viernes, 3 de febrero de 2017

Oro, incienso y mirra

"Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra." Mateo 2.10-11

En casi todas las tradiciones del mundo, se relata con frecuencia que, al nacer un rey, los ángeles, las hadas u otros personajes prominentes venían a su presentación con regalos valiosos. Los magos de oriente también ofrecieron, según el relato evangélico, tres presentes a Jesús: oro, incienso y mirra. Esos dones no fueron elegidos al azar, sino que fueron seleccionados por lo que representa cada uno. El oro representa lo más valioso que poseemos, nuestra identidad como hijas e hijos de Dios. El incienso representa la forma más elevada de pensamiento, la oración. La mirra, desde tiempos inmemoriales usada como medicina, representa la salud del cuerpo. Si observamos bien, el oro, el incienso y la mirra son una representación de la plenitud humana en espíritu, alma y cuerpo.

¿Por qué esos dones representan la plenitud de las bendiciones humanas? Porque una persona dotada con estas tres cualidades, tendrá muy pocas dificultades para vivir la vida en plenitud. Todos nosotros conocemos casos de personas que tienen una excelente constitución física, pero no tienen ninguna elevación del alma. También casos de personas muy inteligentes que, sin embargo, son débiles espiritualmente. O el caso de gente muy espiritual, pero físicamente enfermas. En ninguno de los casos podríamos afirmar que viven su vida plenamente.

"Por eso les digo que todo lo que ustedes pidan en oración, crean que ya lo han conseguido, y lo recibirán." Marcos 11.24

Ahora bien,supongamos que somos nosotros quienes tienen falta de alguno de estos dones, ¿qué podemos hacer? Jesús afirma, sin sombra de dudas, que ninguna cosa buena por la cual nosotros oremos nos será negada. Si tenemos falta de alguno de estos dones, pidamos confiadamente al Padre, quien se complace en derramar de manera abundante sus bendiciones sobre sus hijas e hijos.

"Que Dios mismo, el Dios de paz, los haga a ustedes perfectamente santos, y les conserve todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sin defecto alguno, para la venida de nuestro Señor Jesucristo." 1 Tesalonicenses 5.23

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