martes, 4 de julio de 2017

Morir al ego

"Señor, no es orgulloso mi corazón, ni son altaneros mis ojos, ni voy tras cosas grandes y extraordinarias que están fuera de mi alcance. Al contrario, estoy callado y tranquilo, como un niño recién amamantado que está en brazos de su madre. ¡Soy como un niño recién amamantado!" Salmos 131.1-2

Una expresión que usamos frecuentemente en la práctica de la oración es la de «morir al ego» o «negar el yo», pero, ¿qué significa eso de manera concreta? ¿Por qué es tan importante para el seguimiento de Jesús y la disciplina espiritual? Alguien dijo una vez: «El silencio no es la ausencia de ruido sino la ausencia de ego».


Morir al ego no es algo que sucede una vez y para siempre. Es una disposición que va madurando como fruto de la gracia. Es la obra de la cruz en nuestras vidas. Cuando somos despreciados o calumniados y no nos irritamos por ello; cuando se malinterpretan nuestras intenciones o nos ponen en ridículo, pero lo soportamos por amor del Señor; cuando nuestras opiniones y valores son insultados, y nos refugiamos en la presencia de Dios; entonces sabemos que la cruz actúa en nuestras vidas y estamos muriendo al ego.

"Y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí." Gálatas 2.20

Negar el propio yo y estar crucificado al mundo, es dejar de buscar lo que no es Dios ni su voluntad. La fama, la fortuna y la justicia propia, y el reconocimiento de la gente, dejan de ser nuestro interés y objetivo. Morir al ego es reconocer que Dios pone las reglas y guía en el camino. Ser manso, humilde y dispuesto a ser corregido solamente es posible cuando negamos el yo. Sin morir al ego es totalmente imposible ser discípulo de Cristo.

"[Jesús] les dijo a todos: — Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame." Lucas 9.23

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