estados de conciencia, no sitios geográficos. Nosotros creamos nuestro propio cielo o infierno aquí y ahora por nuestros pensamientos, palabras y acciones.

Jesucristo, el más grande Maestro espiritual que el mundo ha conocido, vino a enseñarnos un método de pensamiento y una forma de vivir que nos conducen a un sentido de vida con la Omnipresencia de Dios y a experimentar el Bien en todo lo creado, como muy claramente lo expresa el texto citado antes: "el reino de Dios ya está entre ustedes."

viernes, 27 de noviembre de 2015

Desde toda la eternidad


Poseo la sabiduría infinita, tesoro de los siglos,
nacido antes de la propia eternidad.

Manifiesto mi valor, mi osadía,
y respondo las inquisiciones:
Soy, estoy, y todo lo veo al instante...
¡Sólo es necesario callar!
Los infinitos mundos que en sí
son uno y lo mismo, están en mí.
El fundamento de la Vida es la presencia.
Uno, no múltiple... y en ese uno me uno
al coro de las estrellas de la aurora.
Mi nombre es celestial, mi Padre me ama.

Nacido antes de la propia eternidad
estoy aquí para manifestar la luz del amor.

martes, 24 de noviembre de 2015

El pecado, la enfermedad y la muerte

"Uno es tentado por sus propios malos deseos, que lo atraen y lo seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte." Santiago 1.14-15

El pecado no es provocado por malos espíritus o fuerzas demoníacas, es el resultado de la ignorancia de la Verdad. El concepto de "pecado" proviene un término griego (ἁμαρτία) aplicado a la arquería que que se traduce usualmente como "fallar al blanco", "error trágico", o "error fatal". Podemos decir que "pecamos" cuando "fallamos en el blanco" de no alcanzar nuestra más alta vocación; cuando no expresamos la imagen de Dios en nosotros.
La enfermedad, y otras dificultades en la vida, aparecen cuando, consciente o inconscientemente, nos alejamos de nuestra armonía con Dios. Es fácil querer quitarnos nuestra responsabilidad recurriendo a espíritus del mal, pero lo cierto es que experimentamos las consecuencias de nuestros propios pensamientos, palabras y acciones.

"Por eso, habiendo recibido a Jesucristo como su Señor, deben comportarse como quienes pertenecen a Cristo, con profundas raíces en él, firmemente basados en él por la fe, como se les enseñó, y dando siempre gracias a Dios." Colosenses 2.6-7

La muerte del cuerpo físico es tan sólo una de las experiencias del desarrollo espiritual del alma humana. La Vida es continuidad, y nunca cesa en realidad. Como seres espirituales que somos, nunca morimos, tan sólo cambiamos de dimensión de existencia.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Dios es Todo en todos

Todo lo que existe -visible o invisible- es una expresión de Dios. Dios, la actividad divina, es todo cuanto existe en el Universo. Dios es la Inteligencia Creativa del Universo, es el Principio fundamental de todo. Cuando andamos en la Verdad, y vivimos de acuerdo a ella, vemos a Dios en todas las cosas. 

Dios está presente en todas partes, en todas las cosas, y lo abarca todo, entonces, Dios está presente en nosotros también. Puesto que Él existe eternamente, nada está separado de su Presencia. Así, todas las cualidades divinas también están presentes en todo.

Dios es la Vida universal, es Sabiduría, Amor, Verdad, Entendimiento, Paz y Bondad perfectos. Si Dios, si todo Él es y está en nosotros, entonces sus cualidades espirituales también se encuentran en nosotros.

Todos conocemos el texto de Génesis 1.26: "Y Dios dijo: «Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen. Él tendrá poder sobre los peces, las aves, los animales domésticos y los salvajes, y sobre los que se arrastran por el suelo.»". Aunque muchas veces no lo percibamos, existe una dimensión no-física, en cada uno de nosotros, que está dotada de todos los atributos y dones divinos.


Nuestra vida, con todos sus desafíos, nos brinda una oportunidad única para descubrir y experimentar lo que realmente somos: seres espirituales teniendo una experiencia humana. Nuestra verdadera identidad es ser la imagen de Dios, sus hijos e hijas.

"Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos. Por eso, los que son del mundo no nos conocen, pues no han conocido a Dios." 1 Juan 3.1

Al empezar a percibir que pertenecemos a la Luz (eso que llamamos despertar espiritual) la vida toma una nueva y amplia perspectiva. Comenzamos a darnos cuenta que vivimos en un universo que en realidad es "amistoso" para con nosotros. Adquirimos la fuerza y las habilidades para ver la vida como una experiencia satisfactoria y significativa, que nos da también la oportunidad de ser una fuente de bendición para los demás.

Al tomar conciencia de nuestra posición como hijos e hijas de Dios, empezamos también a obtener respuestas para todos nuestros interrogantes y comenzamos a encontrar las soluciones adecuadas para todos nuestros problemas. De esta manera, pasamos a vivir siempre con una gran expectativa de la realización del bien en nuestras vidas y en la de nuestro prójimo. Vivimos así en una comunión más profunda y consciente con la Fuente de Todo Bien en nosotros, que es Dios.

martes, 17 de noviembre de 2015

Principios espirituales


"Y ahora, hijos míos, escúchenme; sigan mi ejemplo y serán felices. Atiendan a la instrucción; no rechacen la sabiduría. Feliz aquel que me escucha, y que día tras día se mantiene vigilante a las puertas de mi casa. Porque hallarme a mí es hallar la vida y ganarse la buena voluntad del Señor; pero apartarse de mí es poner la vida en peligro; ¡odiarme es amar la muerte!" Proverbios 8.32-36

Sea que lo sepamos o no, existen leyes o principios espirituales que son universales. Esas leyes espirituales son aplicables a todas las personas, en todos los lugares, y en cualquier tiempo. Si vivimos en armonía con dichas leyes manifestaremos la armonía en nuestras vidas. Porque Dios nos ha dotado naturalmente de la fe, la razón, la libre voluntad, la conciencia y el amor para ser expresados en cada aspecto de nuestras vidas, especialmente en nuestras creencias religiosas.

"Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos." Hebreos 11.1

La fe ciega e irreflexiva, que no es fe en modo alguno, no alcanza a percibir el perfecto orden del Universo divino. Dios ha establecido principios espirituales sólidos y eternos como Él mismo que, como toda ley universal, solamente se comprueban con la práctica. Cuando intentamos poner en práctica los principios divinos, y buscamos vivir de acuerdo con ellos, comienzan a manifestarse inevitablemente cambios positivos en nuestra vida, en nuestras relaciones y nuestra percepción de todo cuanto existe.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Contentamiento

"Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre." Juan 15.16

Cuando nos vemos a nosotros mismos como seres limitados, infelices, insatisfechos, enfermos o empobrecidos, en resumen, un fracaso, eso se debe sencillamente a que fallamos en ver correctamente la voluntad de Dios para nuestra vida,  o sea, no estamos manifestando el propósito divino para el cual fuimos creados.


El descontento no es malo en sí mismo. Una saludable disconformidad con la apatía, el fracaso o la frustración, es un incentivo vital para superar tales cosas. Es esencial para nuestra vida estar descontentos con menos que la plenitud de vida, armonía y felicidad que Dios desea para todos nosotros. El propósito de Dios no pude ser frustrado, porque somos manifestaciones de lo Divino, y nada puede satisfacernos hasta que llenamos la medida de nuestro llamamiento.

Esa vocación fundamental es la llamada de Dios, y cuando Dios nos llama a su servicio, el provee todo lo necesario. Lo que sea que necesitemos para responder plenamente a la llamada divina, Él lo proveerá todo, si fijamos nuestra mirada espiritual en su infinitud y no en nuestra limitación.

"En su casa hay abundantes riquezas, y su generosidad es constante." Salmos 112.3

martes, 10 de noviembre de 2015

Anhelos del corazón

Una frase muy usual en el ámbito cristiano dice: “Dios tiene un plan maravilloso para cada persona, tiene uno para ti también.” El mayor desafío de nuestra vida, el único que real, es encontrar la vocación divina en nuestra vida. Si la misma es escuchada, todo lo demás en nuestra vida tomará su lugar naturalmente.


Dios no nos creó aleatoriamente, sin propósito. Todo el Universo es una unidad, o sea, observamos en él una armonía unificada, un propósito inteligente. Es imposible, por lo tanto, que Dios hubiera creado seres espirituales como nosotros, sin tener un plan bien diseñado, un propósito especial para cada ser humano. Cualquier lugar, tarea o circunstancia que pudiera ser, habrá solamente una persona que puede cumplirla a la perfección.

Sin embargo, podríamos preguntarnos ¿cómo hace una persona para encontrar su verdadera vocación en la vida? Existen algunos modos, por medio de los cuales podemos discernir. ¿Qué es lo que Dios realmente desea que hagamos? La respuesta está en el corazón, ese es el lugar secreto del Altísimo, en esa experiencia que identificamos como el anhelo de nuestro corazón. 

"Ama al Señor con ternura, y él cumplirá tus deseos más profundos." Salmo 37.4

El anhelo más profundo y secreto que resuena en el fondo del corazón, es justamente la misma cosa que Dios está deseando que hagamos o seamos por Él, con Él y en Él. Y el origen de ese deseo en el interior del alma, es la voz del propio Dios llamándonos a que te despertemos y vayamos hacia el lugar donde Él nos necesita.

viernes, 6 de noviembre de 2015

¿Qué quiero, mi Jesús?


¿Qué quiero, mi Jesús?...Quiero quererte, 
quiero cuanto hay en mí del todo darte 
sin tener más placer que el agradarte, 
sin tener más temor que el ofenderte. 

Quiero olvidarlo todo y conocerte, 
quiero dejarlo todo por buscarte, 
quiero perderlo todo por hallarte, 
quiero ignorarlo todo por saberte. 

Quiero, amable Jesús, abismarme 
en ese dulce hueco de tu herida, 
y en sus divinas llamas abrasarme. 
Quiero, por fin, en Ti transfigurarme, 
morir a mí, para vivir tu vida, 
perderme en Tí, Jesús, y no encontrarme.

* Calderón de la Barca

Mi profesión de fe

Algunos conocidos (y otros no tan conocidos) me han cuestionado varias veces sobre qué es lo que creo. Pues bien, aunque para algunas personas eso puede ser muy dudoso, yo me identifico plena y explícitamente cristiano, creo en el Principio de la Omnipresencia de Dios, considero que Dios es el Único Poder del Universo y que este Poder es Bien y Bondad; por lo tanto, creo que este Bien y esta Bondad se encuentra en todo y está siempre disponible para cada ser humano.

Gran parte de las personas, al observar la diversidad de seres y acontecimientos que nos rodean, llegan a sentirse confusas o escépticas. Caso todo el tiempo pensamos que la realidad es una constante lucha entre fuerzas en conflicto. Casi todos nos apresuramos a catalogar aquello que nos agrada como bueno, y lo que nos resulta desagradable lo calificamos como malo. Pero la verdad esencial es que sólo existe un solo poder en todo el Universo.

Yo creo que ese poder soberano que rige con sabiduría, armonía y, principalmente, amor, es aquel que llamamos Dios. El Universo entero posee un ritmo fluido de perfecta sincronía, nada sucede o existe por acaso. Todo coopera para el bien.

“Señor y Dios nuestro; tú mereces que te alaben, que te llamen maravilloso, y que admiren tu poder.” Apocalipsis 4.11

Yo creo y afirmo sin dudar que Dios es Vida. Dios no solamente vive y da la vida, sino que Él es Vida en sí mismo. Donde Dios está, allí hay vida, y viceversa. Muy poca gente expresa a Dios en una manera plena, simplemente por carecer del sentido de la vida.

La más genuina expresión de Dios como vida es la alegría. En realidad, la alegría es una fusión de la vida y el amor. Las Escrituras afirman: “Los hijos de Dios exultan de alegría”. Cuando nosotros pecibimos y nos abrimos a nuestra filiación divina, experimentamos la alegría de vivir.

"¡Vivan con alegría su vida cristiana! Lo he dicho y lo repito: ¡Vivan con alegría su vida cristiana!" Filipenses 4.4

Como cada ser humano, desde el principio de la historia, me he preguntado innumerables veces ¿cuál es el propósito de mi existencia? ¿Por qué y para qué vivo?

Estoy convencido de que el Universo es un todo unificado. Sólo hay una Mente universal, una Ley, una Sustancia, un Principio en el Universo, esa realidad fundamental que nosotros llamamos Dios. El propósito divino es el propósito universal, y el propósito de nuestra vida no le es ajeno.

"Dios es el único que vive para siempre, y vive en una luz tan brillante que nadie puede acercarse a Él. Nadie lo ha visto ni puede verlo. ¡El honor y el poder son de Él para siempre! Amén." - 1 Timoteo 6.16

Yo creo que la humanidad, más allá de las apariencias de separación, está completa e inseparablemente unida al Uno. Dios es Amor, Vida, Salud y Alegría, por lo tanto, el propósito de la vida humana, que es también el propósito de Dios, consiste en expresar el gozo de la vida.

En resumidas palabras, creo en la Omnipresencia de Dios, lo que significa que Dios está presente en todas los lugares, tiempos y circunstancias, sin excepciones. Si este principio es verdad (que Dios está siempre presente en todo y en todos) -y de hecho lo es- entonces, nada puede estar fuera de Dios, ni siquiera a propósito. Dios es Amor. Y el Amor de Dios brilla incondicionalmente para justos y pecadores, en la luz y en la oscuridad, en el llanto y en la sonrisa. Eso creo, e intento vivir en consecuencia.

martes, 3 de noviembre de 2015

Causa y efecto


Los semejantes se atraen y se reproducen. Esa es una ley natural, lo cual significa que sea una verdad universal, aplicable en todo tiempo, lugar y circunstancia. Como dijo el Maestro Jesús: "no recogerás uvas de espinos o higos de cardos", y también:

"Así, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo..." Mateo 7.17

El mismo principio es aplicable a nuestros pensamientos, palabras y acciones. Aquello que sembremos, eso mismo cosecharemos, más tarde o más temprano. Pero siempre, de forma inmediata o después de cierto tiempo, lo semejante engendra lo semejante.

Al contrario del pensamiento popular, si observamos detenidamente, la ley de causa y efecto no es castigo. Si ponemos una mano sobre el fuego, nos quemaremos. Si bien eso causa dolor, no es castigo, es tan sólo una consecuencia natural, que bien entendida nos hace aprender a no meter la mano en el fuego. Así es con toda retribución natural, sufrimos porque tenemos una lección que aprender.

viernes, 30 de octubre de 2015

En este mismo lugar


Emprendo este camino
sin mapa ni compás.
Cada paso es volver
al mismo lugar.

Para sortear la montaña
me despojo de todo haber.
No hay en el peso del
pasado nada para hoy.

Atravieso el río,
me despojo de hacer.
¿Qué tiene este día
que no haya sido siempre?

Y el mar inmenso asusta.
Me despojo de ser,
para encontrarte a Ti
que nunca te fuiste.

martes, 27 de octubre de 2015

Conservar la integridad


La integridad espiritual, la entereza de lo más profundo de nuestro ser, es la única cosa que importa. Por esa razón Jesús enfatiza que ningún sacrificio puede ser considerado demasiado grande para asegurar la integridad de nuestra alma. Cualquier cosa que ponga en riesgo la integridad espiritual debe ser reconocida, rechazada y abandonada, incluso si eso produce malestar en nosotros.

"Así pues, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. 30 Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtatela y échala lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo vaya a parar al infierno." Mateo 5.29-30

Cualquier cosa que se interponga entre nosotros y nuestra verdadera comunión con Dios, el bien siempre presente; sea un vicio, un viejo rencor sin perdonar, la codicia por las cosas de este mundo, debe "ser arrancado". Esas cosas, que son tan obvias, son fáciles de identificar y abandonar si lo deseamos. Pero existen otras, tanto o más perniciosas, que son más sutiles como el orgullo espiritual, las santurronería y el egoísmo que se levantan como barreras inexpugnables a la hora de salvaguardar nuestra integridad espiritual.

Las palabras de Jesús encienden nuestra susceptibilidad, especialmente porque muy dentro nuestro sabemos bien lo que significan. Nuestro deseo de atesorar la maldad es tan grande que nos ocultamos tras la dureza de las palabras para excusarnos y no cambiar. No nos engañemos, sin abandonar lo  que se interpone a la plena comunión con Dios nuestra vida se empobrece y finalmente perece en "el infierno."

viernes, 23 de octubre de 2015

Cuidemos los pensamientos

"Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio.” Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón." Mateo 5.27-28

En este conocido pasaje, Jesús enfatiza el principio espiritual fundamental, que el mundo en general desconoce, que lo que realmente importa es el pensamiento, lo que tenemos "en el corazón". Las personas suponen que, siempre que sus acciones se ajusten a la ley, han cumplido razonablemente con la norma moral, y que sus pensamientos y sentimientos son un asunto sin consecuencia. Pero, el tipo de pensamiento que nosotros permitimos se haga habitual, más tarde o más temprano se expresará en acción. 

"[...] uno es tentado por sus propios malos deseos, que lo atraen y lo seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte." Santiago 1.14-15

La consecuencia lógica de este principio debería llamarnos la atención. Significa que si mantenemos pensamientos codiciosos por el dinero o las propiedades de otra persona, somos ladrones, aunque todavía no hayamos echado mano del botín. El adúltero en el corazón se está corrompiendo espiritualmente aunque su pensamiento impuro nunca se materialice. "Los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio", cuando los abrigamos en la mente, llevan el consentimiento del corazón, y este consentimiento es la malicia del pecado.

"Cuida tu mente más que nada en el mundo, porque ella es fuente de vida." Proverbios, 4.23

martes, 20 de octubre de 2015

Llegar a un acuerdo

"Si alguien te lleva a juicio, ponte de acuerdo con él mientras todavía estés a tiempo, para que no te entregue al juez; porque si no, el juez te entregará a los guardias y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo."  Mateo 5.25-26

Jesús enfatiza en estas palabras otro aspecto su consejo de “vigilar y orar”. Siempre resulta más sencillo sortear una dificultad si la enfrentamos apenas aparece de lo que será después de que el problema haya echado raíces en el corazón. En el momento que la contrariedad se presenta, afirmémonos en la verdad, no dándole oportunidad de hacer mella. Además, cuanto mayor atención le damos a una dificultad, ella se cuela hasta las profundidades de la mente, y cuanto más se enfatiza, tanto más difícil será liberarse de la misma.

El Maestro, cuando se proponía destacar un punto relevante, empleaba una imagen de la vida cotidiana. En aquellos tiempos, la ley que se aplicaba a los deudores era muy severa. Cuando un hombre endeudaba, le convenía llegar, lo más rápido posible, a un acuerdo con su acreedor. Inclusive en nuestros días es preferible para un deudor evitar que su caso llegue a la corte.

Llegando a un acuerdo con el adversario mientras aún estamos de camino, es decir, corrigiendo nuestra percepción espiritual inmediatamente en lo que respecta a alguna dificultad, no incurrimos en “litigios” y la transacción permanece simple.

Es posible que al abrir el correo esta mañana nos encontramos una mala noticia. La mayor parte de la gente, en tal caso, se llenaría con pensamientos pesimistas, anticipando toda clase de dificultad que pudiera aparecer. Como fuere, lo apropiado, apenas recibimos las malas noticias, es volver nuestra atención a Dios -el Dios esencial, como lo llama Meister Eckhart- y rehusarnos a perder la paz que gozamos en la unidad de espíritu. Si hacemos eso, perseverando con firmeza hasta que la paz de espíritu esté restaurada, encontraremos que en poco tiempo, de un modo u otro, el problema desaparecerá.

"Porque esto es lo que dice: «Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación.»" Romanos 10.13

viernes, 16 de octubre de 2015

El reencuentro

“Un hombre tenía dos hijos”… Con esas palabras, Jesús nos introduce en la tercera y última historia de las contenidas en el capítulo 15 de Lucas, que es el desenlace consecuente de los relatos precedentes. En las parábolas anteriores, hay un elemento activo (un hombre, una mujer) y otro pasivo (una oveja, una moneda). Pero, para responder plenamente al cuestionamiento de los religiosos, Jesús nos presenta una última historia en que todos sus actores son activos, todos tienen un rol. Así es el encuentro con Dios, una relación de personas que actúan libremente.

"Jesús contó esto también: «Un hombre tenía dos hijos, y el más joven le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca.” Entonces el padre repartió los bienes entre ellos. Pocos días después el hijo menor vendió su parte de la propiedad, y con ese dinero se fue lejos, a otro país, donde todo lo derrochó llevando una vida desenfrenada. Pero cuando ya se lo había gastado todo, hubo una gran escasez de comida en aquel país, y él comenzó a pasar hambre. Fue a pedir trabajo a un hombre del lugar, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Y tenía ganas de llenarse con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.” Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos. El hijo le dijo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo.” Pero el padre ordenó a sus criados: “Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el becerro más gordo y mátenlo. ¡Vamos a celebrar esto con un banquete! Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.” Comenzaron la fiesta. Entre tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Cuando regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y el baile. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. El criado le dijo: “Es que su hermano ha vuelto; y su padre ha mandado matar el becerro más gordo, porque lo recobró sano y salvo.” Pero tanto se enojó el hermano mayor, que no quería entrar, así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciera. Le dijo a su padre: “Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para tener una comida con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro más gordo.” El padre le contestó: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero había que celebrar esto con un banquete y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado.” Lucas 15.11-32

En la mayor parte de las sociedades, para no arriesgarnos a decir en todas, el hijo o hija mayor posee una relevancia particular. En la historia que nos ocupa, por el contrario, todo gira en torno del menor. Quien debería, por la fuerza de las circunstancias, “ponerse en su lugar”, reclama su parte de la herencia. Con arrogancia y rebeldía el hijo menor exige su parte. Sorprendentemente el padre accede, otorgándole su parte de la hacienda.

Habiendo conseguido su independencia, y los recursos para demostrarla, el hijo menor deja el hogar. Nada quiere saber con quedarse cerca. No, se va a una tierra lejana, una provincia apartada donde nadie le conoce. Su actitud hacia el padre había sido despreciable, lo mejor era correr entre los extraños, ocultarse, pasar por una persona decente, educada y de buena posición. Máscaras que no lograron disfrazar lo que era en realidad: “todo lo derrochó llevando una vida desenfrenada”.

Una vida desreglada, tarde o temprano, lleva a la ruina. Y el hijo menor no fue la excepción. En su desenfreno malgastó todo cuanto había recibido de su padre. Él, que llegó a esa tierra como un potentado, se encontraba ahora en la miseria. Para empeorar la situación, una gran carestía se abatió sobre su nueva patria. Entonces, sufrió hambre. Él, que había recibido su parte de la herencia, fue reducido a la mendicidad.

En la necesidad cualquier auxilio es bienvenido. El hambre acuciante destruye cualquier resabio de arrogancia que aún pudiese anidar en el corazón. Hambriento, sin recursos, extraño en tierra extraña, el hijo menor se humilla para cuidar cerdos. Cualquier resto de dignidad, al entrar en la porqueriza, se va como el viento que pasa.

El joven mimado y arrogante, que había conseguido que su padre le diese sus posesiones antes de tiempo y contra todas las leyes y costumbres, ahora no es más que un pordiosero. Pobre, desestimado, e impuro. Ya nada más importaba, si fuese posible él quería comer las algarrobas de los inmundos cerdos. Pero nadie se las daba. El colmo de la desesperación, darse cuenta que no valía ni siquiera lo que los puercos.

En este punto los religiosos ya se habrían dado cuenta quién era ese hijo menor. Seguramente pensaban: “bueno, aunque es extraño, este rabino Jesús piensa más o menos como nosotros… los publicanos y pecadores son inmundos, y es como si cuidasen cerdos”. Para los fariseos de ayer y de hoy no existe nada más importante que poder justificarse como buenos, y también asegurarse que todos los demás son perversos e inmundos, y están irremisiblemente condenados (Lucas 18.11, 12).

El hambre puede ser un maestro cruel, pero efectivo. Y el hambre de alimento no siempre es la peor. Existen hambres más profundas y mucho más difíciles de saciar. Aunque debemos reconocer que la falta de pan es, tal vez, la situación más triste en que un ser humano puede encontrarse. Acuciado por su apetito insatisfecho, ¡el hijo menor vuelve en sí!

Él, que lo había tenido todo, se da cuenta de lo bajo que ha caído. Nació para ser heredero, pero ahora es un pordiosero reducido a cuidar de animales inmundos. Sabe que, en casa de su padre, aun los siervos y jornaleros gozan de abundancia. ¿Por qué quedarse en esa situación tan triste? Porque para volver atrás habría que reconocer todo lo que se hizo mal.

“Jesús les preguntó: ¿qué opinan ustedes de esto? Un hombre tenía dos hijos, y le dijo a uno de ellos: ‘Hijo, ve hoy a trabajar a mi viñedo’. El hijo le contestó: ‘¡No quiero ir!’ Pero después cambió de parecer, y fue. Luego el padre se dirigió al otro, y le dijo lo mismo. Este contestó: ‘Sí señor, yo iré.’ Pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería? El primero – contestaron ellos. Y Jesús les dijo: Les aseguro que los que cobran impuestos para Roma, y las prostitutas, entrarán antes que ustedes en el reino de los cielos. Porque Juan el Bautista vino a enseñarles el camino de la justicia, y ustedes no le creyeron; en cambio, esos cobradores de impuestos y esas prostitutas sí le creyeron. Pero ustedes, aunque vieron todo esto, no cambiaron de actitud para creerle.” Mateo 21. 28-32

El arrepentimiento es una disposición del corazón que se refleja en actitudes. Implica reconocer y no justificar la propia falta, asimilar el daño causado a sí mismo y a los demás, y estar dispuesto a reparar y pedir perdón. Eso es arrepentimiento, cambio de mente y de dirección. No es arrepentimiento aquél que produce nada. Como los hijos de la parábola anterior, solamente cumple con el deseo del padre aquel que va y hace. Responder sí o no es importante, pero decisivo es hacer o no hacer.

Agobiado por sus circunstancias, el hijo menor asume una actitud: volverá a casa de su padre. Él ensaya las palabras que dirá: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.” Con el corazón cambiado, emprende el camino de regreso… No sabe cómo será recibido, pero ya nada lo detendrá. El auténtico arrepentimiento no se guía por intereses egoístas, actúa y ya, porque eso libera.

Todavía estaba el hijo lejos de casa cuando, a la distancia, el padre le vio venir. El amor del padre nunca cesa de esperar por el regreso del hijo que, aunque perdido, siempre tendrá un lugar en el hogar. La compasión y la misericordia impulsan la carrera del padre, él se adelanta y toma la iniciativa de ir al encuentro del hijo que vuelve, así como el hombre que fue al desierto en busca de su oveja y la mujer que iluminó y barrió su casa para encontrar la dracma. Antes de mediar cualquier palabra, el abrazo y el beso del padre expresan lo que ningún discurso jamás podrá decir.

El amor incondicional es incomprensible. La actitud humana suele estar regida por: te quiero si tú me quieres. No por ser recibido con un abrazo y un beso el hijo menor da por sentado el perdón, como si este fuese una obligación. No, él dice las palabras que tantas veces repitió durante el camino: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus trabajadores.”

Lejos de escuchar la confesión del hijo, que no por ser motivada por el hambre era menos sincera, el padre manda a sus siervos que lo vistan, le den un anillo y zapatos para calzarlo. Es una completa restauración. El vestido representa la justicia y la seguridad (Gn 3.21), como la oveja que fue rescatada. El anillo, símbolo de autoridad (Gn 41.42), nos refiere al valor recuperado, como aquella dracma que la mujer buscó hasta encontrar. Y por último, los pies calzados indicaban el camino recto que el hijo había retomado. El que estaba perdido y muerto, fue encontrado y revivió.

El reencuentro es motivo de regocijo, de festejo, de gozo y alegría (versículos 7 y 10). El padre manda a preparar el mejor animal del rebaño; no se repara en precios cuando la fiesta es verdadera. El regreso del aquel hijo que se daba por perdido ameritaba lo mejor, lo más valioso (cf. 1Pe 1.18-19). El amor de Dios es incomprensible, pero su espera es constante, su favor, inquebrantable y su perdón, completo.

“¿Por qué éste come con publicanos y pecadores?” Porque vino a buscar y salvar lo que se había perdido. Vino a conducirnos a la seguridad del hogar que nunca debíamos haber dejado, y proveernos de abrigo y sustento (cf. Jn 10.9) Vino a devolvernos nuestro justo valor (cf. 1Co 6.20). Vino para ser nuestro banquete de alegría en la casa del padre (cf. Ap 19.7-9).

La música y las danzas, sonidos de la fiesta, llamaron la atención del hijo mayor que retornaba después de un día de intenso trabajo en el campo. Para él no había nada de especial aquel día, era uno más de labor y rutina. Sin comprender qué podría estar sucediendo, le preguntó a uno de los empleados de la casa ¿qué era aquello?

La historia que nos ocupa se inició diciendo: “Un hombre tenía dos hijos”, pero hasta ahora no se había mencionado al hijo mayor. No fue él quien exigió que su padre repartiese la herencia, él era respetuoso. No fue él que se fue a una tierra lejana a disipar sus bienes, él era responsable. No fue él quien tuvo que cuidar cerdos, él era puro. Cuando por fin aparece en la historia, viene del campo, de la labor, él es trabajador. El hijo mayor es un ejemplo, un buen modelo diríamos todos.

Al escuchar cuál era el motivo del festejo: “¡tu hermano volvió a casa! Por eso tu padre mandó a matar el mejor becerro y mandó a hacer esta fiesta”, él sintió un intenso enojo. Su hermano, irrespetuoso, irresponsable, pecador e impuro, volvió a casa después de malgastar la herencia recibida y ¿además le hacen fiesta? ¡Eso es tan injusto!

Así, como el hijo mayor, eran los fariseos y escribas que habían interpelado a Jesús por recibir y compartir la mesa con publicanos y pecadores. Ellos siempre habían permanecido “en la casa”, y se habían esforzado por hacer las obras de la ley “trabajando en el campo”, pero no podían entender la fiesta y la liberalidad del padre para conmemorar el regreso del pecador inmundo y disoluto. Podían, exteriormente, aparecer como ejemplos de justicia, pero estaban llenos de amargura.

La amargura hace que el hijo mayor rechace la invitación del padre para unirse a la fiesta. La vida es dura, no hay espacio para la fiesta ociosa. Ante la insistencia amorosa del padre, su respuesta es rígida y rencorosa: “Tú sabes cuantos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para tener una comida con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro más gordo.”

Hemos aprendido a reaccionar según el libreto, sabemos que la actitud del hijo mayor está mal. Pero, bien dentro nuestro, sentimos que él tenía razón. No podemos dejar de solidarizarnos con su justa indignación. Su padre no veía bien las cosas. ¿Cómo llamar hermano a ese libertino? No, es simplemente “ese hijo tuyo”

Una vez más nos sorprende el enigma misterioso de la gracia; el propósito del padre es la fiesta para todos sus hijos. No rechaza los argumentos enardecidos de su hijo mayor, pero le hace ver que, desde siempre: “Para todas las cosas hay sazón, y todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su tiempo… tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar y tiempo de bailar.” (Eclesiastés 3.1, 4) Y ahora, que todos estaban juntos, era tiempo de fiesta y alegría.

El regreso del hijo perdido y dado por muerto es motivo para regocijarse. Llamar a los publicanos y pecadores al arrepentimiento, y anunciarles el amor constante del Padre, es motivo suficiente para recibirlos y comer junto con ellos. Si los cielos y los ángeles del cielo se alegran por un pecador que se arrepiente, ¿cómo no alegrarnos también nosotros? ¿Cómo no sumarnos al festejo, al banquete de Dios?

A los ojos de Dios, todos estamos muertos en nuestros delitos y pecados (cf. Ef 2.1, 5). Cuando nos volvemos a Dios, que nos busca y nos llama sin cesar, recibimos vida, vida auténtica y plena (cf. Jn 5.24-25; Cl 2.13). Y por cada uno de nosotros, Dios se alegra y dice: “era menester hacer fiesta, porque este tu hermano muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado”.

En la mesa del reencuentro y la reconciliación encontramos nuestra verdadera identidad. Somos amparados en la seguridad del hogar, en una comunidad de amor. Recobramos nuestro valor, ya que fuimos comprados por un alto precio. El banquete es de alegría, de amor, de fraternidad solidaria. Todos somos bienvenidos a la casa del Padre. Sin importar el pasado, sin preocuparse por el futuro, en un eterno ágape.