viernes, 25 de agosto de 2017

La perspicuidad de la Escritura

Las Escrituras bíblicas son un hito fundamental de la formación cultural de occidente. Esa misma característica les concede ventaja y desventaja a la hora de encarar su mensaje, sus historias y sus principios. El intrincado enlace entre cultura (como construcción social) y Biblia hace muy difícil dilucidar qué pertenece apropiadamente a cada una. Es común encontrarnos con valores propios de la cultura en que vivimos "santificados" por medio de maquillarlos con frases sacadas de las Escrituras Sagradas - la mayor parte de las veces de forma artificiosa.
 

Todos los posibles matices que nuestras construcciones socio-culturales le han inyectado al texto bíblico se explican principalmente a partir de una misteriosa "iluminación" que sería necesaria para el entendimiento de los textos sagrados. Por ello, cada vez que surgen divergencias en cuanto a los supuestos misterios bíblicos, los bandos que se forman se acusan mutuamente de no estar iluminados por la sabiduría celestial y por esa causa carecer del entendimiento correcto de la Biblia.
 
Según quienes sostienen la necesidad de esta misteriosa iluminación, las Escritura son de difícil comprensión y por esa razón únicamente podemos acceder a su entendimiento mediante la labor de intérpretes autorizados e infalibles. Cierto es que los textos de la Biblia ofrecen algunas dificultades que provienen de su antigüedad, de su lenguaje y del contexto cultural en que surgieron. También es cierto que no todos los textos bíblicos son igualmente accesibles. No obstante, las enseñanzas fundamentales son en extremo sencillas; y es por medio de ellas que podemos entender las más difíciles.

"La explicación de tus palabras ilumina, instruye a la gente sencilla." Salmos 119.130

Sin negar que en la Biblia hay misterios muy profundos para el entendimiento humano, también podemos afirmar que las Escrituras son claras y accesibles. El conocimiento necesario para la salvación, aunque no esté igualmente claro en cada página de la Biblia, nos es comunicado por medio de ella en forma clara, sencilla y completa, de tal manera que cualquier persona que esté buscando sinceramente la salvación, puede obtener por sí misma ese conocimiento sin depender de la Iglesia o del sacerdocio. 

La propia Biblia deshace los pretendidos argumentos de los defensores de un magisterio eclesiástico mediador entre la Biblia y el creyente. Los textos en general se presentan como revelación (descubrimento) de Dios, por tanto no son una velación (encubrimiento). El texto, como todo texto, dice lo que dice (considerando su género, su forma, su estilo y su propósito)... sin misterios ocultos. La Escritura es por sí misma perspicua (clara). La diferencia entre el creyente y el incrédulo no es de entendimiento (ambos entienden lo mismo a partir de las palabras), sino de fe.
 
Por ejemplo, tomemos el relato de la resurrección. En resumen declara que un cuerpo muerto vuelve a la vida. Quien lee eso, entiende eso; el creyente lo cree, el incrédulo, no. Así de simple. En su obra La Servidumbre de la Voluntad, Martín Lutero afirmaba: «El hecho de que muchas cosas sean abstrusas para muchos, se debe no a la oscuridad de las Escrituras, sino a la ceguedad o desidia de esa gente misma que no se quiere molestar en ver la clarísima verdad.»
 
"Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios." Romanos 10.17

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