viernes, 29 de diciembre de 2017

¿Por qué Dios no respondió a mi oración?

"Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a mí en oración y yo los escucharé." Jeremías 29.12

Al finalizar el año casi todos solemos hacer, con mayor o menor exactitud, un recuento de lo pasado. Los propósitos realizados y los planes que se frustraron; los logros y los fracasos; las alegrías y las tristezas; los encuentros y desencuentros. Y, entre los elementos de esa recapitulación, muchos también incluimos las oraciones respondidas y aquellas que Dios no contestó. Siendo sinceros, la mayoría de nosotros atribuimos las victorias a nuestro propio esfuerzo, habilidad, o suerte, y las derrotas a Dios que no respondió a nuestros pedidos.

Pero, ¿es verdad qué Dios no respondió nuestra plegaria? Es imposible, porque ¡Dios siempre responde! Lo que a menudo sucede es que no reconocemos la respuesta a la oración porque la misma no es como nosotros la hemos definido. De manera inconsciente, o abiertamente, definimos de antemano la forma concreta en que Dios debe respondernos, y si no es así, entonces acusamos a Dios de habernos fallado. Lo cierto es que probablemente hemos obtenido una mejor respuesta de la que esperábamos, pero la insistencia de nuestro ego nos impide verla.

"No consiguen lo que quieren porque no se lo piden a Dios; 3 y si se lo piden, no lo reciben porque lo piden mal, pues lo quieren para gastarlo en sus placeres." Santiago 4.2-3

Imaginemos que somos niños pequeños y oramos para que Dios nos dé un automóvil (porque pensamos que tenerlo nos hará adultos) no lo tendremos, ya que la divina Sabiduría sabe que no somos aptos para poseerlo. Dios nos dará un automóvil de juguete, el cual es apropiado para un niñito. Frecuentemente nos dejamos cegar por el ego y por las seducciones mundanas, y oramos por cosas que no corresponden a la voluntad divina o serían perjudiciales para nosotros; pero si oramos conforme a la voluntad de Dios que siempre es el bien, Él nos enviará la cosa que realmente necesitamos.

No seamos como aquellos que seguían a Jesús por los panes y los peces. Ni como los israelitas rebeldes que murmuraron contra Dios porque, según ellos, la comida de Egipto era más beneficiosa que la libertad. Busquemos a Dios por quién es Él mismo, por la alegría de estar con Él en la paz infinita de su amorosa Presencia, y la respuesta correcta a las oraciones vendrá por sí misma.

"Tenemos confianza en Dios, porque sabemos que si le pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye. Y así como sabemos que Dios oye nuestras oraciones, también sabemos que ya tenemos lo que le hemos pedido." 1 Juan 5.14-15

viernes, 22 de diciembre de 2017

La eterna Encarnación


Si la Navidad se reduce a un simple memorial o, peor aún, a una intrascendente formalidad social, en realidad carece de significado. El sentido de la Navidad es otro; es la celebración del nacimiento del Hijo de Dios en cada uno de nosotros. El nacimiento del Hijo de Dios, no se limita a un evento en la historia, sino que se realiza cada vez que el Verbo se hace carne en nosotros. Este nacimiento es darse cuenta de nuestra unidad esencial con Dios, y esa percepción espiritual encierra el verdadero significado de la Navidad.

"Jesús le dijo: —Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios." Juan 3.3

El Maestro Eckhart dijo: «Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos todo nuestro deleite en Él.» Que nosotros hayamos sido creados para ser la expresión de Dios, es la mejor noticia jamás proclamada y por eso se llama Evangelio. Al percibir a Cristo en nosotros, no podemos dejar de percibirlo en todos los demás. Por esa razón, la Navidad es también el tiempo de encontrarse y compartir.

"Pero a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios. Y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado." Juan 1.12-13


martes, 19 de diciembre de 2017

El movimiento se demuestra andando

No importa qué tan espirituales o piadosos nos creamos, o finjamos ser ante otros, la única parte auténtica de nuestra religión es aquella que se manifiesta en nuestras vidas diarias. Dogmas, ideales y declaraciones abstractas no son más que engaños si no se verifican en la práctica. A decir verdad, tal corrección doctrinal e ideales elevados representan un serio peligro, porque narcotizan el espíritu y atrofian la conciencia.


"Por lo tanto, cumplan los términos de esta alianza y pónganlos en práctica, para que les vaya bien en todo lo que hagan." Deuteronomio 29.9

Nuestra religión y piedad sólo son verdaderas si las ponemos en práctica. Y el mejor lugar, y el tiempo más propicio, para poner en práctica nuestra espiritualidad es aquí y es ahora. Poner caras angelicales, participar de rituales o recitar credos no nos hace más piadosos. Las doctrinas, los ritos y la piedad deben ser fermento de transformación. En esto consiste la práctica de la presencia de Dios.

Si la devoción no se manifiesta
en justicia y compasión,
toda aparente piedad no es 
más que religiosa masturbación.

"Esto es muy cierto: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si sufrimos con valor, tendremos parte en su reino; si le negamos, también él nos negará; si no somos fieles, él sigue siendo fiel, porque no puede negarse a sí mismo." 2 Timoteo 2.11-13

viernes, 15 de diciembre de 2017

El pecado imperdonable

"Por eso les digo que Dios perdonará a los hombres todos los pecados y todo lo malo que digan, pero no les perdonará que con sus palabras ofendan al Espíritu Santo." Mateo 12.31

¿Existe acaso algún pecado que Dios no pueda o no quiera perdonar? Jesús nos dice que todos los pecados se nos perdonarán, menos uno: blasfemar contra el Espíritu Santo. Esa declaración del Maestro ha turbado a millones de creyentes durante generaciones, dando lugar a las más dispares especulaciones y, podemos decirlo, bizarras prácticas de purificación. La existencia de un "pecado imperdonable" es contraria a la naturaleza y carácter de Dios, todo Amor, Vida y Misericordia. Entonces, ¿qué estaba diciendo  Jesús?

"Los necios piensan que no hay Dios: todos se han pervertido, han hecho cosas malvadas; ¡no hay nadie que haga lo bueno!" Salmos 53.1

Debemos ser claros y enfáticos en esta afirmación: No existe pecado que Dios no pueda o desee perdonar, de hecho ya lo hizo en Cristo que "quita el pecado del mundo", no obstante hay un único pecado que requiere nuestro asentimiento consciente para ser perdonado. Este pecado consiste en oponernos y resistir la luz vivificante y la acción del Espíritu divino. Si ya hemos resuelto que no hay Dios, si pensamos que nosotros mismos somos el parámetro de la verdad y que nuestra forma de ver y hacer las cosas es la correcta, entonces impedimos al Espíritu Santo (a causa de nuestros pensamientos, palabras y acciones) abrir nuestros ojos y guiarnos a Cristo, "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Eso significa que la resistencia al Espíritu Santo es imperdonable, mientras permanezcamos cegados en nuestro ego, negándonos a consentir la acción de Dios. Si nuestra actitud cambia, la iluminación vendrá, es más ya está presente, y el pecado estará perdonado.

"Cuando él venga, mostrará claramente a la gente del mundo quién es pecador, quién es inocente, y quién recibe el juicio de Dios. Quién es pecador: el que no cree en mí; quién es inocente: yo, que voy al Padre, y ustedes ya no me verán; quién recibe el juicio de Dios: el que gobierna este mundo, que ya ha sido condenado." Juan 16.8-11

martes, 12 de diciembre de 2017

Con paciencia esperé en el Señor

"Puse mi esperanza en el Señor, y él se inclinó para escuchar mis gritos." Salmos 40.1

Si nos hemos volcado a la oración contemplativa es porque, además del impulso de la gracia, confiamos en que permanecer en la presencia divina nos transformará. No hay dudas que esto es así, y lo tomamos en serio. Pero muchas veces la transformación que esperamos es, en el fondo, egoísta: queremos paz, armonía y sosiego. Cuando después de un tiempo nos damos cuenta que Dios sigue sus propios caminos, viene la decepción y las ganas de abandonar.


Ciertamente, centrarnos en la presencia de Dios y permanecer en su amor tendrá efectos benéficos para nosotros, no obstante la transformación que el Señor realiza es mucho más profunda. Decepcionarnos y abandonar, por el hecho de que no se cumplan nuestros deseos caprichosos, es necedad.

Si bien Dios actúa soberanamente y puede transformarnos en un abrir y cerrar de ojos, normalmente lleva tiempo sanar los efectos de vivir centrados en el ego. Por ejemplo, ahora que el verano se acerca, nadie esperaría estar listo para la playa siguiendo una dieta mágica que prometa adelgazamiento de la noche a la mañana. Debemos poner nuestra confianza y esperanza en Dios, y esperar pacientemente en Él, sin dar importancia a los aparentes resultados o falta de ellos.

"Me buscarán y me encontrarán, porque me buscarán de todo corazón." Jeremías 29.13

La legítima motivación para emprender el camino de la oración de íntima comunión con el Señor es que Él nos llama a esta intimidad de su presencia, porque esa es la vocación fundamental de nuestra vida: vivir para la gloria de Dios y gozar eternamente, ya ahora, de su amorosa presencia. La transformación vendrá invariablemente; nadie permanece igual ante la presencia de Dios. Pero esos cambios son sólo efectos de lo que es esencial, encontrarnos con Dios en el íntimo santuario del corazón.

viernes, 8 de diciembre de 2017

¿Quién puede subir al monte del Señor?

"¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo? El que tiene las manos y la mente limpias de todo pecado; el que no adora ídolos ni hace juramentos falsos." Salmos 24.34

Es probable que, al hacernos conscientes de nuestras limitaciones, la purificación del corazón nos parezca una meta inalcanzable, pero debemos recordar que no nos toca a nosotros realizarla, sino que es obra de Dios. Por medio de la palabra, Dios transforma nuestra mente y corazón, nos moldea con su Espíritu. El encuentro con el Señor jamás nos deja iguales.

"¡Ábranse, puertas eternas!¡Quédense abiertas de par en par, y entrará el Rey de la gloria!" Salmos 24.9


Las puertas eternas simbolizan nuestra mente y corazón, es necesario que las abramos ampliamente dando paso al Rey de la gloria, el mismo Dios, para que Él entre y nos transforme con la luz de su presencia. Él creador, sustentados y soberano de todo, desea habitar en nuestro íntimo, más cerca de nosotros que nuestro propio aliento. Preguntemos quién es el Rey de la gloria, y Él mismo responderá.

"¿Quién es este Rey de la gloria? ¡Es el Señor todopoderoso!¡Él es el Rey de la gloria!" Salmos 24.10

martes, 5 de diciembre de 2017

No, no, no y no

"¡Cuida, oh Dios, de mí, pues en ti busco protección!" Salmos 16.1

Una antigua regla de la medicina dice que antes de poder curar hay que evitar hacer más daño. Muchas veces, tal vez, nos hemos preguntado por qué la mayoría de los preceptos y mandamientos de Dios se formulan de forma negativa. Es que, si bien estamos de llenos de confianza y pensamos que podemos hacer todo bien, lo cierto es que no podemos llenar el padrón divino.

Si bien es cierto que por nuestras propias fuerzas no podemos cumplir la Ley de Dios, y que esa falencia radical nos revela la naturaleza y los efectos del pecado, también es cierto que Dios no nos ha dejado a la deriva. Las promesas divinas, firmes pruebas del amor del Padre, nos colocan en una relación diferente con la Ley, una relación sanadora, liberadora y transformadora. Partiendo de cuatro principios basados en las promesas del Evangelio, meditaremos sobre esa relación transformadora.


Uno de los mayores problemas de nuestra vida es la falta de tiempo. Siempre estamos apresurados y, aunque sea un reflejo inconsciente, esa prisa no es otra cosa que temor a la muerte. En el Evangelio Dios nos promete la vida eterna. De hecho, en Cristo, estamos ahora mismo en la eternidad. Por lo tanto, ¿por qué agitarse? No andemos apresurados.

Desconocedores, como somos, del tiempo, el pasado nos llena de culpa, el presente se nos escapa y el futuro nos causa preocupación.  El Evangelio nos asegura que somos posesión de Dios y Dios es amor. No sólo eso, sino que Él mismo lleva nuestras cargas y nuestras ansiedades. Por lo tanto, ¿por qué inquietarse? No nos preocupemos.

Uno de los peores frutos del pecado es creernos mejores que los demás y con derecho a condenarlos. Aunque la Ley nos muestre que somos pecadores, siempre pensamos que los otros son más pecadores. Dado que no podemos ver el corazón de otra persona, desconocemos su realidad, y las dificultades que haya tenido que enfrentar, por eso no podemos saber qué habríamos hecho en su lugar. En el Evangelio Dios nos otorga su perdón infinito, sin condiciones, solo por gracia. Por lo tanto, ¿por qué habríamos de juzgar a nuestros semejantes? No juzguemos ni condenemos.

El corazón endurecido por el pecado es rencoroso y vengativo. Queremos que todo el peso de la Ley caiga sobre quien nos ofendió o dañó, pero olvidamos que "el que a hirro mata, a hierro muere". El Evangelio nos asegura que la justicia de Dios jamás falla. Dejemos libre nuestra conciencia y nuestro corazón, así como a quien nos ofendió, poniéndolos en las manos de Dios. El rencor es veneno, pero el perdón es medicina para el alma. Por lo tanto, ¿por qué envenenarnos? No guardemos rencor ni resentimientos.

"Pero si el Espíritu los guía, entonces ya no estarán sometidos a la ley." Gálatas 5.18

viernes, 1 de diciembre de 2017

Pasivos ante Dios

"Éste es el mensaje del Señor para Zorobabel: No depende del ejército, ni de la fuerza, sino de mi Espíritu, dice el Señor todopoderoso." Zacarías 4.6

Condicionados, como estamos, por el activismo y el deseo de logros, solemos considerar la pasividad como un defecto. Pensamos que nosotros debemos hacer, realizar y conseguir. A lo sumo pedimos a Dios la fuerza para alcanzar nuestras metas, pero en última instancia el realizarlas está en nosotros. Sin embargo, Dios nos llama a reposar en Él, a confiar nuestros anhelos, nuestras tareas, nuestra vida entera, en sus manos amorosas. La agitación nos impide percibir el refrescante soplo del Espíritu; solamente la quietud nos permite percibir la armonía, la belleza y la justeza de la acción de Dios en todo el universo.

"Dios, según su bondadosa determinación, es quien hace nacer en ustedes los buenos deseos y quien los ayuda a llevarlos a cabo." Filipenses 2.13


El magnetismo puede servirnos como un ejemplo ilustrativo. Si acercamos dos polos positivos, éstos se repelen. La atracción pasa siempre desde el polo positivo al polo negativo y nunca de otra forma. Dios es el eterno positivo, y si nos esforzamos por ser positivos, en el sentido de la ilustración, lo que hacemos es volvernos reactivos a la acción divina. Contrariamente, cuando permanecemos pasivos, o "negativos" (en el sentido que tiene en la corriente magnética), nos hacemos receptivos a la inspiración de Dios, al bien de las oraciones de otras personas y todo el bien que el Padre derrama generosamente en el Universo.