lunes, 17 de agosto de 2015

Sal y luz

"Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea. Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo." Mateo 5. 13-16


Es bastante común la actitud de aceptar estas declaraciones vitales como verdaderas, admirar su belleza y, sin embargo, ignorarlos consistentemente en la vida cotidiana. Esa es una muy peligrosa actitud, porque significa que la sal ha perdido su sabor y no es buena para nada, salvo para ser arrojada y pisoteada en el camino.

En el capítulo cinco de Mateo se nos recuerdan dos de los más poderosos y significativos pronunciamientos de Jesús: "Ustedes son la sal de este mundo... ustedes son la luz de este mundo." Mateo 5:13-14)

Si nos proponemos firmemente poner en práctica las enseñanzas de Jesús en todas las áreas de nuestras vidas, si optamos por vivir despojados de egoísmo, orgullo, vanidades, hipocresía, envidias, resentimientos, condenación, y otras actitudes por el estilo; si con rectitud y buena voluntad consideramos a toda persona como dignas del amor divino, entonces seremos sal y luz de la tierra.

Si vivimos la vida cristiana de modo congruente, entonces no solamente veremos transformaciones radicales en nosotros mismos, sino también, en un sentido muy positivo, seremos una influencia transformadora, sanadora e iluminadora en nuestro ambiente circundante. Seremos una bendición para nuestra propia vida, la de nuestra comunidad y la del mundo entero. Aun desde nuestro pequeño lugar, seremos sal y luz del mundo, instrumentos de Dios para realizar su propósito de amor.


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