viernes, 27 de marzo de 2015

Leer en el Libro

A modo de introducción y aclaración digo de antemano que soy un seguidor de Jesús, el Maestro de Galilea. Jesús fue un semita del sur de Siria, un auténtico semita, y entiendo sus palabras, sus hechos y su persona en ese contexto cultural y espiritual. Sus primeros discípulos vieron en Jesús el cumplimiento de sus expectativas mesiánicas, y leo sus escritos teniendo eso en cuenta. Considero a la Biblia como una colección de escritos, y no dudo ni un instante en leerla usando para entenderla todas las reglas de la gramática, la estilística y la retórica. Expresado así, quizá alguna persona me califique como un intelectual liberal; sin embargo, este método de lectura es llamado histórico – gramatical y es el método usual de interpretación judía, lo fue en la época patrística y se solidificó en la Reforma Protestante. 


La lectura de la Biblia siempre ha presentado algunos problemas derivados de su propia estructura, de su lenguaje, y de sus declaraciones. Muchos de estos problemas no son inherentes al texto, sino a la óptica propia de los lectores. Lamentablemente, la Biblia no se lee como se leería cualquier otro escrito, más bien se va a ella de una forma mágica, oracular, que fuera de ser reverente es, en realidad, una tergiversación de significados para acomodarlos a una cierta visión particular. 

Este breve artículo no pretende ser una “fórmula infalible” para la lectura e interpretación del texto bíblico. Es una tentativa, y una invitación al equilibrio; es una búsqueda respetuosa, tal vez ingenua, de las múltiples voces que hacen eco en las Escrituras sagradas. No es más que un punto de vista, uno entre tantos, limitado, falible y superable, pero sobre todo honesto. 

Partiremos de tres declaraciones basales, a modo de fundamento, sobre el texto bíblico y, a partir de ellas, intentaremos establecer un parámetro de lectura que nos permita encarar en texto en sí mismo, sin adiciones, sin intereses espurios, sin traiciones: 1) la Biblia no es un libro, es una colección; 2) no existe una conexión lineal y formal entre todos los libros que la conforman; 3) la colección no es plana, sino que en ella se encuentran textos normativos, y otros simplemente casuales.

La Biblia no es un libro, es una colección:

Biblia es un término originado de la griega βιβλίον (biblíon), que significa rollo, papiro o libro, y de la expresión griega τὰ βιβλία τὰ ἅγια (ta biblía ta hágia), que significa los libros sagrados. La Biblia es una colección de libros considerados sagrados por el judaísmo (sólo la parte que nosotros conocemos como Antiguo Testamento) y por el cristianismo.

La Biblia es el libro más difundido de todos los tiempos. Ha sido escrita originalmente en hebreo, arameo y griego, y actualmente se encuentra traducida en más de 2500 idiomas, y disponible en diversas versiones, debido a los diferentes traductores.

El primer libro de la Biblia, el Génesis, fue escrito alrededor del 1250 a.C., y el último libro, el Apocalipsis, alrededor del 67-69 d.C. La Biblia fue escrita por un gran número de personas en un período de cerca de 1300 años, y pasó por muchas reformulaciones y trabajos de redacción hasta llegar a las formas textuales que se tomaron como canónicas.

La colección consta formalmente de 66 libros en las ediciones protestantes, 73 libros en las ediciones católico romanas, y 76 libros en las ediciones orientales, divididos en dos grupos principales: el Antiguo y el Nuevo Testamento. Testamento (b'rith en hebreo) significa alianza, pacto o convenio.

El cánon rabínico del Antiguo Testamento contiene 39 libros, pero los judíos orientales aceptan un cánon que incluye 7 libros más y los caraítas solamente aceptan como canónicos los 5 rollos que forman la Torá, que cuentan historias relacionadas con la creación del mundo y de todos los acontecimientos del pueblo de Israel, de los hebreos.

El canon del Nuevo Testamento tiene 27 libros, todos escritos después de la vida, obra y enseñanzas de Jesús de Nazaret. El Nuevo Testamento contiene los Evangelios, que presentan un relato teológico y catequético de la historia de Jesús, abarca los acontecimientos durante su vida, su mensaje, su muerte, su resurrección; y después de su muerte, las cartas apostólicas, que presentan la historia de los primeros cristianos.

Todo lo que hemos dicho anteriormente es conocido y aceptado formalmente por la mayoría de los lectores de la Biblia, pero en la práctica es negado y substituido por una lectura plana que considera a la Biblia como un texto unificado y monolítico que bajó del cielo de manera milagrosa. Dicho de ese modo puede sonar sarcástico, sin embargo basta observar la forma de lectura e interpretación usual en los grupos religiosos, cuanto más “fundamentalistas” peor, para darnos cuenta de la veracidad de la afirmación.

Cuando nos acercamos a la Escritura conscientes de que la Biblia no es un libro unificado, sino una colección de textos de diferentes autores, escritos en diferentes épocas, en circunstancias diversas, con multiplicidad de estilos y recursos, lo hacemos sin la intención de hacerle decir lo que el texto no dice, y dejamos que esa abigarrada biblioteca se nos muestre con todo su colorido, con todas sus voces, con toda su fuerza.

No existe una conexión lineal y formal entre todos los libros que conforman la Biblia:

Un mito muy extendido en los círculos que consideran a la Biblia como un libro sobrenatural y mágico es aquel de la “armonía de tapa a tapa, de Génesis a Apocalipsis”; mito que, allende de irreal, ha traído profundo descrédito a las Escrituras y no pocas decepciones. Las mismas Escrituras no enseñan, ni reclaman, la tal pretendida “armonía de tapa a tapa”.

No hay una conexión lineal – temporal entre los textos que componen la colección bíblica. La ilusoria linea histórica es una construcción literaria debida a la creatividad de los monjes medievales y perfeccionada por los teólogos de la Reforma. El orden que ocupan los libros bíblicos en las ediciones actuales (especialmente las protestantes) nada tiene que ver con su contexto histórico, social y teológico original.

Tampoco hay una conexión formal en los escritos bíblicos. Las Escrituras están formadas por los más diversos estilos y formas literarias, sin contar las diferencias de vocabulario y uso lexical.

Pretender una sucesión uniforme de significados y significantes que estarían presentes a lo largo de toda la Biblia es, al menos, una idea bastante pueril y fantasiosa. Si a eso le sumamos el lapso temporal, espacial y cultural que nos separa del pueblo en que originaron los textos, empezamos a percibir el abismo que se nos abre para una comprensión lisa y llana a primera vista.

Al leer las Escrituras bíblicas debemos tener en cuenta la extensión de tiempo que llevó su composición: que la mayor parte de su material fue primero transmitido de forma oral y recopilado de diversas fuentes, luego sometido a numerosos procesos redaccionales hasta adquirir más o menos la forma en que los conocemos. El idioma, así como la cultura del pueblo, cambió mucho entre los primeros y los últimos escritos, por lo tanto el uso del vocabulario y sus significados pragmáticos no son siempre los mismos. En la Biblia nos encontramos diversos géneros literarios, y cada uno de ellos debe ser leído según corresponda a sus cualidades formales, no se puede leer poesía como si se tuviese ante los ojos un inventario de ganado...

Si todo lo anterior no fuese bastante, es necesario estar conscientes de las innumerables manipulaciones y francas falsificaciones a las que el texto bíblico ha sido sometido durante siglos:

a) Escritores bíblicos falsearon mensajes de Jesús o de los profetas. Por ejemplo, Pablo cambió el mensaje de Jesús para adaptarlo a las exigencias de la cultura helenista. O los escribas que distorsionaron los mensajes de los profetas hasta hacerlos decir lo contrario, algo totalmente demostrable con comparaciones en el Antiguo Testamento.

b) Revisores eclesiásticos o sacerdotes del tiempo del Antiguo Testamento falsificaron los textos – algo que es difícil de demostrar detalladamente, ya que solamente contamos con el texto canónico. Por ejemplo, cuando Jesús dijo, sobre esta roca voy a construir “mi Iglesia”: ¿Utilizó realmente la palabra “Iglesia”, u hombres de la Iglesia pusieron en su boca esa declaración? No se puede demostrar ni lo uno ni lo otro. ¿O lo dijo Jesús pero quiso decir algo muy distinto a lo que nos han hecho creer? La mayor parte se basa en indicios o teorías. Ya se falsificó muchas veces lo transmitido verbalmente antes de que se anotara algo – por ejemplo, con la persona de Moisés. Simplemente se le presenta totalmente diferente a lo que realmente fue, y por ejemplo se le atribuyó que Dios le había ordenado que hiciese sacrificios de animales.

c) Traductores tergiversan el sentido original mediante las traducciones – fácil de demostrar, ya que los “originales” están presentes. Muchas veces, sin embargo, es discutible cuál fue el sentido original. Inequívocamente, por ejemplo, es en la carta de Santiago donde claramente se habla de la “rueda del nacimiento”, una referencia a la reencarnación. La traducción unitaria alemana traduce de forma enmascarada, “circuito de la existencia” y Lutero simplemente inventa un nuevo sentido y traduce “todo el mundo”. La referencia a una rueda de renacimiento es tachada o eliminada.

d) La cuarta categoría es la “transmisión de falsas impresiones”. Un traductor tergiversa el sentido original del texto en una dirección determinada. No se puede probar que la traducción esté falsificada, pero lo está, dado que no se pregunta por el sentido original, sino que se que se saca del texto lo que se desea leer. Martín Lutero utilizó constantemente ese método, como por ejemplo cuando traduce una frase de Jesús: “El que tome la espada, deberá ser muerto por la espada” cuando en realidad dice “morirá” – una gran diferencia. La Iglesia católica romana probablemente que ha hecho de las transmisiones de falsas impresiones una norma que es vinculante por la instrucción de Juan Pablo II, del año 2001; ésta dice que en cada traducción hay que tener en cuenta la "enseñanza sobre la fe católica". Si en los siglos pasados también se trabajó así (lo cual es más que probable) entonces se confirma la teoría del teólogo Moris Hoblaj de que la Biblia es sobre todo el libro hecho a medida de la Iglesia.

e) Al fin y al cabo esto conduce a la quinta categoría de falsificaciones, la de las proyecciones de las propias opiniones o convencimientos sobre la Biblia. O sea, que para este tipo de lectores no son decisivas las palabras originarias de los textos de la Biblia para reconstruir el sentido original, sino que lo decisivo es que se pueda proyectar como fuere en la misma la enseñanza que vino más tarde y que ellos ponen como la verdad. De esa manera el mensaje de la Biblia se desvirtúa tanto que todo lector honesto de la Biblia se tendría que apartar escandalizado. Una proyección retroactiva de hechos no bíblicos en la Biblia la ejerce la Iglesia romana cuando quiere basar la instauración del papado por medio de las palabras de Jesús a Pedro, de que él era la "roca". A los protestantes, que antaño empezaron en el siglo 16 bajo el lema "volver a la Biblia", también les interesa en la actualidad cada vez menos las verdades que se encuentran en la Biblia.

La Biblia no es plana:

Esto se deriva de la primera declaración básica: la Biblia es una colección de libros y, como tal, en ella hay texto de mayor importancia y significación que otros; también hay libros que dependen de otros para ser entendidos; y, por supuesto, hay textos que fundamentan la lectura y la interpretación de otros.

Por ejemplo, los judíos dividen sus escritos sagrados en tres colecciones: Torá (la instrucción); Nebiim (los profetas); Ketuvim (los escritos). Al leer los textos, la Torá es normativa y fundante, solamente se puede obtener instrucción religiosa de ella; los Nebiim son intérpretes de la Torá y no pueden contradecirla; ya los Ketuvim contienen un testimonio de la vida cultual y la sabiduría del pueblo, por lo tanto no son fuente de dogma, ni interpretación del mismo.

Una lectura “cristiana” debería utilizar un esquema similar. Infelizmente observamos una realidad bien distinta en la cristiandad. Es terrible observar la ignorancia, el fanatismo y la obcecación de quienes se presentan a sí mismos como seguidores del Maestro de Galilea, algo que más bien es absurdo. La cristiandad es una religión acerca de Jesús, pero el cristianismo debería ser nada más y nada menos que la religión de Jesús.

Una lectura bíblica desde la óptica cristiana debe reconocer la centralidad de la persona, los hechos y las enseñanzas de Jesús. Las palabras de Jesús son la clave para la lectura cristiana de las Escrituras Bíblicas. Tomando como modelo la clasificación de la Tanaj judía podríamos proponer una clasificación bíblica de la siguiente forma: Los Evangelios (la buena noticia de Jesucristo) como texto normativo y fundante; el resto del Nuevo Testamento como intérprete del mensaje de Jesús para la comunidad; el Antiguo Testamento como ilustración de la vida comunitaria de seguimiento de Dios.

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