martes, 9 de diciembre de 2014

Paz en las relaciones comunitarias

Ámense unos a otros como hermanos, y respétense siempre. Romanos 12.10


El mensaje que recibimos constantemente, por diversos medios, es que no existe nadie más importante que nosotros mismos.  La palabras más oída en cualquier idiomas es: “yo, yo, yo”… La inclinación al egoísmo y la crítica generan la mayor parte de los conflictos entre las personas, las familias y las naciones.

Dios nos invita a confiar en Él en todos los momentos y en todas las circunstancias, y a seguirlo en el camino de la paz. Ese camino va en la contramano de la senda que el mundo sigue y considera normal. Pero la meta del camino de Dios es Dios mismo, y su fruto es paz con Él, con nosotros mismos y con todos los que nos rodean.

La humanidad toda es, en esencia, una misma y única familia. No se trata de una postura filosófica, o de un discurso meloso para agradar. Es la plena verdad, derivada de la obra de Dios en la Creación. Dios verdaderamente es el creador de todos nosotros, podemos aceptarlo o rechazarlo, pero el hecho no cambia. Partiendo de ese hecho fundamental, nuestra perspectiva hacia el prójimo debería ser moldeada por el amor de Dios.

Podemos afirmar, con la Escritura, que el amor es el vínculo perfecto. Infelizmente, nuestra cultura desconoce el verdadero amor, y los torpes sustitutos que se ofrecen en su lugar no pueden nunca saciar el anhelo del corazón humano, solamente Dios puede infundirnos el verdadero amor, porque Dios es amor.  El amor auténtico se entrega a todos, libremente, sin importar el sacrificio, ni las consecuencias, es naturalmente arriesgado. El amor auténtico no tiene medida, se da.

A fin de cuentas, las buenas relaciones se resumen en el mandamiento del Señor: “Amar al prójimo como a sí mismo.” Pero, ¿qué significa eso? Significa pensar bien de los hermanos y las hermanas, y también de aquellos que no lo son. Significa expresarnos con buenas palabras hacia ellos y sobre ellos. Significa realizar buenas acciones para con todos.

Pablo les dijo a los atenienses que “de un solo hombre, Dios hizo a toda la humanidad”, eso quiere decir que sólo existe una familia, un único linaje humano. Dios es, muy verdaderamente, el hacedor de todos y cada uno de nosotros. Por creación, nosotros todos somos hermanos y hermanas. En esa verdad, en vivirla, podemos encontrar el más grande amor, la raíz de la paz.

Aléjense del mal y hagan lo bueno, y procuren vivir siempre en paz. Salmos 34.14

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