viernes, 29 de octubre de 2021

Juicio justo

"[...] cuando el Señor Jesús se manifieste desde el cielo con sus poderosos ángeles, entre llamas de fuego, para darles su merecido a los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Éstos sufrirán el castigo de la destrucción eterna, y serán excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, el día que venga para ser glorificado en sus santos y admirado por todos los que creyeron. Y ustedes han creído a nuestro testimonio." 2 Tesalonicenses 1.7-10

Un águila estaba posada sobre el pico de un peñasco esperando por la llegada de las liebres. Pero la vio un cazador y, lanzándole una flecha, le atravesó el corazón. Viendo el águila, entonces, que la flecha estaba construida con plumas de su propia especie exclamó: - ¡Qué tristeza terminar mis días por causa de mis plumas! Más profundo es nuestro dolor cuando nos vencen con nuestros propios pecados.

Cuando el apóstol Pablo escribió la segunda epístola a los Tesalonicenses, su propósito no era asustarlos ni amenazarlos con el juicio de Dios, sino darles ánimo. Así como los cristianos de Tesalónica, también nosotros pasamos por dificultades, tribulaciones y dolores. Y no tardamos en achacar la responsabilidad a otras personas, al diablo o incluso a Dios. Nos parece que, por ser cristianos, deberíamos estar libres de los males que el pecado ha traído al mundo.



Jesucristo llevó todos los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, pagó la condenación de los pecados al derramar su sangre en la Cruz; resucitó de entre los muertos y así ha completado la obra de salvación para hacernos justos delante del Padre. El Señor promete vencer por completo el mal, al retornar "a juzgar a los vivos y a los muertos" todas las cosas, en él, son restauradas a su inocencia original: los malos son castigados y los buenos premiados. Pero, ¿quién es bueno? La respuesta es: los que escuchan y creen la Palabra del Señor. "Al que oye mis palabras, y no las obedece, no lo juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue, y es la palabra que he hablado; ella lo juzgará en el día final" (Juan 12.47-48).

viernes, 22 de octubre de 2021

¡Bendeciré al Señor con toda mi alma!

"¡Cuán grande eres, Señor y Dios mío! Te has vestido de gloria y esplendor; te has envuelto en un manto de luz. ¡Tú extendiste el cielo como un velo! ¡Tú afirmaste sobre el agua los pilares de tu casa, allá en lo alto! Conviertes las nubes en tu carro; ¡viajas sobre las alas del viento! Los vientos son tus mensajeros, y las llamas de fuego tus servidores." Salmos 104.1-4

"¡Bendeciré al Señor con toda mi alma! ¡Cuán grande eres, Señor y Dios mío! Te has vestido de gloria y esplendor!" La mayoría de nosotros ha aprendido que Dios es majestuosamente trascendente y que nada en este mundo es digno de Él. Para percibir la presencia y las bendiciones del Señor, debemos rechazar el mundo y elevar nuestro corazón a los cielos etéreos, donde un día disfrutaremos de un gozo glorioso... Esta forma de pensar y sentir puede ser buena para los misterios gnósticos, pero es totalmente ajena al cristianismo.

Sin duda, Dios es glorioso, majestuoso y soberano. Pero manifiesta su gloria, su amor y su bondad en la belleza de toda su creación. Además de la omnipotencia, la creación manifiesta otro atributo divino al que rara vez prestamos atención; la omnisciencia o sabiduría divina. "¡Cuántas cosas has hecho, Señor! Todas las hiciste con sabiduría". La bella creación también expresa su omnipresencia en la sustancia de todo lo que vemos: "¡la tierra está llena de todo lo que has creado!"


No, amar y servir a Dios no tiene nada que ver con alejarse de este mundo o rechazar la creación. Se trata, más bien, de todo lo contrario. Creer en Dios y amarlo significa amar y cuidar todo lo que él creó “y vio que era muy bueno”. La genuina espiritualidad cristiana se fundamenta en la vida, el ministerio y el ejemplo de Jesús, quien dio por sentado ser uno de nosotros, vivir y cuidar la tierra y servir a toda la creación con bondad y justicia, especialmente a aquellos que son despreciados y marginados.

viernes, 15 de octubre de 2021

No estás lejos del Reino de Dios

"Uno de los escribas, que había estado presente en la discusión y que vio lo bien que Jesús les había respondido, le preguntó: «De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?» Jesús le respondió: «El más importante es: “Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno.” Y “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” El segundo en importancia es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento más importante que éstos.»" Marcos 12.28-31


Nunca antes como ahora la bandera del amor se eleva tan alto. El mensaje de Jesús es solo amor. Dios no es creador ni soberano, es relación. Jesucristo no es Dios, mucho menos Salvador, porque la salvación es amor. El Espíritu Santo es solo otro nombre para el amor entre personas. El evangelio, entonces, consiste en fomentar relaciones de tolerancia, convivencia y beneficencia. Ser cristiano, en definitiva, es ser un "buen vecino".


Dicho así, esto suena chocante, pero esto es lo que se proclama como "las sencillas enseñanzas de Jesús". La trampa de este falso evangelio, escondido bajo tanto amor y dulzura, es que nos lleva directamente a la condenación de la Ley. ¡Tanto hablar sobre el amor no es más que pura Ley, sin una pizca de Evangelio! Esto nos hace creer que podemos producir ese amor perfecto y, lamentablemente, nos lleva a la hipocresía o la desesperación.


No hay forma de amar a "Dios con todas tus fuerzas" con nuestras propias fuerzas. Tampoco hay forma de amar a "tu prójimo como a ti mismo" con nuestro amor propio. ¡Solo Cristo puede hacer eso! El Señor Jesús llevó todos los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, pagó la condenación de los pecados al derramar su sangre en la Cruz; resucitó de entre los muertos y así ha completado la obra de salvación para hacernos justos delante de Dios. En Cristo, justicia de Dios, la Ley se cumple perfectamente; y sólo en él, puro amor de Dios, podemos amar como Dios lo requiere. Esta es, de hecho, la verdad, si la entiendes "no estás lejos del reino de Dios".




viernes, 8 de octubre de 2021

Tu amor, Señor, está siempre delante de mí

"En ti, Señor, confío firmemente; examíname, ¡ponme a prueba!, ¡pon a prueba mis pensamientos y mis sentimientos más profundos!" Salmos 26.1-2

Quién más quién menos, todos estamos escandalizados por las injusticias que nos rodean. Sin embargo, si somos sinceros, sólo nos conmueven si nos afectan directamente. Oramos y clamamos a Dios por justicia, a menudo ignorando u ocultando que nosotros mismos somos responsables de acciones y estructuras injustas. Nos cuesta reconocer que la injusticia del mundo es, en mayor o menor grado, una proyección de nuestra propia injusticia. Sin el menor asomo de vergüenza, solemos pensar y decir: "Lavadas ya mis manos y limpias de pecado,quiero, Señor, acercarme a tu altar".


Es muy humano querer justificarnos. Nuestro estándar de santidad e integridad es el pecado de los demás y no la perfección de Dios. Es por eso que caemos fácilmente en la trampa de la justicia propia. Dentro de nuestro pequeño corazón fariseo vive la fantasía de que cumplimos la ley de Dios y somos moral y espiritualmente mejores que el resto de la humanidad. Sin el menor asomo de vergüenza, solemos pensar y decir: "Jamás conviví con los mentirosos ni me junté con los hipócritas. Odio las reuniones de los malvados; ¡jamás conviví con los perversos!"


Dios no nos dejó a oscuras ni a tientas. Filósofos, políticos y religiosos no son la respuesta, El Señor "nos habló por medio del Hijo, a quien hizo heredero de todas las cosas y por quien hizo el universo". Ciertamente, Dios está preocupado por nuestra conducta moral, especialmente cuando se trata de nuestras relaciones con otras personas. El Señor no está interesado en reglas abstractas e inhumanas, sino que nos exhorta a amarnos los unos a los otros sin restricciones ni imposiciones. El Padre bueno nos dio a su Hijo para recordarnos que somos, en él, hijos e hijas amados, acogidos y llamados a jugar en la alegría de la reconciliación. Esa es la justicia de Dios: amor incondicional manifestado. Sin ninguna vergüenza, sí podemos decir: Cristo es mi justicia, y soy libre para amar como él ama.




viernes, 1 de octubre de 2021

Denles ustedes de comer

"Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban. Como ya se hacía de noche, los discípulos se le acercaron y le dijeron: —Ya es tarde, y éste es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida. Jesús les contestó: —No es necesario que se vayan; denles ustedes de comer. Ellos respondieron: —No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados. Jesús les dijo: —Tráiganmelos aquí." Mateo 14.14-18


Nuestra vida, en las condiciones actuales, es demasiado agitada. Las relaciones con la comunidad, la familia, el trabajo y la vida personal se han convertido, para la mayoría de nosotros, en obligaciones pesadas y agotadoras. Al leer el pasaje de hoy, nos damos cuenta de que no fue diferente para Jesús y sus discípulos. Cansados de la agotadora actividad, deseaban retirarse para tener tiempo para descansar y recuperar fuerzas.


Mientras Jesús y sus discípulos habían ido en bote a un lugar apartado, la gente siguió caminando alrededor del lago y llegó al lugar adonde habían llegado. Habría sido justificado que se enojaran y quisieran negarse a servir a los que buscaban la ayuda de Cristo. Sin embargo, se nos dice que Jesús "sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban".




Aunque las exigencias de la vida cotidiana son muchas veces muy pesadas para nosotros, tanto que lo único que queremos es huir a un lugar aislado, Jesús sigue exhortándonos "denles ustedes de comer". Las buenas obras no nos ganan ningún favor especial de Dios, Él nos da todo por pura gracia en Jesucristo, y a través de Jesucristo. Jesucristo, Dios mismo, cargó con todos los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, fue condenado por todos los pecados al derramar Su sangre hasta morir en la Cruz; se levantó de entre los muertos y así ha completado la obra de salvación para hacernos justos delante del Padre. Pero la fe nos está transformando cada vez más a la imagen de Cristo, y se manifiesta en un amor práctico y compasivo. No servimos por deber, ni siquiera por gratitud, sino por amor y en perfecta libertad, al igual que el Maestro.