martes, 26 de septiembre de 2017

La Suficiencia de las Escrituras

"El Señor protege a los que en él confían; todas sus promesas son dignas de confianza. No añadas nada a lo que él diga; de lo contrario, te puede reprender y te hará quedar como mentiroso." Proverbios 30.5-6

La doctrina de la suficiencia de las Escrituras es uno de los principios básicos de la fe cristiana, y el fundamento de sus doctrinas y prácticas. Afirmar que las Escrituras son suficientes, significa creer, confesar y enseñar que la Biblia contiene todo lo necesario para "enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud".


Si bien formalmente todos los evangélicos y protestantes afirman que las Escrituras son su única norma de fe y prácticas, lo cierto es que no todos son congruentes con tal afirmación. Esto no es algo nuevo, ya en los albores de la Reforma ni Roma ni los entusiastas consideraban la Biblia como revelación suficiente de Dios. El romanismo sostenía que a las Escrituras se les debía acrecentar la tradición eclesiástica y ambas ser explicadas por el magisterio eclesiástico. Ya los entusiastas afirmaban, como muchos hoy en día, que gozaban de una inspiración directa del Espíritu Santo y por ello no estaban más "atados a la letra"

El romanismo, que no es exclusivo del catolicismo romano, sostiene que las Escrituras no son suficientes en sí mismas y que requieren de un magisterio autorizado que les confiera autoridad. Ese magisterio, aunque recurre a las Escrituras también, echa mano de los decretos de los concilios, de las declaraciones de los Papas y de las palabras y costumbres de la liturgia. En contra de esta posición, los reformadores afirmaron la perfección o suficiencia de la Escritura. Toda postura que afirme que las Escrituras no son suficientes, y que se requiere una interpretación magisterial, no es más que romanismo.

Los entusiastas, por su parte, son aquellos que sin llegar a negar por completo las Escrituras, la hacen depender de la experiencia directa del Espíritu. Esa experiencia directa, aunque recurre a las Escrituras también, en realidad se fundamenta en sentimientos y una supuesta necesidad de revelación particular. En contra de esta posición, los reformadores afirmaron que el Espíritu jamás actúa independientemente de la palabra externa. Toda postura que afirme que las Escrituras no son suficientes, y que se requiere una confirmación o experiencia interior, no es más que entusiasmo.

"Porque la Escritura dice: «Todo hombre es como hierba, y su grandeza es como la flor de la hierba. La hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre.» Y esta palabra es el evangelio que se les ha anunciado a ustedes." 1 Pedro 1.24-25

Las Escrituras son suficientes para la predicación, edificación y consolación, y para suplir las necesidades espirituales de los individuos y de la iglesia. Por ello debemos negar, denunciar y oponernos a cualquiera que desee poner a la par de las Escrituras otra revelación o palabra de Dios que no ha sido escrita y a la que se le conceda una autoridad igual o superior a las Escrituras que sabemos, con certeza, reveladas por Dios. Como dijera el Reformador Martín Lutero: «Ruego y exhorto con lealtad a todos los cristianos que no se apuren, que no se escandalicen por las palabras e historias tan simples que se contienen en la Biblia, ni desconfíen de ella por este motivo. Aunque a nuestro modo de ver se trata siempre de algo necio y simple, sin embargo ahí está palpitante la pura palabra, la obra, historia y relación de la majestad, poder y sabiduría del Dios altísimo. Porque es éste un libro que entontece a los sabios y cuerdos, y sólo se deja comprender por los sencillos y mentecatos, como dice Jesucristo en Mateo [11.25]. Por lo tanto, prescinde de tu petulancia y de tu engreimiento, y considera a este libro como el más sublime de todos, el más noble reconfortante, como el más rico, insondable e inagotable de los filones. Dentro de él podrás encontrar la divina sabiduría: esa sabiduría que en la Biblia muestra Dios tan llana y sencillamente, que rebaja y avergüenza a los sabios encumbrados.»

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