viernes, 8 de octubre de 2021

Tu amor, Señor, está siempre delante de mí

"En ti, Señor, confío firmemente; examíname, ¡ponme a prueba!, ¡pon a prueba mis pensamientos y mis sentimientos más profundos!" Salmos 26.1-2

Quién más quién menos, todos estamos escandalizados por las injusticias que nos rodean. Sin embargo, si somos sinceros, sólo nos conmueven si nos afectan directamente. Oramos y clamamos a Dios por justicia, a menudo ignorando u ocultando que nosotros mismos somos responsables de acciones y estructuras injustas. Nos cuesta reconocer que la injusticia del mundo es, en mayor o menor grado, una proyección de nuestra propia injusticia. Sin el menor asomo de vergüenza, solemos pensar y decir: "Lavadas ya mis manos y limpias de pecado,quiero, Señor, acercarme a tu altar".


Es muy humano querer justificarnos. Nuestro estándar de santidad e integridad es el pecado de los demás y no la perfección de Dios. Es por eso que caemos fácilmente en la trampa de la justicia propia. Dentro de nuestro pequeño corazón fariseo vive la fantasía de que cumplimos la ley de Dios y somos moral y espiritualmente mejores que el resto de la humanidad. Sin el menor asomo de vergüenza, solemos pensar y decir: "Jamás conviví con los mentirosos ni me junté con los hipócritas. Odio las reuniones de los malvados; ¡jamás conviví con los perversos!"


Dios no nos dejó a oscuras ni a tientas. Filósofos, políticos y religiosos no son la respuesta, El Señor "nos habló por medio del Hijo, a quien hizo heredero de todas las cosas y por quien hizo el universo". Ciertamente, Dios está preocupado por nuestra conducta moral, especialmente cuando se trata de nuestras relaciones con otras personas. El Señor no está interesado en reglas abstractas e inhumanas, sino que nos exhorta a amarnos los unos a los otros sin restricciones ni imposiciones. El Padre bueno nos dio a su Hijo para recordarnos que somos, en él, hijos e hijas amados, acogidos y llamados a jugar en la alegría de la reconciliación. Esa es la justicia de Dios: amor incondicional manifestado. Sin ninguna vergüenza, sí podemos decir: Cristo es mi justicia, y soy libre para amar como él ama.




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