viernes, 13 de noviembre de 2020

Para todos

«Yo no fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» Mateo 15.24


El espíritu egoísta, estrecho y exclusivista no era posesión exclusiva de los fariseos, ni es algo que permaneció en el pasado. Si bien confesamos desde fuera que la justicia no es nuestra, sino que la recibimos por pura gracia a través de la fe, en la práctica creemos que somos mejores que los demás y juzgamos a nuestro prójimo sin compasión alguna. Jesús, usando su pedagogía única, confrontó a sus discípulos con los pensamientos oscuros de sus corazones, que a menudo también son los nuestros.

Una pobre mujer extranjera, cuya hija estaba enferma, creía que Jesús podía curarla. Venciendo el miedo, la vergüenza y el estigma, se acercó y suplicó. Sorprendentemente, Jesús la rechazó y despreció. Pero, lejos de ser desanimada, la mujer demostró una fe inquebrantable en el Hijo de Dios. Con gran compasión y admiración por la fe de esta mujer, Jesús sanó inmediatamente a su hija.



No somos los dueños de la Buena Nueva de Jesús, ni los jueces del mundo. Somos simplemente testigos. Sin Jesús, también nosotros somos pobres, extranjeros y enfermos. Por tanto, no es nuestro trabajo decir quién es digno y quién no, sino anunciar a todos que en Jesús hay perdón gratuito, paz y salud.

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