viernes, 14 de agosto de 2020

Socorro divino

"En mi angustia, Señor, a ti clamé; a ti, mi Dios, pedí ayuda, y desde tu templo me escuchaste; ¡mis gemidos llegaron a tus oídos!" Salmos 18.6



Todos los seres humanos, independientemente de su raza, cultura, educación o religión, creemos que siempre tenemos la razón. Es nuestra naturaleza. Íntimamente, nunca consideramos la posibilidad de equivocarnos; y, si por obligación, reconocemos un error, lo relativizamos o culpamos a otra persona, principalmente a Dios. Nos quejamos, abiertamente o no, de que la vida no es justa, que Dios no ama o que su sabiduría no se manifiesta. Sin embargo, el Señor continúa preguntando: "¿Quién es éste que oscurece mi consejo con palabras sin conocimiento?"


Aunque en circunstancias normales podemos discutir con Dios mismo, todo cambia cuando nos damos cuenta de nuestra fragilidad y finitud. Cuando nuestro orgullo es humillado, cuando nuestra certeza se confunde, cuando nuestra fuerza es derrotada, cuando nuestro ego es aplastado, entonces clamamos por ayuda. Y Dios no nos abandona, no nos defrauda. "Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de fe que estamos proclamando: Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de los muertos, serás salvo".


La vida está llena de retos; algunos son motivadores y positivos, pero muchos otros son experiencias negativas y aterradoras. A menudo creemos que la fe es una virtud en sí misma, una decisión personal creada, fortalecida y sostenida por nuestra propia voluntad. Como Pedro, escuchamos la palabra de Jesús "ven" y sigue adelante. Pero pronto, el miedo, la duda y la desconfianza ganan nuestro corazón y nuestra mente, y nos hundimos ... Y clamamos: "Señor, sálvame". Jesús, lleno de amor y compasión, que se entregó por nosotros, extendiendo su mano poderosa y tierna, dándonos su paz y salvación.


No hay comentarios:

Publicar un comentario