viernes, 11 de diciembre de 2015

Hijos del diablo

La existencia de un archienemigo de Dios, un ser horrendo que se opone fieramente a los planes del Señor, ha sido la salvaguarda de los religiosos de todas las tendencias para desligarse de la responsabilidad de sus actos y decisiones. Si algo va mal en el mundo, el diablo tiene la culpa. ¿Hay un desastre natural? El diablo lo provocó. Y si las personas se levantan en oposición, se les llama “hijos del diablo”.


Jesús, durante su ministerio terrenal, tuvo serios enfrentamientos con las autoridades religiosas del judaísmo. Los líderes israelitas veían en el humilde Rabí de Galilea una seria amenaza a sus preciadas instituciones. En una de esas tantas confrontaciones, Jesús les llamó sin medias palabras “hijos de vuestro padre el diablo”. ¿Se refería Jesús a que esos dirigentes religiosos estuviesen poseídos por un ser sobrenatural que los empujaba a oponérsele? La respuesta es un rotundo no.

“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. […] Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer.” Juan 8.39, 45.

Vemos en el desarrollo del diálogo que Jesús contrapone las “obras de Abraham” y los “deseo del diablo”, éstos son antagónicos e irreconciliables. Los judíos decían ser hijos de Abraham, pero se oponían a las obras del patriarca; en vez de eso querían hacer, poner por obra, los deseos del diablo.

Para dilucidar esa expresión, primero debemos aclarar qué se opone a las “obras de Abraham” que los mismos judíos tendrían que haber realizado para ser sus hijos.

Las obras de Abraham

De acuerdo al relato bíblico, Abram nació en Ur de los Caldeos (Génesis 11.28, 31), en Mesopotamia, en la desembocadura del río Éufrates, aproximadamente en el siglo XV a.C. Falleció en Hebrón y fue sepultado junto a su mujer en el campo que había adquirido de un hitita (Génesis 23.1-20).

La Biblia nos informa que Taré (Génesis 11.26) era de la décima generación descendiente de Noé, a través de Sem (1Crónicas 1.24-27), y sus hijos fueron Abram, Nacor y Harán. Este último, cuyo hijo fue Lot, murió en su ciudad natal, Ur y Abraham se casó con Sara, que además de ser su media hermana era estéril. Taré, el padre de Abraham, con sus hijos supervivientes y sus familias, marcharon entonces hacia Canaán, pero se asentaron en Jarán.

Tras la muerte de Taré, según relata el Génesis capítulo 12, cuando Abram tenía setenta y cinco años de edad, Jehová le ordenó salir de su tierra y que fuera «a la tierra que yo te mostraré», donde Abram se convertirá en Abraham, el padre un gran pueblo. De manera que Abraham emigró desde Jarán con Sarai y Lot y sus seguidores y rebaños, y viajaron hasta Canaán, donde, en el encinar de Siquem, Jehová le dio tierra a él y sus descendientes. En aquel lugar Abraham construyó un altar al Señor y siguió viajando hacia el sur hacía el desierto de Neguev (límite con Egipto).

Este hombre, un hombre común como cualquier otro nómada de su región, fue llamado por Dios. ¿Por qué Abram? Por ninguna razón especial, simplemente porque Dios quiso. Los designios del Señor son su propia razón. Jehová llamó a Abram porque así lo decidió, y Abram creyó a Aquel que le llamaba.

Fue la fe de Abraham lo que le permitió acceder a la plenitud de la promesa. Él creyó, aunque no hubiese ninguna razón externa que lo llevase a confiar. Contra toda esperanza él creyó y confió, esa fue su obra perfecta y su justificación.

“Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.” Génesis 15.6

“Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.” Romanos 4.3

Las “obras de Abraham”, entonces, eran la fe y la confianza personal en Dios y sus promesas. Esto era lo que los líderes judíos que se enfrentaban a Jesús no hacían, ni querían hacer. Ellos se gloriaban en ser descendencia de Abraham según la carne, sin embargo negaban la eficacia del llamamiento y la fe del patriarca.

Los deseos del diablo

En contraposición a la justicia de Abraham, nos encontramos con que los líderes religiosos judíos fueron acusados de querer hacer “los deseos de vuestro padre el diablo”. Esos “deseos”, nos ilustra la Escritura son producir muerte, engaño y destrucción. Veamos, por las Escrituras qué era aquello que los judíos querían realizar y produciría esos efectos tan devastadores.

“Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.” Éxodo 19.3-6

“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.” 1 Corintios 15.55, 56

Como podemos ver el contraste entre las obras de Abraham, la fe y la confianza, y las obras del diablo, identificado con la guarda de la Ley. Los judíos religiosos deseaban justificarse ante Dios por las obras de la Ley, invalidando de esa manera la promesa. Esa justicia propia los apartaba [diaballw = separar, acusar] más y más de la voluntad del Señor.

Concluímos, pues, que la expresión “hijos del diablo” hace referencia a aquellas personas sujetas al ministerio de muerte representado por la Ley. Aquellos que, al contrario del justo Abraham, no creen en las promesas de Dios, sino buscan establecer su propia justicia.

“Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios.” Gálatas 2.19

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