martes, 9 de agosto de 2016

Hacia la libertad

"Sácame de mi prisión para que pueda yo alabarte. Los hombres honrados me rodearán cuando me hayas tratado bien." Salmos 142.7

Existe una ejemplar fábula medieval: un cierto viajero fue apresado por un príncipe al pasar por su comarca, y echado a una mazmorra bajo la vigilancia de un cruel carcelero. La reja del calabozo se cerró con un golpe seco. Allí permaneció el desdichado, en la oscura mazmorra, por veinte años. Cada día la reja se abría con un  estridente sonido metálico; sin mediar palabra, se introducía pan y agua; y el oscuro portón enrejado se cerraba de nuevo. Pasados veinte años, el prisionero decidió que había llegado la hora de morir, pero le horrorizaba la idea de cometer suicidio. Entonces, pensó, al siguiente día cuando el guardia viniera, él lo atacaría y el carcelero lo mataría. Como preparación el condenado pensó que debía examinar la reja, así lo hizo, y al tirar del cerrojo y, para su sorpresa, la puerta se abrió sin resistencia. Se dio cuenta que no había cerradura. Caminó temeroso por el oscuro corredor y subió los peldaños de la escalera. Al llegar a la explanada, vio dos centinelas que no hicieron ningún esfuerzo por detenerlo. Atravesó el amplio patio. Había una guarnición armada a los lados del pórtico principal, pero no le prestaron atención y salió... era un hombre libre. llegó a su hogar sin ser molestado ni detenido por el camino. Había sido un cautivo por veinte años; no de muros de piedra y reja de hierro, sino de una falsa creencia. El sólo había pensado que estaba encerrado.

Escribió el poeta y místico Angelus Silesius: "Aprisióname con el rigor que quieras en mil hierros, que estaré por entero libre y sin cadenas."

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