viernes, 9 de octubre de 2015

Recuperar el valor

"O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una de ellas, no enciende una lámpara y barre la casa buscando con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que había perdido.” Les digo que así también hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se convierte." Lucas 15.8-10

Depósito de todas las impurezas, menospreciada, de menos valor que el ganado; así veían los fariseos a la mujer, no Jesús. Hábilmente él introduce esta parábola estableciendo un paralelismo obvio con la anterior: “¿qué hombre… o qué mujer?” No hay para Jesús ninguna diferencia de dignidad, de habilidad o de valor entre hombres y mujeres. Y como aquel que busca lo que se había perdido, Jesús se identifica, en este corto relato, ¡con la mujer!

No se puede decir que diez dracmas (algo así como el salario de diez días) fuese una gran fortuna. Pero sí era una significativa suma en medio de la pobreza de la provinciana Galilea. Lo que sí sorprende es que esa suma estuviese en posesión de una mujer. No importa si el dinero lo había ganado ella, o fuese provisto por el marido; perder el valor de un día completo de trabajo con toda seguridad la afectaba ¿cuánto más debe afectar a Dios ver perdida a la humanidad que creó para ser su reflejo?

En la parábola anterior (Lucas 15.4-7) Jesús compara a los pecadores con la oveja perdida, en ésta lo hace con una dracma. El precio corriente de una oveja era una dracma. Él se está refiriendo a los mismos sujetos. Y, ¡cuánto vale la pena buscarlos con diligencia!


Esa mujer hacendosa, dándose cuenta del extravío, enciende una luz, solamente la luz permite ver. Después barrió la casa y buscó con diligencia hasta encontrar su dracma. Del mismo modo Jesús encendió su luz, limpió el camino y nos buscó con amor incansable (cf. Jn 1.5, 8.12, 12.35; He 10.19; Jn 12.32). Es increíble que aquellos de quienes se esperaría mayor sensibilidad hacia la manifestación de la gracia sean, por el contrario, sus mayores opositores.

Vivimos en una época en que se hace sentir de la forma más cruel la pérdida del propio valor por parte de la humanidad. Aunque se exalta la libertad, el consumo y el placer, se percibe un vacío tremendo en la vida de gran parte de nuestros semejantes. Los métodos llamados de auto-ayuda no hacen más que maquillar un poco las heridas que, tarde o temprano, supuran. Únicamente siendo encontrados por Dios es que podemos reencontrar nuestro verdadero valor.

Y el encuentro produce alegría. Una alegría que debe compartirse. La felicidad es real cuando puede extenderse a todos los que nos rodean. La moneda hallada recuperó su valor y utilidad, en la simplicidad de la fiesta se conmemora y se hace comunión. Una fiesta que se comparte con los ángeles de Dios, porque un pecador que se arrepiente es alguien que también ha recuperado su valor y su auténtica utilidad para Dios, para sí mismo y para todos los que comparten su vida.

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