viernes, 4 de septiembre de 2020

Quien espera no desespera

[...] se volvieron al Dios vivo y verdadero, para servirlo y esperar de los cielos a Jesús, su Hijo, a quien Dios resucitó de los muertos, y que es quien nos libra de la ira venidera." 1 Tesalonicenses 1.9-10

A veces pareciera que la fe es solamente un accesorio de nuestra vida. Funciona bien los domingos de mañana, pero no tiene ninguna trascendencia en nuestra vida cotidiana. Esa fe sirve para pintar bellos paisajes en un cielo lejano, sin dar una pincelada siquiera a lo que nos rodea aquí y ahora. Esa fantasía de la mente no es fe en modo alguno, es tan sólo un fantasma.



La fe cristiana es una confianza real en los hechos poderosos de Dios y en sus promesas, según las Escrituras. No es una quimera creada por nuestra imaginación; es la certeza creada por el Espíritu Santo por medio de la palabra de Dios. Es por eso que la fe verdadera produce esperanza real, paz y alegría. Tanto la fe, como la esperanza y el amor no dependen de nuestra capacidad, sino de la pura gracia de Dios, por los méritos de Cristo.

Todo en el mundo es incierto. Todo pasa, nada permanece. Si ponemos nuestra confianza y nuestra esperanza en lo perecedero, ciertamente seremos defraudados. Pero si nuestra esperanza está en Cristo, podemos estar seguros que veremos el cumplimiento de las promesas del Señor. "Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado" (Romanos 5.5).

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