martes, 12 de diciembre de 2017

Con paciencia esperé en el Señor

"Puse mi esperanza en el Señor, y él se inclinó para escuchar mis gritos." Salmos 40.1

Si nos hemos volcado a la oración contemplativa es porque, además del impulso de la gracia, confiamos en que permanecer en la presencia divina nos transformará. No hay dudas que esto es así, y lo tomamos en serio. Pero muchas veces la transformación que esperamos es, en el fondo, egoísta: queremos paz, armonía y sosiego. Cuando después de un tiempo nos damos cuenta que Dios sigue sus propios caminos, viene la decepción y las ganas de abandonar.


Ciertamente, centrarnos en la presencia de Dios y permanecer en su amor tendrá efectos benéficos para nosotros, no obstante la transformación que el Señor realiza es mucho más profunda. Decepcionarnos y abandonar, por el hecho de que no se cumplan nuestros deseos caprichosos, es necedad.

Si bien Dios actúa soberanamente y puede transformarnos en un abrir y cerrar de ojos, normalmente lleva tiempo sanar los efectos de vivir centrados en el ego. Por ejemplo, ahora que el verano se acerca, nadie esperaría estar listo para la playa siguiendo una dieta mágica que prometa adelgazamiento de la noche a la mañana. Debemos poner nuestra confianza y esperanza en Dios, y esperar pacientemente en Él, sin dar importancia a los aparentes resultados o falta de ellos.

"Me buscarán y me encontrarán, porque me buscarán de todo corazón." Jeremías 29.13

La legítima motivación para emprender el camino de la oración de íntima comunión con el Señor es que Él nos llama a esta intimidad de su presencia, porque esa es la vocación fundamental de nuestra vida: vivir para la gloria de Dios y gozar eternamente, ya ahora, de su amorosa presencia. La transformación vendrá invariablemente; nadie permanece igual ante la presencia de Dios. Pero esos cambios son sólo efectos de lo que es esencial, encontrarnos con Dios en el íntimo santuario del corazón.

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