martes, 9 de febrero de 2016

Somos descendientes de Dios

"Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso alguno de ustedes sería capaz de darle a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿O de darle una culebra cuando le pide un pescado? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan!" Mateo 7.7-11


Jesús enseñó, sin ambigüedades, la verdad fundamental de la paternidad de Dios. Consecuentemente, si Dios es nuestro Padre, nosotros somos sus hijas e hijos. En el pasaje citado, el Maestro dice, de forma clara, que la relación real de Dios y el ser humano es de padre e hijo, como también lo expresó el apóstol Pablo: "Somos descendientes de Dios". Es imposible exagerar la importancia y el gran alcance que esta verdad tiene para la vida espiritual.

"Jesús les dijo: —En la ley de ustedes está escrito: “Yo dije que ustedes son dioses.” Sabemos que lo que la Escritura dice, no se puede negar; y Dios llamó dioses a aquellas personas a quienes dirigió su mensaje." Juan 10.34-35

Por definición, los descendientes heredan la misma naturaleza y especie que el progenitor. Esto quiere decir que, si Dios y el ser humano son realmente padre e hijo, la humanidad es esencialmente divina y capaz de evolucionar hasta manifestar plenamente la divinidad. De ese modo, a medida que nuestra verdadera naturaleza se manifieste, nuestra conciencia espiritual se expandirá hasta trascender todos los límites de la imaginación humana. Esa es nuestra naturaleza y  nuestra gloriosa herencia, así lo afirmó Jesús citando las Escrituras.

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