Razas, lenguas, naciones y sectas
claman cada una por fidelidad,
entrega y sacrificios que no merecen.
Nos distraemos con fantasías, pero
el Espíritu es uno, y el cuerpo también.
Una misma familia que, del Padre,
tiene un solo y único Nombre.
El dueño de Casa nos recibe a todos
como hijos e hijas por igual.
En su presencia no hay dolor.
Uno en todos, y todos Uno.
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