viernes, 19 de noviembre de 2021

Bendeciré al Señor, que me aconseja

"Tú, Señor, eres mi copa y mi herencia; tú eres quien me sostiene. Por suerte recibí una bella herencia; hermosa es la heredad que me asignaste. Por eso te bendigo, Señor, pues siempre me aconsejas, y aun de noche me reprendes." Salmos 16.5-7


Nuestras almas aspiran a más de lo que perciben los sentidos. Nuestros corazones están llenos de un intenso deseo de receptividad y aspiración espiritual. Sin embargo, las respuestas que tendemos a buscar son insuficientes e insatisfactorias; los placeres, las distracciones y la fuga no pueden satisfacer los anhelos del corazón humano. "Cuídame, oh Dios, porque en ti confío. Yo declaro, Señor, que tú eres mi dueño; que sin ti no tengo ningún bien".


¿Cómo se puede satisfacer este deseo? Permaneciendo en silencio todos los días y escuchando la voz quieta del Espíritu, ese deseo se puede cumplir. En esta soledad interior podemos aprender el idioma del Padre y descubrir cómo ser sensibles a los principios que promueven el desarrollo espiritual. "Por eso te bendigo, Señor, pues siempre me aconsejas, y aun de noche me reprendes. Todo el tiempo pienso en ti, Señor; contigo a mi derecha, jamás caeré".




Cuando ponemos nuestra confianza en Dios, entramos en un estado de entusiasmo en lugar de amargura del alma. Agradecemos al Señor por la respuesta a la oración en lugar de llorar y recordar la aflicción y la necesidad. Es en Dios, y solo en él, donde encontramos sabiduría, alegría, justicia y paz. "Tú me enseñas el camino de la vida; con tu presencia me llenas de alegría; ¡estando a tu lado seré siempre dichoso!"


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