viernes, 22 de octubre de 2021

¡Bendeciré al Señor con toda mi alma!

"¡Cuán grande eres, Señor y Dios mío! Te has vestido de gloria y esplendor; te has envuelto en un manto de luz. ¡Tú extendiste el cielo como un velo! ¡Tú afirmaste sobre el agua los pilares de tu casa, allá en lo alto! Conviertes las nubes en tu carro; ¡viajas sobre las alas del viento! Los vientos son tus mensajeros, y las llamas de fuego tus servidores." Salmos 104.1-4

"¡Bendeciré al Señor con toda mi alma! ¡Cuán grande eres, Señor y Dios mío! Te has vestido de gloria y esplendor!" La mayoría de nosotros ha aprendido que Dios es majestuosamente trascendente y que nada en este mundo es digno de Él. Para percibir la presencia y las bendiciones del Señor, debemos rechazar el mundo y elevar nuestro corazón a los cielos etéreos, donde un día disfrutaremos de un gozo glorioso... Esta forma de pensar y sentir puede ser buena para los misterios gnósticos, pero es totalmente ajena al cristianismo.

Sin duda, Dios es glorioso, majestuoso y soberano. Pero manifiesta su gloria, su amor y su bondad en la belleza de toda su creación. Además de la omnipotencia, la creación manifiesta otro atributo divino al que rara vez prestamos atención; la omnisciencia o sabiduría divina. "¡Cuántas cosas has hecho, Señor! Todas las hiciste con sabiduría". La bella creación también expresa su omnipresencia en la sustancia de todo lo que vemos: "¡la tierra está llena de todo lo que has creado!"


No, amar y servir a Dios no tiene nada que ver con alejarse de este mundo o rechazar la creación. Se trata, más bien, de todo lo contrario. Creer en Dios y amarlo significa amar y cuidar todo lo que él creó “y vio que era muy bueno”. La genuina espiritualidad cristiana se fundamenta en la vida, el ministerio y el ejemplo de Jesús, quien dio por sentado ser uno de nosotros, vivir y cuidar la tierra y servir a toda la creación con bondad y justicia, especialmente a aquellos que son despreciados y marginados.

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