lunes, 2 de junio de 2025

El que me ama, obedecerá mi palabra

"Jesús le respondió: «El que me ama, obedecerá mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y con él nos quedaremos a vivir. El que no me ama, no obedece mis palabras; y la palabra que han oído no es mía, sino del Padre que me envió.
Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes. Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo. Ya me han oído decir que me voy, pero que vuelvo a ustedes. Si ustedes me amaran, se habrían regocijado de que voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Y les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, ustedes crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, pues viene el príncipe de este mundo, que ningún poder tiene sobre mí. Pero para que el mundo sepa que amo al Padre, hago todo tal y como el Padre me lo ordenó." Juan 14:23-31a.



Vivimos en una época que exalta el amor. Todo es amor. Todo es con amor. Todo es por amor. Pero no es el amor del que Jesús habló, dio testimonio, y demostró. El "amor mundano y light" o "amor superficial" es un tipo de amor (si es que podemos llamarle así) que es egoísta, efímero y sin compromiso. Se caracteriza por la búsqueda de placeres carnales, materialismo y vanagloria.

El amor nos conduce a identificarnos con Dios, porque a través del amor crecemos hasta la “estatura de Cristo”, donde disfrutamos la plena comunión con Dios, que es amor divino. Pero no es cualquier amor el que nos une a Dios, la obediencia a su Palabra es la prueba infalible del amor a Cristo. «Si alguien me ama, cumplirá mi palabra». Como dijera, de modo muy conciso y práctico Dietrich Bonhoefer: «Cristo ha hablado; suya es la palabra, nuestra la obediencia».

El amor divino, que no es otra cosa que la obediencia a su Palabra, no puede ser iniciado, ni aumentado, ni mantenido por nosotros mismos, sino que es una obra del Espíritu Santo, de principio a fin. Su presencia en nosotros nos convence de la omnipresencia de Cristo, de modo que ya no hay lugar en nuestro corazón para otro Señor que no sea Cristo. Del mismo modo que Jesús, nuestro testimonio debería ser: «Pero para que el mundo sepa que amo al Padre, hago todo tal y como el Padre me lo ordenó».

El Espíritu Santo nos llena de poder para afrontar los desafíos de la vida de fe con valentía, con la certeza de que no estamos solos ni desamparados. Al vivir en obediencia a la Palabra de Dios, expresamos la verdad, y experimentamos al Espíritu Santo a actuando por nosotros y en nosotros. La alegría que sentimos cuando, a través de la consciencia naciente del Espíritu Santo en nuestra mente y corazón, nos damos es un anticipo del gozo eterno que nos espera en la plena presencia de Dios.

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