jueves, 15 de septiembre de 2016

El primer Mandamiento

"Yo soy Yavé, tu Dios, el que te sacó de Egipto, país de la esclavitud. No tendrás otros dioses fuera de mí." Exodo 20.2-3

Moisés vivió en Egipto hace más de tres mil años, fue profeta, caudillo y legislador de Israel; llamado por Dios, él guió a su pueblo para salir de Egipto, país en que eran esclavos, y a través del desierto rumbo a la Tierra Prometida. Esos son hechos históricos, datos documentales. Pero Moisés, su persona y sus actos, tipifica algunas de nuestras facultades espirituales y los estados de nuestro caminar con Dios.

Ya en el desierto, el pueblo llega al pie del monte Sinaí. La montaña es un símbolo de la elevación del alma, de la oración. La Escritura nos dice que a la mayoría del pueblo le estaba vedado acercarse ni, mucho menos, subir al Monte Sinaí, pero esto no quiere decir que las personas no fueran lo suficientemente buenas para subir. Lo que significa es que, si deseamos subir al monte de la Alianza, si queremos acercarnos a Dios y elevar nuestra mente y nuestro corazón en su presencia, debemos prepararnos por medio de la oración. Para subir a la montaña tenemos que convertirnos espiritualmente en sacerdotes, como Aarón, y debemos purificarnos de nuestras faltas y debilidades, no por nuestra propia fuerza, sino por la gracia del Señor. De lo contrario no podremos elevar nuestro corazón, nuestra alma y nuestra conciencia a la luz de la presencia gloriosa de Dios.

Somos uno con Dios, la separación es una ilusión y en eso consiste el pecado. Moisés recibió esta revelación en la montaña, y la vivió como experincia sagrada. Después de recibir esa revelación, él bajo del Sinaía trayendo las leyes de vida para comunicarlas al pueblo, comenzando por el primero y más importante mandamiento.

El primer mandamiento comienza con la declaración solemne: "Yo soy Yavé, tu Dios". Esta afirmación derrumba de una vez el orgullo humano que, en todos los aspectos de la vida, quiere imponer la regla del "primero yo". Si bien esa actitud es muy naturalmente nuestra, aunque queramos maquillarla bajo un velo de humildad fingida, nos aleja de vivir la misma revelación que Moisés tuvo: no hay separación, Dios y yo somos uno. 

Después de proclamar la unicidad, el poder y la soberanía de Dios, el primer mandamiento continúa: "no tendrás otros dioses fuera de mí". O sea, no debemos permitir que las ilusiones del ego dirijan nuestros pensamientos, palabras y acciones. Cuando se presente, sencillamente las observaremos con calma y en silencio, y luego las desecharemos. En la quietud de la presencia sagrada, Dios es Dios.

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas." Marcos 12.30

1 comentario:

  1. Que interesante artículo! Sobre todo el concepto del pecado como una ilusión. Vivir perdidos en el presente sin caer en la cuenta de que somos uno con Dios. Tambien con los otros y con la creación!

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