viernes, 18 de marzo de 2016

Vidas fructíferas

"Cuídense de esos mentirosos que pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Ustedes los pueden reconocer por sus acciones, pues no se cosechan uvas de los espinos ni higos de los cardos. Así, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo. El árbol bueno no puede dar fruto malo, ni el árbol malo dar fruto bueno. Todo árbol que no da buen fruto, se corta y se echa al fuego. De modo que ustedes los reconocerán por sus acciones." Mateo 7.15-20

Todos nosotros estaríamos en un serio aprieto si para discernir la verdad espiritual estuviéramos a merced de nuestros propios parámetros. Jesús nos enseña una forma universalmente aplicable para probar la validez de la verdad religiosa y espiritual. Es tan sencillo que la mayoría de nosotros la pasa por alto. Se trata simplemente de preguntar: ¿Qué hace la verdad en nuestras vidas? La verdad fructifica en amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Si la verdad no se manifiesta como bien, no es verdad. 


Jesús no se está refiriendo a cualidades de conducta moral, sino a un auténtico cambio espiritual. En arameo, la lengua de Jesús, bueno significa básicamente "maduro", y malo "inmaduro".  Un árbol no puede ser moralmente bueno ni malo, sino maduro o inmaduro. El dicho ofrece un ejemplo de la naturaleza. Antes que legislar sobre una forma exterior de bondad, instruye sobre el tiempo y el lugar, las personas y las circunstancias, la salud y la enfermedad. Si de verdad queremos conocer nuestro estado espiritual, observemos nuestro entorno, comenzando por nosotros mismos. No puede haber nada en el interior, que no se manifieste tarde o temprano en lo externo, ni puede haber nada en el exterior que no corresponda con algo del interior.


"No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno." Lucas 6.43

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