viernes, 1 de septiembre de 2023
Cuando a las personas buenas les pasan cosas malas
viernes, 4 de agosto de 2023
Inclinen su oído, y vengan a mí
viernes, 7 de julio de 2023
Prisioneros de esperanza
viernes, 23 de junio de 2023
¡El Señor es quien libra al pobre de morir a manos de los malignos!
viernes, 16 de junio de 2023
Esfuérzate y sé valiente
viernes, 9 de junio de 2023
Lo que yo quiero es misericordia, y no sacrificio
viernes, 2 de junio de 2023
¿Acaso hemos de recibir de Dios sólo bendiciones, y no las calamidades?
viernes, 26 de mayo de 2023
¿Dónde estabas tú, cuando yo afirmé la tierra?
viernes, 19 de mayo de 2023
Cuida tu corazón más que otra cosa
viernes, 12 de mayo de 2023
Dios me escuchó y atendió a la voz de mi súplica
"Ustedes todos, los que temen a Dios, vengan y escuchen lo que él ha hecho conmigo. Con mis labios le pedí ayuda; con mi lengua exalté su nombre. Si mi corazón se hubiera fijado en la maldad, el Señor no me habría escuchado. Pero lo cierto es que Dios me escuchó y atendió a la voz de mi súplica." Salmos 66.16-19
Debemos dar gracias al Señor, y alabarle, porque de esa manera despertamos dentro de nosotros mismos la sublimidad, el poder y la majestad de la Presencia Divina.
Las interpretaciones populares de las Escrituras no siempre nos trasmiten las ideas que los autores deseaban comunicar. Al consultar a intérpretes bíblicos independientes, descubrimos que se han cometido muchos errores al traducir del hebreo y el griego al español. Frecuentemente, encontramos con que las traducciones a nuestro idioma nos pintan un Dios terrible, colérico, caprichoso y vengativo. ¡Nada más alejado de la verdad!
Por ejemplo, leemos en el versículo 16: "Ustedes todos, los que temen a Dios, vengan y escuchen lo que él ha hecho conmigo", pero debería traducirse más fielmente: "Vengan ustedes, y escúchenme relatar lo que digo, y lo que Dios ha hecho por mí". ¿Debería haber algún elemento de temor en nuestros corazones hacia Dios, cuando oramos y damos gracias? No. Siempre debemos tener presente que Dios es un Padre amoroso, compasivo y misericordioso, que siempre está más dispuesto a dar de su abundante bondad que nosotros a recibir de ella.
Es cuando nos establecemos en la conciencia de la bondad, la ternura y el infinito amor del Padre que, al igual que David, prorrumpimos en pensamientos, y palabras de alabanza. "¡Bendito sea Dios, que no rechazó mi oración ni me escatimó su misericordia!" Salmos 66.20