Todos nuestros pensamientos están constituidos por dos elementos fundamentales, conocimiento y sentimiento.
Un pensamiento consiste de una parte de intelección con una carga emocional, y es el sentimiento que lo acompaña lo que da poder al pensamiento. No importa cuán profundo o importante pueda ser el contenido intelectual, si no hay emoción el pensamiento será estéril.
Por el contrario, carece de importancia lo insignificante que pueda ser el contenido conceptual y racional, si existe una gran carga de sentimientos el pensamiento será activo. No hace tanta diferencia si el contenido intelectivo es correcto, o no tanto desde el punto de vista epistemológico, como si estamos convencidos de que es correcto.
Es lo que realmente creemos lo que hace la diferencia; un concepto que tenemos sobre cualquier asunto puede resultar completamente falso, pero si creemos que es cierto, tendrá el mismo efecto que si fuera totalmente verdadero, y la intensidad de ese efecto dependerá a su vez de la carga emocional que lo acompañe.
"Me mostrarás el camino de la vida. Hay gran alegría en tu presencia; hay dicha eterna junto a ti." - Salmos 16.11
Cuando comprendemos esa ley de nuestro pensamiento, comenzamos la entender la importancia de aceptar la verdad con alegría en toda fase de nuestra experiencia.
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