viernes, 13 de febrero de 2015

La llave

Cuando empezamos a tomar consciencia de la dimensión divina del ser humano, surgen innumerables barreras y confusiones, las más común es aquella de decir: “no necesito a Dios, porque yo soy Dios.” Eso es un craso error; no es que el ser humano sea Dios. Así como una gota de agua de mar no es el mar; pero contiene en sí misma todo lo que forma y contiene el mar, en un grado infinitesimal; y, para una partícula, esa gota es el mar.


Cualquier cosa que en su experiencia de vida se manifiesta contraria a la Ley y a la Armonía Perfecta se debe a una creencia errada alojada en su subconsciente y que, por reflejo, está siendo emitida hacia afuera y atrayendo su equivalente en el exterior. No tiene nada que ver con el íntimo espiritual. Este es siempre perfecto. Sus condiciones y su situación son perfectas. Siempre debemos tener presentes los atributos del Íntimo Espiritual, para poder identificar aquello que se opone a su manifestación y declarar sin temor (de forma audible o mentalmente): “no lo acepto”. Dígalo con firmeza pero sin forzar, tranquilamente, pero con convicción, sin gritar, sin violencia, sin un movimiento, sin brusquedad.

Después de haber dicho “no lo acepto”, recuerde y afirme que su Espíritu es perfecto; que sus condiciones son perfectas. Luego dirá (de forma audible o mentalmente): “Declaro que la verdad sobre este asunto es” (armonía, amor, inteligencia, justicia, abundancia, vida, opulencia, etc.) cualquiera que sea lo opuesto a la condición negativa que se esté manifestando en este momento. Y terminará diciendo: “Gracias Padre porque me has escuchado”. Este simple procedimiento constituye una fórmula científica de oración. Cada palabra que se pronuncia es un decreto que se manifiesta en el exterior – de esto trataremos en otra exposición. La oración científica le hará apto, tarde o temprano, para salir usted mismo o para sacar a otros de cualquiera dificultad existente sobre la faz de la tierra. Es la llave de de la plenitud y la realización.

"Antes de que todo comenzara ya existía aquel que es la Palabra. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Cuando Dios creó todas las cosas, allí estaba la Palabra. Todo fue creado por la Palabra, y sin la Palabra nada se hizo. De la Palabra nace la vida, y la Palabra, que es la vida, es también nuestra luz. La luz alumbra en la oscuridad, ¡y nada puede destruirla!" Juan 1.1-5

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