viernes, 27 de agosto de 2021

¡Felices los que viven en tu templo Señor!

"¡Cuán hermoso es tu santuario, Señor todopoderoso! ¡Con qué ansia y fervor deseo estar en los atrios de tu templo! ¡Con todo el corazón canto alegre al Dios de la vida! Aun el gorrión y la golondrina hallan lugar en tus altares donde hacerles nido a sus polluelos, oh Señor todopoderoso, Rey mío y Dios mío. ¡Felices los que viven en tu templo y te alaban sin cesar!" Salmos 84.1-4


"¡Cuán hermoso es tu santuario, Señor todopoderoso! ¡Con qué ansia y fervor deseo estar en los atrios de tu templo!"... Los primeros versículos del Salmo 84 cantan lo deseable que es la casa de Dios, con sus atrios, altares y tabernáculos, el esplendor del lugar santo. Sin embargo, el pueblo de Dios siempre ha sabido que "el Señor no habita en templos hechos por manos humanas".




Entonces, ¿dónde vive Dios? Jesús dijo: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas". Las moradas de Dios, sus atrios y altares, somos los seres humanos creados a su imagen y semejanza. No hay lugar más sagrado que encontrarse con otro ser humano. Quienes desprecian, marginan y maltratan a otro ser humano, especialmente al más débil y al más sufriente, desprecian, marginan y maltratan la gloria y magnificencia de Dios. "Aun el gorrión y la golondrina hallan lugar en tus altares donde hacerles nido a sus polluelos, oh Señor todopoderoso, Rey mío y Dios mío".


No son las piedras, ni los lujos, ni los espacios sagrados los que interesan a Dios. El Padre está interesado en nosotros y en cómo somos los unos con los otros. Somos la "Casa del Padre"; las "mansiones" o "viviendas" son nuestros estados de espíritu. Estamos verdaderamente satisfechos y entramos en gozo y plenitud permanentes solo cuando nos damos cuenta de esta verdad y nos unimos conscientemente con el Padre a través de Cristo que habita en nosotros por del Espíritu Santo. "¡Felices los que viven en tu templo y te alaban sin cesar!"


viernes, 20 de agosto de 2021

Invitados a la fiesta

«El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo. Y envió el rey a sus siervos para convocar a los invitados a la fiesta de bodas, pero éstos no quisieron asistir. Volvió el rey a enviar otros siervos, y les dijo: “Díganles a los invitados que ya he preparado el banquete; que he matado mis toros y animales engordados, y que todo está dispuesto. Que vengan a la fiesta.” Pero los invitados no hicieron caso.» Mateo 22.2-5


Muchos se han preguntado, y han respondido de diferentes maneras, cómo somos llamados al reino de Dios. Algunos han dicho que esto sucede misteriosamente, que Dios secretamente mueve nuestros corazones y nuestra voluntad para atraernos irresistiblemente hacia Él. Otros han dicho que somos los que deseamos a Dios y lo buscamos según nuestras propias fuerzas y entendimiento. Pero Jesús nos hace ver que ninguna de estas respuestas es adecuada.


En la parábola es el rey quien prepara la fiesta y el banquete, sin ningún trabajo ni cooperación de los invitados. Y cuando todo estuvo listo, el rey envió a sus siervos a anunciarlo. Así es con el reino de Dios, toda la obra salvadora de Cristo ya está terminada, sin esfuerzo ni cooperación de nuestra parte. Pero los primeros invitados rechazaron la invitación con aire de suficiencia y, por ello, fueron castigados. "El rey estaba tan enojado que mandó matar a los asesinos y quemar su ciudad", lo que sucedió en el año 70 cuando la Jerusalén terrenal fue reducida a escombros y cenizas.




Ahora, el rey envía a sus mensajeros a todas partes para invitar a todas las personas. Y viene la gente: los pobres, los marginados, los despreciados, todos son aceptados en la mesa del rey. Los orgullosos quedaron reducidos a nada y los pobres se vistieron para el banquete. ¿Cómo somos llamados al reino de Dios? Solo por el bello evangelio que imparte la justicia de Dios: El Señor Jesús llevó todos los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, pagó la condenación de los pecados al derramar su sangre en la Cruz; resucitó de entre los muertos y así ha completado la obra de salvación para hacernos justos delante del Padre. El que tenga oídos para oír oirá, y entrará en el banquete del rey, "porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos".


viernes, 13 de agosto de 2021

¡Escucha, Señor, mi voz!

"Desde el fondo del abismo clamo a ti, Señor: ¡Escucha, Señor, mi voz!, ¡atiendan tus oídos mi grito suplicante!" Salmos 130.1-2


¿Cuándo escucha el Señor y responde nuestras oraciones? El Señor nos escucha y contesta nuestras oraciones cuando estamos unidos con el Espíritu y el Espíritu unificado con nosotros. Estamos unidos cuando somos capaces de vivir conscientemente cerca de Dios. Cuando nuestras oraciones no son respondidas como pensamos que deberían, es porque esta unión interior no es segura. Si el Señor notara todos nuestros fracasos, ¿cuál sería el resultado? Ninguno de nosotros podía estar de pie. Por la ley perdonadora del amor, Dios no nos trata según "nuestros pecados", ni nos recompensa según nuestras iniquidades.


¿Cómo funciona la ley del perdón? La ley del perdón limpia la conciencia de pensamientos ignorantes y destructivos y coloca los pensamientos de amor y confianza en su lugar; el perdón quita la repulsión y el resentimiento del corazón. Libera la benevolencia y las tiernas misericordias del Espíritu. ¿Cómo se activa la ley del perdón divino en nuestras vidas? Por nuestro perdón a los que nos ofenden, como dice el Padre Nuestro: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores".


"Con toda mi alma espero al Señor". Hemos vivido en la ignorancia, afuera, durante tanto tiempo que nuestras facultades espirituales se han vuelto inactivas por falta de ejercicio. Cuando el alma espera en el Señor, todas las fuerzas del ser se concentran en ella; entonces sentimos y sabemos absolutamente que Dios está obrando en nuestras almas. De esta manera las facultades se desarrollan y se convierten en instrumentos adecuados para el Espíritu. Cuando buscamos al Señor con todo nuestro corazón, ¿cuál es el resultado? Los reinos del mundo pueden surgir y caer; el cielo y la tierra pueden pasar, pero la palabra del Señor, su promesa, permanece firme en nuestro corazón. Somos hechos libres.