viernes, 13 de marzo de 2015

La Fuente de todo Ser

«El hombre no debe tener un Dios pensado ni contentarse con Él… Uno debe tener más bien un Dios esencial que se halla muy por encima de los pensamientos de los hombres y de todas las criaturas.» Meister Eckhart

La definición más general que nos da el diccionario sobre el vocablo DIOS es “ser supremo”, es una definición muy indefinida en verdad, una generalidad tan abierta que no nos dice nada en sí misma. Y cuando una palabra es indefinida, tenemos la tendencia a llenarla con nuestras propias categorías. Así ha sido con la palabra Dios en la mayor parte de las culturas; una palabra vacía transformada en recipiente de fantasías, temores y anhelos.

¿Qué entiende la gente por la palabra Dios? Es probable que la mayoría de los adultos sonría ante la caricatura de un hombre gigante, sentado sobre un trono brillante, observando al mundo y manejando “desde arriba” los hilos de nuestro destino; no obstante, basta escuchar con atención para percibir que, en el fondo, es exactamente eso lo que entienden por Dios.

No es de extrañar que muchos hayan propuesto abandonar toda búsqueda de Dios, suprimir el uso de la palabra, y negar cualquier posibilidad de conocer algo sobre Dios si acaso hubiese... y, eliminado el problema del Ser Supremo, suspirara aliviados: “¡Gracias a Dios!” Sea como fuere, todo ser humano posee una apertura hacia el misterio de toda existencia, un anhelo de sacralidad que clama por ser saciada.

La forma más primitiva de percepción de lo sagrado se relaciona a las necesidades vitales y al instinto de conservación. Es sagrado aquello que proporciona alimento, protección y satisfacción. Por cierto es una forma primitiva, egoísta e interesada, pero fuertemente presente en la religiosidad popular: Dios es la Persona, Poder o Fuerza que sacia las necesidades vitales.

El antropólogo rumano Mircea Elíade se refería a este fenómeno desde la observación de los pueblos antiguos y venía a afirmar que el ser humano es ante todo un ser mítico; por eso señala este autor que:
“la mayoría de los hombres sin religión comparten, a pesar de todo, pseudoreligiones y mitologías degradadas que no son sino supersticiones y sustitutivos de las religiones.”

Otra forma de concebir y definir al “ser supremo” es identificarlo con las fantasías fantasmagóricas surgidas del temor a lo desconocido. Dios es quien pone orden al caos. La vida, la existencia toda, es un misterio tan grande, tan incomprensible, que se necesita una fuerza divina para mantenerla bajo control y protegernos de ser devorados por su caótico devenir.

El fundador del psicoanálisis, el neurólogo austríaco Sigmund Freud, identificaba esa concepción de lo divino y de la religión con las neurosis infantiles: “Ni los demonios ni los dioses existen, son todos productos de las actividades psíquicas del hombre.”

La mayor parte de las religiones dogmáticas, en especial las derivadas del henoteísmo semita, imaginan un Dios esencialmente antropomórfico, aunque en el discurso más estilizado se procure disimular ese rasgo. La divinidad es, en esa concepción, un hombre gigantesco [sí, siempre un ser masculino], un rey que imparte justicia de manera objetiva premiando y castigando a los humanos según se ajusten a un conjunto de Leyes dadas por él.

Esa imagen de Dios es la que han rechazado invariablemente todos los pensadores y humanistas a lo largo de los siglos. ¿Cómo no hacerlo? Si Dios es así, entonces es un tirano cósmico, un autócrata inmoral con rasgos de psicópata. Tristemente, esa imaginación de Dios, ha producido una cultura humana moldeada a su imagen y semejanza. Como bien lo dijo Thomas Paine: “Creer en un dios cruel hace cruel al hombre.”

El teólogo y filósofo estadounidense W. John Murray escribió: “El dios en el que se nos han enseñado a creer es el antiguo dios tribal de los hebreos, un dios enojado, irascible y vengativo; un descomunal y enorme Hombre-Dios patriarcal, que vive en los cielos sentado en un trono y rodeado por ángeles tocando harpas y ofreciendo incienso. El cielo en el que se nos han enseñado a creer es el concepto oriental de un palacio supra-terrenal, con paredes de jaspe y ónice, en una magnificente ciudad con calles de oro. Dios ha sido concebido como un Gran Rey que habita con poder y majestad, muy lejos y por encima de nosotros, dispensando favores y castigos, tal como uno de los grandes monarcas terrenales del pasado, que con una mano hacía concesiones generosamente y que con la otra infligía castigos.”

Para una gran porción de la población mundial, Dios no es más que una convención. Se concibe a la divinidad como legitimadora y garante de los usos y costumbre sociales, se diviniza el conformismo. Es la aceptación formal de un dios lejano, remoto e inaccesible, cuyo interés en nuestra cotidianeidad se cuestiona profundamente, y cuya presencia no se entiende, salvo en un sentido intelectual.

La siguiente frase de la actriz inglesa Jane Seymour ilustra muy bien esa postura conformista y anodina: “Creo que hay una entidad espiritual que es más grande que nosotros. Yo no pertenezco a ninguna religión organizada específica. Siempre he creído, y creo, aún más ahora. Creo que alguien me escucha, y me da una vida muy bendecida.”

Desde el Renacimiento, cada vez más la tendencia ha sido hacia una concepción individual de lo numinoso. La reflexión subjetiva ha llevado a muchos al ateísmo, pero también ha sido la senda para entender lo sagrado a la luz de la vida que vive la humanidad. La concepción de Dios pasa a ser crítica, subjetiva y personal, se producen pugnas entre la relatividad de la vida cotidiana y lo absoluto del misterio de la vida en su totalidad, eso conduce a una toma de responsabilidad de las creencias, de los valores, y de la conducta personales, así como también a un entendimiento maduro de la dimensión sagrada de la realidad.

Voltaire lo expresó lacónicamente: “Si no existiera dios habría que inventarlo.”

Todas las anteriores formas de concebir a Dios son, de una forma u otra, proyecciones de la constitución psíquica y de la cultura que da forma a la vida individual y colectiva. En ese sentido, Dios no es más que un invento, un reflejo de los miedos, los deseos y los anhelos de la humanidad. Si eso entendemos por Dios, entonces no hay gran problema ni pérdida en abandonar tal idea. Pero se puede dar un paso hacia la superación de las paradojas y relativismos, y así trascender los símbolos heredados de la cultura de origen. Esa concepción de Dios como la dimensión profunda que fundamenta toda vida y existencia, permite avanzar hacia la conjunción con las personas y el Universo.

Paul Tillich, un pensador que ha catalizado el pensamiento teológico progresivo de los tiempos modernos, se refirió a Dios como el “Fundamento de nuestro mismo Ser”. En su obra Se estremecen los cimientos de la Tierra, él dice: “El nombre de esta infinita e inagotable profundidad y fundamento de todo ser es Dios. Esa profundidad es lo que la palabra Dios significa. Y si esa palabra no tiene mucho significado para ti, tradúcela y habla de las profundidades de tu vida, de la fuente de tu ser, de tu máxima inquietud, de lo que tú tomas seriamente sin reservas mentales. Quizás para poder hacerlo tengas que olvidar todo lo tradicional que has aprendido sobre Dios, a lo mejor la palabra misma. Porque si sabes que Dios significa profundidad, sabes mucho sobre Él. No puedes entonces considerarte ateo o incrédulo. Pus no puedes decir: ¡La vida no tiene profundidad! La vida es superficial. El ser mismo es sólo superficie. Si pudieras decir esto en completa seriedad serías un ateo; de otro modo no lo eres. El que sabe sobre profundidad sabe sobre Dios.”

Si entendemos a Dios como la Fuente y fundamento de toda la existencia, entonces entendemos lo divino como una característica universal, sin fronteras, sin límites, sin exclusiones. Dios trasciende las culturas y los credos. Una concepción de lo divino que vea el misterio sagrado en todo lo que es, será también un factor de proactividad comunitaria, y un semillero de ideas que rompan con lo establecido. Eso, a fin de cuentas, es la iluminación y la realización de la divinidad esencial.

El fundamento de todo lo que es no puede ser múltiple, sino que en su simplicidad y unicidad radica su misma universalidad. Puede haber diferencias en detalles superficiales, en accidentes fortuitos, pero no en la raíz de ser lo que se es. Lo que es, es. Por eso sostenemos que no hay más que un Dios. Dios es unidad, unicidad y universalidad del ser en profundidad.

Esta profundidad esencial, que con toda justicia y propiedad llamamos Dios, es el fundamento de toda Verdad, bajo las verdades fragmentarias de nuestras percepciones parciales del Universo; es el fundamento de toda Sustancia, bajo la multiplicidad caótica de los elementos; es el fundamento de toda Inteligencia, bajo las limitaciones de nuestro entendimiento finito; es el fundamento de toda Vida, bajo las variadas formas de su manifestación individual; es la Ley, que fundamenta todas las leyes del Universo; es la Voluntad, y la Fuente de todo Poder.

La infinita e ilimitada profundidad divina es Presencia, es Bien. En todo lo que vemos, y también en lo que no vemos, percibimos esta Presencia infinita e ilimitada, el Uno, que es la totalidad de la Verdad, la unicidad radical de todo lo que es. Cuando percibimos las cosas desde este punto de vista, llegamos a la conclusión de que Dios es Todo.

El Uno, la profundidad divina esencial, representa el fundamento de toda Verdad en el Universo. Una infinita, ilimitada y perfecta Ley crea y gobierna todo lo que se hace visible, manifestándose en la multiforme gama de existencias individuales. Tan sólo hay una Ley, el Uno, la Presencia de la profundidad del Ser. Percibimos, de esa forma, que no hay más que una sola Fuente, una Sustancia, una Mente y una Vida, como toda Inteligencia y Poder.

Esta infinita y eterna Inteligencia y Poder es la fuerza que rige el Universo, todo es lo que es en el Uno. Todas las cosas, grandes y pequeñas, son continuamente originadas, mantenidas y conservadas por esta Inteligencia Infinita. Las llamadas leyes naturales, son la manifestación individualizada de esta Ley fundamental que es Dios. Lo que es, es ahora, es presente y es Presencia.

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