viernes, 12 de noviembre de 2021

Hijos del Dios Altísimo

"Ustedes deben amar a sus enemigos, hacer el bien y dar prestado, sin esperar nada a cambio. Grande será entonces el galardón que recibirán, y serán hijos del Altísimo. Porque él es benigno con los ingratos y con los malvados. Por lo tanto, sean compasivos, como también su Padre es compasivo." Lucas 6.35-36




Todos los cristianos hemos enfrentado, una o muchas veces, a la acusación de hipocresía. No hace falta mucha perspicacia para darse cuenta de que ninguno de nosotros alcanza el estándar del carácter divino. Somos carnales y fallidos, esa es nuestra naturaleza. De nuestro corazón carnal solamente salen "los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez". Pero la mentalidad mundana exige una norma de santidad que no es de Dios, exige perfección moral y acciones inmaculadas, exige... exige y sigue exigiendo. Esta es la táctica del diablo.


La norma de santidad que Jesús nos propone no se alcanza con esfuerzo o ascetismo, sino con fe en el que llama. Nuestra seguridad no descansa en nosotros, se aferra a la obra de Cristo. Jesucristo, Dios mismo, cargó con todos los pecados del mundo a través del bautismo que recibió de Juan el Bautista, fue condenado por todos los pecados al derramar Su sangre hasta morir en la Cruz; se levantó de entre los muertos y así ha completado la obra de salvación para hacernos justos delante del Padre. Basado en esta justicia de Dios por nosotros, Él también actúa en nosotros para transformarnos. La santidad es relación; relación con Dios, en Cristo, por medio del Espíritu Santo. Relación que se manifiesta en las relaciones con nuestro prójimo. "Por tanto, sean compasivos, así como su Padre es compasivo".


Ante la tentación de juzgar, de creer que somos mejores que los demás, Jesús nos recuerda que somos hijos e hijas de Dios por gracia, testigos de su amor infinito e incondicional. Ante la tentación de condenar a quienes piensan o adoran de manera diferente a nosotros, Jesús nos exhorta a llamar, incluir y abrazar a todos sin distinción, especialmente a los marginados y despreciados. Frente a la tendencia a reclamar nuestros propios derechos y a guardar resentimientos por el fracaso, Jesús nos manda a perdonar como fuimos perdonados. "Grande será la recompensa que recibirán y serán hijos del Dios Altísimo".

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