lunes, 24 de noviembre de 2014

La ofrenda

Una cierta mentalidad de obligación comercial, o de corporativismo, ha quitado el carácter espiritual de la ofrenda para convertirla en una contribución social o, peor aún, en el honorario por un servicio recibido. Es claro que se maquilla esa actitud bajo una máscara de piedad, pero los efectos prácticos dan testimonio inequívoco de tal situación.



La Biblia siempre ha identificado la ofrenda como parte integrante de la adoración. No es el pago por algo recibido, sino una señal de gratitud y comunión. Por eso se rige por ciertos principios que marcan y preservan su carácter espiritual: Dios sólo acepta las ofrendas de los santos; la ofrenda es una señal de fiesta y gratuidad; ofrendar no es parte de un trato comercial con el Señor, no existe algo como la “bolsa de valores” de Dios.

Cada uno debe dar según crea que deba hacerlo. No tenemos que dar con tristeza ni por obligación. ¡Dios ama al que da con alegría! 2 Corintios 9.7
 
Así como el acto de ofrendar, cuando se origina en una sana espiritualidad, es una forma de adoración espiritual, el uso de esas ofrendas debe dirigirse a los fines que los ofertantes tienen al dedicar sus dádivas a propósitos religiosos: el sustento del culto, la edificación de la comunidad y la generosidad compasiva.

“Para ti, la mejor ofrenda es la humildad. Tú, mi Dios, no desprecias a quien con sinceridad se humilla y se arrepiente.” Salmos 51.17

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