martes, 15 de agosto de 2017

Heme aquí, envíame a mí

"Yo no puedo hacer nada por mi propia cuenta. Juzgo según el Padre me ordena, y mi juicio es justo, pues no trato de hacer mi voluntad sino la voluntad del Padre, que me ha enviado." Juan 5.30

A todos los creyentes nos gusta pensar que hacemos la voluntad de Dios, que nos conducimos fielmente y que nuestra vida entera está consagrada al servicio del Altísimo. Sin embargo, con frecuencia nos damos cuenta que, en el fondo, aún queremos que se haga nuestra voluntad, nuestro deseo. ¿Cómo, entonces, podemos tener una vida realmente consagrada?


El secreto de la vida consagrada no es la actividad, sino la confianza. Nuestra consagración consiste en estar listos en todo momento para que se haga la voluntad de Dios; cuando aceptamos con gusto lo que es, y acogemos el presente como una manifestación de la voluntad divina. Podemos saber que nuestra vida está consagrada a Dios cuando dejamos los resultados en sus manos y sencillamente permanecemos en su amor.

"A mí me agrada hacer tu voluntad, Dios mío; ¡llevo tu enseñanza en el corazón!" Salmos 40.8

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