viernes, 9 de julio de 2021

Imagen vivida y vida compartida

Los sacramentos son, tal vez, la expresión más clara del modo paradójico en que las Escrituras comunican la verdad para que la misma pueda ser totalmente aprehendida. Todo punto de vista es solamente la vista de un punto, por eso necesitamos considerar la verdad desde diversos ángulos para poder captarla en su plenitud. Los sacramentos, en su austera sencillez, comunican el profundo misterio de la gracia. Los elementos más comunes de la naturaleza son signo y vehículo de las grandezas del Espíritu. La palabra, en los sacramentos, se hace imagen vivida, y por medio de ellos, vida compartida.

“Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Mateo 28.19

“Mientras comían, Jesús tomó el pan y lo bendijo; luego lo partió y se lo dio, al tiempo que decía: «Tomen, esto es mi cuerpo.» Después tomó la copa, y luego de dar gracias, se la dio, y todos bebieron de ella. Les dijo entonces: «Esto es mi sangre del pacto, que por muchos es derramada.” Marcos 14.22-24

Aunque el uso a través del tiempo ha conferido variados significados a la palabra sacramento, la definición más sobria y ajustada a las Escrituras es la de un signo o símbolo material ligado al mandato e institución de la palabra de Dios.

Leyendo los textos bíblicos que registran la institución de los sacramentos notamos que no son opciones sino mandatos positivos. Los signos son específicos, las palabras son definidas y las acciones son imperativas. Sin lugar a dudas los sacramentos tienen un carácter obligatorio y un estatuto legal. En toda regla, los sacramentos, como ordenanzas que son, deben ser catalogados como pertenecientes a la Ley.

No obstante, los sacramentos instituidos por Cristo no son meros símbolos o señales de reconocimiento mutuo entre los cristianos, sino que son testimonios fieles y medios eficaces de la gracia de Dios; por medio de ellos Dios obra en nosotros, y no solamente excita nuestra fe en él, sino que también la fortalece y la confirma. Junto con la institución y el mandato, los sacramentos vienen acompañados de una promesa.

Al considerar esto último, la promesa y la acción de Dios en los sacramentos, entendemos que, además del aspecto formal y legal que los constituyen, poseen un carácter completamente evangélico, por medio del cual Dios nos otorga mediante la fe en Jesucristo su gracia, su favor y sus dones. La nueva vida en Cristo nos es dada para ser luz en medio de las tinieblas de un mundo injusto. En el pan partido, Cristo nos hace testigos de justicia y generosidad, huéspedes y anfitriones del banquete fraternal.




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