"Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios." Mateo 5.9
Disfrutar de la paz que Dios nos da es maravilloso. La paz de Dios es justicia, alegría, salud y armonía. ¡Qué fuente inagotable de regocijo!
Pero
Dios no desea que guardemos su paz en un rincón de nuestras vidas, sino
que la extendamos hasta los confines de la tierra, para que su carácter
de amor y bondad sea conocido por todos al ver la vida y la actividad
de sus hijos e hijas.
Es común que nos sintamos apabullados por la expresión "trabajar por la paz", suena inalcanzable, utópico, titánico y lejos del alcance de nuestra limitada humanidad. Pero no es así, ser transformados en pacificadores y pacificadoras es una obra de la gracia de Dios. Significa principalmente vivir en paz. Es pensar, hablar y actuar pacíficamente para con todos y todas.
La paz del Señor nos hace felices.
Solamente en su paz encontramos la paz... Sobre todo porque ese es el
propósito de Dios. Pero también porque nos trae alegría, serenidad y
confianza, que nos llenan el corazón y rebosan en el compartir.
Cuando
trabajamos por la paz, Dios nos llama sus hijos e hijas. Él se
identifica con los que contruyen la paz. El Señor bendice nuestro
testimonio de paz y nuestra tarea de pacificadores. Y, en su amor de Padre, se alegra con nosotros.
Dios creó este mundo, y nos creó a nosotros todos y todas, para que su gloria se manifestase en plenitud. Esa plenitud es lo que expresa la palabra hebrea Shalom, paz.
El propósito del Señor continúa siendo el mismo, por eso Él quiere que nosotros, sus hijos e hijas, vivamos y proclamemos su paz a todo el universo.
"Apártate del mal, y haz el bien; busca la paz, y síguela." Salmos 34.14
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