viernes, 5 de mayo de 2017

Volvernos niños

"Les aseguro que si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos." Mateo 18.3

Al escuchar esas palabras de Jesús es seguro que a muchos de nosotros nos vienen a la mente imágenes de inocencia infantil, de ternura y bondad inmaculadas. Es posible que esa imagen de la niñez sea válida para la publicidad, para los cuentos de hadas y para la imaginación de quienes no tienen hijos. Quien ha convivido con niños sabe muy bien que éstos pueden ser, y de hecho son, egoístas, maliciosos y para nada tiernos o inocentes.

Fuera de las beaterías literarias o cinematográficas, podemos percibir que Jesús era muchas cosas menos ingenuo. Los seres humanos somos exactamente los mismos que hace dos mil años, los mismos desde el inicio de la especie. Podemos pensar que los niños que rodeaban a Jesús eran como esos cuadros clásicos, inocentes, rechonchitos y angelicales. Pero no. A diferencia de la televisión, las vacunas y los teléfonos inteligentes, los niños de entonces eran iguales a los de ahora. Entonces, ¿por qué diría Jesús que si no nos volvemos como niños no entraremos al reino de los cielos?


Los adultos vemos y entendemos el mundo a partir de las diferencias. Observamos, analizamos, diferenciamos, separamos e individualizamos. Ponemos nombres a las cosas y las etiquetamos, creando así un catálogo que nos permite ordenar los objetos, los hechos y las personas de acuerdo con el valor que les asignamos. Para nosotros, los adultos, la verdad consiste en establecer claras diferencias, en separar un evento de otro y poder decir: ¡esto es así!

Los niños, en cambio, ven el mundo a partir de sus similitudes, de las características parecidas y compartidas. Los niños ven, aprehenden, comparan, juntan y sintetizan. Con una única palabra pueden abarcar todo un universo de objetos, hechos y personas relacionados entre sí por características comunes. Para los niños todo tiene valor, porque está presente. Para los niños, la verdad consiste en compartir, en juntar, en vivir y en jugar, y en poder decir: ¡todo está aquí!

El teólogo y poeta brasileño Rubem Alves escribió: «Los niños están jugando. Uno de ellos estira el dedo hacia otro y dice:
—“!Bang! Te maté”. Y el otro cae al suelo, en los estertores del hacer como si...
Los adultos están jugando. Uno de ellos apunta el arma hacia otro y “¡Bang!”. “Yo te maté.” Y el otro cae, muerto.
El juego de los niños termina con la resurrección universal de los muertos.
El juego de los adultos termina con la sepultura universal de los muertos.
La resurrección es el paradigma del mundo de los niños. Del mundo de los adultos nace la cruz pues solamente los que lo toman en serio se transforman en verdugos.»

"Les aseguro que el que no acepta el reino de Dios como un niño, no entrará en él." Marcos 10.15

Jesús nos reta a cambiar nuestra manera de ver a Dios, a nosotros mismos, al prójimo y al mundo entero. Él nos invita a volvernos como niños y empezar a vivir la comunión con todo y con todos. Dejando de lado nuestra ilusión de separación y exclusivismo, dejémonos llevar a la plenitud del Espíritu, el reino de los cielos que no consiste en una existencia etérea sino en la visión de que todo en el universo, también cada uno de nosotros, está unido y existe para la gloria de Dios.

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