martes, 29 de diciembre de 2015

Prueben y vean...

Ciertamente podemos aprender mucho acerca de la oración por medio de la lectura de las Escrituras y del testimonio de aquellos que la han experimentado. Sin embargo, conocer algo acerca de la oración no es conocer, y menos aún experimentar, la oración en sí. La verdad es que el único camino para crecer en la oración es orar.


"Plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete." Romanos 4.21

La siguiente es una sugerencia de cómo empezar. A lo largo de un día completo pensemos, hablemos y actuemos como lo haríamos si estuviésemos completamente convencidos de la total validez de las verdades de la fe, de que Dios posee todo el poder e infinita inteligencia, y que su naturaleza es en sí misma bondad y amor. 

Perseverar en la atención de la presencia de Dios de esa manera todo un día será lo más difícil, porque el pensamiento es muy voluble. Hablar en armonía con la verdad es bastante fácil si estamos atentos. Actuar de forma congruente es la parte más fácil, si bien requiere de nuestra voluntad y coraje. 

viernes, 25 de diciembre de 2015

Un niño nos ha nacido

La fulgurante verdad se revela en lo pequeño 
y, sin pompa, reúne lo alto y lo bajo.


La imperecedera Luz brilla en el rostro de un niño,
el triunfo del espíritu es la sencillez de la brisa.
Los ángeles del cielo no pueden guardar silencio,
todas las naciones escuchan exultantes,
el mundo se regocija con la buena noticia
y la gloria resplandece en la humildad.

Un tierno infante es la herencia eterna
que por infinitos días garantiza
una eterna alianza de amor:
La Ley del cielos es la la Ley del corazón,
la Luz eterna nace del interior.

martes, 22 de diciembre de 2015

En quietud y confianza

"Vuelvan, quédense tranquilos y estarán a salvo. En la tranquilidad y la confianza estará su fuerza." Isaías 30.15

Cuando las dificultades de la vida se hacen presentes, casi naturalmente la agitación y el desasosiego ganan todo el campo de nuestra experiencia. Sin embargo, Dios nos invita a ver las cosas de modo diferente, a confiar en él en la calma de la quietud. La oración es, en su más profundo significado, descansar en Dios...


Dejemos nuestros afanes y preocupaciones a un lado y quedémonos tranquilos por un momento, dejando que las cosas simplemente sean lo que son. No es necesario forzar una actitud o centrarnos en algún tipo de pensamiento, sino tan sólo quedarnos tranquilos, reposar. La Biblia dice, en el Salmo 46.10: "¡Aquiétense! y reconozcan que Yo soy Dios".

La oración interior consiste en contemplar en lo profundo del corazón aquello que Dios es. Se trata de centrar la atención en algunas de las cosas que sabemos acerca de Él; que está presente en todo lugar; que nos conoce perfectamente; que nos ama y le importamos. Leamos unos versículos de la Biblia, o un pasaje de algún libro espiritual que nos inspire.

Durante ese periodo de silenciosa contemplación es importante no pensar acerca de nuestros problemas o necesidades, sino dar toda nuestra atención a Dios. En resumen, no intentemos resolver nuestros problemas directamente (usando la fuerza de voluntad, o planeando soluciones) sino más bien descansemos en la plenitud de la naturaleza de Dios.

Luego, con toda confianza, pidamos lo que necesitemos, con total tranquilidad, como quien sabe estar pidiendo por algo a lo que se tiene derecho. Demos gracias al amoroso Padre celestial por sus bendiciones sobreabundantes, como lo haríamos si alguien nos diera un presente. Jesús enseñó la clave de la oración eficaz: "... todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo recibirán." Marcos 11.24

viernes, 18 de diciembre de 2015

Pruébese cada uno a sí mismo

"Examínense ustedes mismos, para ver si están firmes en la fe; pónganse a prueba..." 2 Corintios 13.5

Sin importar si lo creemos o no, siempre manifestamos lo que tenemos habitualmente en la mente. Nuestra conciencia demuestra nuestra unidad con el espíritu de Cristo. ¿Qué clase de pensamientos tenemos habitualmente? Esa es una respuesta que sólo nosotros podemos dar, nadie más. Se trata sencillamente de examinar nuestras condiciones y ver qué estamos manifestando. Así de simple.


Si un matemático está empeñado en la solución de un problema, por ejemplo, él no dirá: “Me pregunto qué hubiera opinado Gödel de esto. Admiro a Gödel. Si mi solución no es como la de Gödel, no la ensayaré.” Tampoco dirá: “No consideraré esta idea porque viene de Croacia”. Será objetivo, e imparcial. Probablemente dirá: “Voy a probar esto y decidir en base a los resultados que obtenga”. Otras personas pueden darnos indicios y ánimo para emprender la vida espiritual, pero no pueden cambiar nuestros pensamientos o la forma en que percibimos la vida. El cambio es interior y personal. Nadie puede pensar por nosotros. La realización de la conciencia espiritual es totalmente personal.

"[...] les daré un nuevo corazón y un nuevo espíritu." Ezequiel 11.19

martes, 15 de diciembre de 2015

Providencia infinita

Dios creó todo en plenitud, por su parte no hay restricción para que podamos acceder a esa plenitud de energía divina en todas sus formas. No obstante, para fines prácticos, podemos obtener de esa fuente inagotable, únicamente de acuerdo a la medida de nuestro entendimiento, lo mismo que podemos sacar agua del océano, sólo dependiendo del tamaño del recipiente que usamos. Lamentablemente, la mayor parte de las personas nos conformamos con una medida muy pequeña.

Una simple anécdota sirve para ilustrar la forma en que Dios actúa. Un hombre estaba lavando su automóvil, ayudado por su pequeño hija que había asumido la tarea de suministrar el agua necesaria por medio de una manguera. De pronto, el pequeño exclamó: “Papá, no sale más agua”. El padre miró por encima y, viendo el problema, calmamente dijo: No hay problema, quita tu pie de arriba de la manguera.

En el fondo, ese es el origen y la causa causa de todos nuestros problemas, nuestras carencias y nuestros temores. Detrás de cada causa aparente, subsiste el mismo error primordial. Insistimos en ahogar con todo el peso del pie de nuestra mentalidad el canal de la providencia divina, y luego nos quejamos porque la provisión del "agua de la vida" no fluye.

"Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar. Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré." Salmos 23.5-6

viernes, 11 de diciembre de 2015

Hijos del diablo

La existencia de un archienemigo de Dios, un ser horrendo que se opone fieramente a los planes del Señor, ha sido la salvaguarda de los religiosos de todas las tendencias para desligarse de la responsabilidad de sus actos y decisiones. Si algo va mal en el mundo, el diablo tiene la culpa. ¿Hay un desastre natural? El diablo lo provocó. Y si las personas se levantan en oposición, se les llama “hijos del diablo”.


Jesús, durante su ministerio terrenal, tuvo serios enfrentamientos con las autoridades religiosas del judaísmo. Los líderes israelitas veían en el humilde Rabí de Galilea una seria amenaza a sus preciadas instituciones. En una de esas tantas confrontaciones, Jesús les llamó sin medias palabras “hijos de vuestro padre el diablo”. ¿Se refería Jesús a que esos dirigentes religiosos estuviesen poseídos por un ser sobrenatural que los empujaba a oponérsele? La respuesta es un rotundo no.

“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. […] Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.” Juan 8.39, 45.

Vemos en el desarrollo del diálogo que Jesús contrapone las “obras de Abraham” y los “deseo del diablo”, éstos son antagónicos e irreconciliables. Los judíos decían ser hijos de Abraham, pero se oponían a las obras del patriarca; en vez de eso querían hacer, poner por obra, los deseos del diablo.

Para dilucidar esa expresión, primero debemos aclarar qué se opone a las “obras de Abraham” que los mismos judíos tendrían que haber realizado para ser sus hijos.

Las obras de Abraham

De acuerdo al relato bíblico, Abram nació en Ur de los Caldeos (Génesis 11.28, 31), en Mesopotamia, en la desembocadura del río Éufrates, aproximadamente en el siglo XV a.C. Falleció en Hebrón y fue sepultado junto a su mujer en el campo que había adquirido de un hitita (Génesis 23.1-20).

La Biblia nos informa que Taré (Génesis 11.26) era de la décima generación descendiente de Noé, a través de Sem (1Crónicas 1.24-27), y sus hijos fueron Abram, Nacor y Harán. Este último, cuyo hijo fue Lot, murió en su ciudad natal, Ur y Abraham se casó con Sara, que además de ser su media hermana era estéril. Taré, el padre de Abraham, con sus hijos supervivientes y sus familias, marcharon entonces hacia Canaán, pero se asentaron en Jarán.

Tras la muerte de Taré, según relata el Génesis capítulo 12, cuando Abram tenía setenta y cinco años de edad, Jehová le ordenó salir de su tierra y que fuera «a la tierra que yo te mostraré», donde Abram se convertirá en Abraham, el padre un gran pueblo. De manera que Abraham emigró desde Jarán con Sarai y Lot y sus seguidores y rebaños, y viajaron hasta Canaán, donde, en el encinar de Siquem, Jehová le dio tierra a él y sus descendientes. En aquel lugar Abraham construyó un altar al Señor y siguió viajando hacia el sur hacía el desierto de Neguev (límite con Egipto).

Este hombre, un hombre común como cualquier otro nómada de su región, fue llamado por Dios. ¿Por qué Abram? Por ninguna razón especial, simplemente porque Dios quiso. Los designios del Señor son su propia razón. Jehová llamó a Abram porque así lo decidió, y Abram creyó a Aquel que le llamaba.

Fue la fe de Abraham lo que le permitió acceder a la plenitud de la promesa. Él creyó, aunque no hubiese ninguna razón externa que lo llevase a confiar. Contra toda esperanza él creyó y confió, esa fue su obra perfecta y su justificación.

“Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.” Génesis 15.6

“Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.” Romanos 4.3

Las “obras de Abraham”, entonces, eran la fe y la confianza personal en Dios y sus promesas. Esto era lo que los líderes judíos que se enfrentaban a Jesús no hacían, ni querían hacer. Ellos se gloriaban en ser descendencia de Abraham según la carne, sin embargo negaban la eficacia del llamamiento y la fe del patriarca.

Los deseos del diablo

En contraposición a la justicia de Abraham, nos encontramos con que los líderes religiosos judíos fueron acusados de querer hacer “los deseos de vuestro padre el diablo”. Esos “deseos”, nos ilustra la Escritura son producir muerte, engaño y destrucción. Veamos, por las Escrituras qué era aquello que los judíos querían realizar y produciría esos efectos tan devastadores.

“Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” Éxodo 19.3-6

“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.” 1 Corintios 15.55, 56

Como podemos ver el contraste entre las obras de Abraham, la fe y la confianza, y las obras del diablo, identificado con la guarda de la Ley. Los judíos religiosos deseaban justificarse ante Dios por las obras de la Ley, invalidando de esa manera la promesa. Esa justicia propia los apartaba [diaballw = separar, acusar] más y más de la voluntad del Señor.

Concluímos, pues, que la expresión “hijos del diablo” hace referencia a aquellas personas sujetas al ministerio de muerte representado por la Ley. Aquellos que, al contrario del justo Abraham, no creen en las promesas de Dios, sino buscan establecer su propia justicia.

“Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.” Gálatas 2.19

martes, 8 de diciembre de 2015

Milagros

"Hermanos, quiero que ustedes sepan algo respecto a los dones espirituales [...] Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos. Por medio del Espíritu, a unos les concede que hablen con sabiduría; y a otros, por el mismo Espíritu, les concede que hablen con profundo conocimiento. Unos reciben fe por medio del mismo Espíritu, y otros reciben el don de curar enfermos. Unos reciben poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía. A unos, Dios les da la capacidad de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, y a otros la capacidad de hablar en lenguas; y todavía a otros les da la capacidad de interpretar lo que se ha dicho en esas lenguas. Pero todas estas cosas las hace con su poder el único y mismo Espíritu, dando a cada persona lo que a él mejor le parece." 1 Corintios 12.1, 7-11

En general, tanto para los adherentes cuanto para los detractores de la religión, la cuestión de los milagros es un punto clave. Sea para afirmar su indiscutible realidad, o para negarla con todo tipo de argumentos, no se concibe una religión sin señales milagrosas. Sin embargo, la definición popular de milagro es más bien equivalente a superchería, haciendo ver a los antagonistas como argumentadores pueriles y a los creyentes como orates.

¿Cuál es la definición de milagro? Es, básicamente, cualquier hecho que produce admiración y que se atribuye a la intervención divina. Dios es todo, lo invisible y lo visible; es Presencia, Inteligencia, y Poder; es todo. Este Uno, que es todo, es Vida Perfecta, Amor Perfecto y Sustancia Perfecta. El ser humano es la expresión individualizada de Dios y es siempre Uno con esta Vida Perfecta, Amor Perfecto y Sustancia Perfecta. Aquello que se suele llamar "milagro" es, en realidad, el resultado lógico de la unidad espiritual con Dios, el Creador de todo Bien.


Jesús entendió y manifestó de forma perfecta su unidad con Dios, con la Vida Universal. Con este conocimiento, con fe absoluta y en unidad con Dios, Jesús realizó a la perfección la verdad para cada situación. La Verdad interna manifestada, produce lo que se conoce como milagro, un hecho que produce admiración y que se atribuye a la intervención divina. Jesús expresó su potencial divino y buscó demostrar a la humanidad cómo expresar el nuestro también.

"Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes, porque yo voy a donde está el Padre." Juan 14.12

viernes, 4 de diciembre de 2015

Llamados a fructificar

Si me doy cuenta que estoy infeliz, insatisfecho, posiblemente enfermo o sufriendo carencias, eso significa simplemente que estoy poniendo de manifiesto el hecho de no estar permitiendo que la voluntad de Dios se exprese libremente en mi vida, no estoy haciendo lo que Él me destinó que hiciera.



La disconformidad no es necesariamente una cosa mala. Es mi deber estar descontento con cualquier cosa menor que la completa armonía y felicidad. Una sana insatisfacción con la apatía, el fracaso o la frustración, es el incentivo necesario para superarlos. Sin importar mis circunstancias, nunca estaré satisfecho hasta responder al llamado divino.


"Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca." Juan 15.16


Esa llamada es, en el más pleno de los sentidos, la llamada de Dios, y cuando Dios me llama a Su servicio, Él provee todo lo necesario para atender al llamado. Sea lo que fuere que necesite para responder a la vocación divina, Él lo suplirá abundantemente, si pongo Su voluntad en primer término.


"Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas." Mateo 6.33

martes, 1 de diciembre de 2015

El cielo y el infierno

Las ideas del cielo y el infierno llenan la mente y el discurso de los cristianos. El cristianismo adolece de un medievalismo incurable. El mensaje diáfano de Jesús, tan centrado en la vida cotidiana, se transformó en una preparación para la muerte. El reino de Dios, que para Jesús es aquí y ahora, se transfirió a una realidad etérea; y para quien no coincidiese... bien, se prometió un lugar terrible.


"La venida del reino de Dios no es algo que todo el mundo pueda ver. No se va a decir: “Aquí está”, o “Allí está”; porque el reino de Dios ya está entre ustedes." Lucas 17.20-21

Cada persona puede crear su propio cielo o su propio infierno aquí en la tierra, en su vida diaria, según sus actitudes. La idea de que las personas puedan ser arrojadas a un fuego eterno para ser torturadas no es compatible con un Dios de amor. Las personas crean sus propios infiernos, y su "castigo", en sus propios pensamientos de dolor, resentimiento, angustia, miedo, envidia, odio o cualquier otro tipo de pesar.

El pecado es nuestra separación de Dios, el Bien, en la conciencia. La salvación es algo actual, no algo que sucede después de la muerte. Ella tiene lugar cada vez que apartamos nuestros pensamientos del temor, la ansiedad, la preocupación y la duda y tenemos pensamientos de amor, armonía, gozo y paz. La “caída” tiene lugar en la conciencia cada vez que caemos en el hábito del pensamiento negativo.

¿Cómo podría el Dios de Amor crear un lugar como el infierno? Si Dios es bueno y compasivo, si está presente en todas partes, ¿dónde podría existir el infierno? El infierno sólo puede existir en nuestra propia mente, cuando en ella reinan los pensamientos y las emociones negativas. Algunos se preguntarán: Si esto es verdad, ¿por qué Dios permite que ocurran cosas terribles en el mundo? 

El infierno no es un castigo eterno por la maldad. Dios no puede castigar ni causarle ningún daño a nadie; Dios solamente conoce la Perfección, el Bien y la Bondad. Es nuestra propia actitud, nuestra propia ignorancia de la Verdad la que nos causa los males que podamos experimentar. Si en nuestras vidas nos esforzamos por vivir y ver el Bien en la creación, nuestro prójimo, en todas las cosas y en todas las condiciones, pasamos a experimentar condiciones "divinas", el cielo, en nuestras vidas.

"Cuando el rey entró a ver a los invitados, se fijó en un hombre que no iba vestido con traje de boda. Le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí, si no traes traje de boda?” Pero el otro se quedó callado. Entonces el rey dijo a los que atendían las mesas: “Átenlo de pies y manos y échenlo a la oscuridad de afuera. Entonces vendrán el llanto y la desesperación.” Porque muchos son llamados, pero pocos escogidos." Mateo 22.11-14

Dios nunca nos castiga por nuestros pecados; son nuestros pecados los que nos castigan. Nuestros pensamientos, emociones y actos negativos, simplemente tienen consecuencias negativas en nuestras propias vidas. El cielo y el infierno son estados de conciencia, no sitios geográficos. Nosotros creamos nuestro propio cielo o infierno aquí y ahora por nuestros pensamientos, palabras y acciones.

Jesucristo, el más grande Maestro espiritual que el mundo ha conocido, vino a enseñarnos un método de pensamiento y una forma de vivir que nos conducen a un sentido de vida con la Omnipresencia de Dios y a experimentar el Bien en todo lo creado, como muy claramente lo expresa el texto citado antes: "el reino de Dios ya está entre ustedes."