martes, 18 de octubre de 2016

El décimo Mandamiento

"No codicies la casa de tu prójimo: no codicies su mujer, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca." Éxodo 20.17

La codicia afecta profundamente la condición espiritual. Aunque nunca lleguemos a tomar algo que no nos pertenezca, codiciarlo debilita y, finalmente, pudre el alma. Codiciar algo significa una ignorancia fundamental de los principios divinos, y esa ignorancia nos aparta de Dios. "¿Por qué?", podemos preguntarnos. Es que, cualquier cosa que tengamos o nos falte, refleja nuestra percepción y manifiesta nuestra fe. Si ignoramos esto, no hay salvación posible.


Este mandato es muy detallado. Menciona no codiciar la casa, ni la esposa, ni el siervo, ni la sierva, ni el ganado, ni nada que pertenezca a nuestro prójimo. El deseo impropio a lo que no nos pertenece, los pensamientos codiciosos y avaros, son causa de los mayores males que sufrimos como individuos y como sociedad. Moisés nos alerta contra esta fuente de perturbaciones.

"Hagan, pues, morir todo lo que hay de terrenal en ustedes: que nadie cometa inmoralidades sexuales, ni haga cosas impuras, ni siga sus pasiones y malos deseos, ni se deje llevar por la avaricia (que es una forma de idolatría)." Colosenses 3.5

Dios es el creador, sustentador y proveedor de todo cuanto existe. Sin importar qué sea lo que estemos necesitando, o pensemos que estamos necesitando, podemos estar seguros que Dios lo posee en abundancia. La codicia es una de las peores formas de falta de fe. La providencia de Dios es infinita y envidiar a alguien porque posee algo que nosotros no, es negar nuestra propia comunión con Dios.

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