viernes, 22 de noviembre de 2019

Un final feliz

Los relatos novelados suelen atrapar nuestra atención, incluso si no se trata de nuestro género preferido de lectura, porque hacen eco en nuestras experiencias de vida. Todos hemos tenido alguna intriga que resolver o una historia de amor azaroso, todos hemos pasado por algún peligro o sufrido la enfermedad de un familiar o en carne propia. Pero lo que más atrae de las novelas no es su trama tejida en los hechos de la vida, sino que generalmente tienen un final feliz.


La vida real no es una novela, y nuestras dificultades no necesariamente se resuelven del modo que deseamos. Es más, todas las dificultades, tribulaciones y dolores que sufrimos tienen un solo y único origen: el pecado. Y ese es un problema que no podemos resolver por nosotros mismos. Cuanto más intentamos subyugar el pecado y sus efectos, más se fortalece, ¡es tan frustrante!

La ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” Juan 1.17

Para revelarnos su carácter y su justicia, Dios se apareció a Moisés en una zarza ardiente, y le dio su Ley sobre el monte Sinaí, una ley justa y buena, pero totalmente imposible de cumplir por nuestra parte. Entonces la Ley, santa y perfecta, sirvió para revelar y revelarnos nuestro pecado. ¿Qué hacer, a dónde ir? Pues Dios, en su infinita bondad y amor, no nos dejó a la deriva, sino que escribió su “final feliz” con la eterna tinta de la sangre de Jesucristo. Así, sin importar los avatares que la vida nos traiga, podemos tener certeza de que en Cristo Dios siempre nos llevará a buen término.

"Porque el cumplimiento de la ley es Cristo, para la justicia de todo aquel que cree." Romanos 10.4

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