martes, 30 de agosto de 2016

Cuatro advertencias - Miguel de Molinos

GUÍA ESPIRITUAL
Miguel de Molinos (1627 - 1697)
PREFACIO

ADVERTENCIA I
De dos modos se puede ir a Dios:  el primero
por contemplación y discurso;
el segundo, por pura fe y meditación.

Dos modos hay de ir a Dios: uno por consideración y discurso, y otro por la fe pura, un conocimiento indistinto, general y confuso. El primero se llama contemplación, el segundo recogimiento o meditación adquirida; el primero es de principiantes, el segundo de avanzados; el primero es sensible y material, el segundo es más desnudo, puro e interior.

Cuando el alma está ya habituada a discurrir en los misterios, con la ayuda de la imaginación y usando imágenes corporales, siendo traída de criatura en criatura, y de conocimiento en conocimiento (teniendo mucho menos de lo que se desea), y de éstos al Creador. Entonces Dios suele coger a esa alma de la mano (si es que no la ha llamado desde el principio y la introduce sin discurso por el camino de la pura fe), y haciendo que deje atrás el entendimiento de todas las consideraciones y discursos, la adelanta y saca de aquel estado sensible y material, y hace que debajo de un conocimiento de fe simple y oscuro, aspire sólo con las alas del amor a su Esposo, sin que para amarle tenga ya necesidad de persuasiones e informaciones del entendimiento, porque de ese modo sería muy costoso su amor, muy dependiente de las criaturas, muy a gotas, y esas caídas a pausas, despacio.

Cuando menos dependiere de criaturas y más estribare sólo en Dios y su enseñanza secreta, mediante la fe pura, más firme, durable y fuerte será el amor. Después que ya el alma ha adquirido el conocimiento que le pueden dar todas las meditaciones e imágenes corporales de las criaturas, si ya el Señor la saca de ese estado, privándola del discurso, dejándola en la oscuridad divina para que camine por el camino derecho y fe pura, déjese guiar y no quiera recibir amor con la escasez y la cortedad que ellas le informan, sino suponga que es nada cuanto todo el mundo y los más delicados conceptos de los entendimientos más sabios la puedan decir, y que la bondad y hermosura de su Amado excede infinitamente a todo su saber, persuadiéndose que todas las criaturas son muy toscas para informarle y traerle al verdadero conocimiento de su Dios.

Debe, pues, pasar adelante con su amor, dejándose atrás su entender. Ame a Dios como es en sí, ámelo sin conocerlo debajo de los velos oscuros de la fe, de la manera que un hijo que nunca ha visto a su padre, por lo que de él le han informado, a quien da todo crédito, le ama como si ya le hubiera visto.

El alma, a quien se le ha quitado el discurso, debe no violentarse ni buscar por fuerza más conocimiento o conocimiento más particular, sino sin yugos ni consuelos de noticias sensibles, con pobreza de espíritu y vacío de todo lo que su apetito natural le pide; estar quieta, firme y constante, dejando obrar al Señor aunque se vea sola, seca y llena de tinieblas; que si bien pareciera ociosidad, es sólo de su actividad sensible y material, no de la de Dios, el cual está obrando en la ciencia verdadera. Finalmente, cuanto más se eleva el espíritu, tanto más se separa de lo sensible. Muchas son las almas que han llegado y llegan a esta puerta; pero pocas las que han pasado y pasan, por falta de guía experimentada: y las que tienen y han tenido, no se sujetan con verdadero y total rendimiento.

Algunos dirán que la voluntad no amará, sino que estará ociosa, si el entendimiento no entiende distinta y claramente; porque es asentado principio que no se debe amar sino lo que se conoce. A esto se responde que, aunque el entendimiento no conoce distintamente por discurso, imágenes y consideraciones, entiende y conoce por la fe oscura, general y confusa, cuyo conocimiento, aunque tan oscuro, indistinto y general, como es sobrenatural, es más claro y más perfecto conocimiento de Dios que cualquier noticia sensible y la que en esta vida se pueda formar, porque toda imagen corporal y sensible dista de Dios infinitamente.

Más perfectamente -dice San Dionisio- conocemos a Dios por negaciones que por afirmaciones. Más altamente sentimos de Dios, conociendo que es incomprensible, y sobre todo nuestro entender, que concibiéndole debajo de alguna imagen y hermosura creada, que entendiéndole a nuestro modo tosco. (Mística Theólog. Capitulo I p, 2) Luego más estima y amor se engendra de este modo confuso, obscuro y negativo, que de cualquiera sensible y distinto; porque aquél es más propio de Dios y desnudo de criaturas, y este, por el contrario, cuanto más depende de criaturas, tanto menos tiene de Dios.



ADVERTENCIA II
En qué se diferencia la contemplación de la meditación.

Dice San Juan Damasceno (De Pide, Lib. 111, Capitulo 24) y otros santos, que la oración es una subida o levantamiento del entendimiento hasta Dios. Dios es superior a todas las criaturas, y no puede el alma mirarle y tratar con él sino levantándose sobre todas ellas. Este amigable trato que el alma tiene con Dios, que es la oración, se divide en contemplación y meditación.

Cuando el entendimiento considera los misterios de nuestra santa fe con atención para conocer sus verdades, discurriendo sus particularidades y ponderando sus circunstancias para mover los afectos en la voluntad, este discurso y piadoso afecto se llama propiamente contemplación.

Cuando ya el alma conoce la verdad (ya sea por el hábito que ha adquirido con los discursos, o porque el Señor le ha dado particular luz) y tiene los ojos del entendimiento en la sobredicha verdad, mirándola sencillamente, con quietud, sosiego y silencio, sin tener necesidad de consideraciones ni de discursos, ni otras pruebas para convencerse, y la voluntad está amando, admirándose y gozándose en ella; ésta se llama propiamente oración de fe, de quietud, recogimiento interior o meditación.

Lo cual dice Santo Tomás y todos los místicos nuestros que es una vista sencilla, suave y quieta de la eterna verdad, sin discurso ni reflexión. (22 q. 180, art. 3. et., 4). Pero si se alegra o mira los afectos de Dios en las criaturas, y entre ellas en la Humanidad de Cristo como más perfecta de todas, ésta no es perfecta meditación, según prueba Santo Tomás, pues todas ellas son medios para conocer a Dios cómo es en sí; y aunque la Humanidad de Cristo Nuestro Señor es el medio más santo y más perfecto para ir a Dios, y el supremo instrumento de nuestra salvación, y el canal por donde recibimos todo el bien que esperamos; con todo esto la humanidad no es el sumo bien, el cual consiste en ver a Dios; pero Jesucristo Nuestro Señor es más por su divinidad que por su humanidad; así él piensa y mira siempre a Dios -como la divinidad está unida a la humanidad-, siempre mira y piensa en Jesucristo Nuestro Señor; mayormente la persona contemplativa, en quien la fe es más sencilla, pura y ejercitada.

Siempre que se alcanza el fin, cesan los medios, y llegando al puerto, la navegación. Así el alma, si después de haberse fatigado por medio de la contemplación llega a la quietud, sosiego y reposo de la meditación, debe entonces suprimir los discursos y reposar quieta, con una atención amorosa y sencilla vista de Dios, mirándole y amándole, desechando con suavidad todas las imaginaciones que se le ofrecen, aquietando el entendimiento en aquella divina presencia, recogiendo la memoria, fijándola toda en Dios, contentándose con el conocimiento general y confuso que de él tiene por la fe, aplicando toda la voluntad en amarle donde estriba todo el fruto.

Dice San Dionisio: en cuanto a tí, querido Timoteo, aplicándote seriamente a las especulaciones místicas, deja los sentimientos y las operaciones del entendimiento; todos los objetos sensibles e inteligibles y universalmente todas las cosas que son y las que no son, y en una manera conocida e inefable, en cuanto al hombre es posible; levántate a la unión de Aquél que es sobre toda la naturaleza y conocimiento. (Mística Theol.). Hasta aquí el santo.

Luego importa dejar todo el ser criado, todo lo que es sensible, todo lo que es inteligible, afectivo; y finalmente todo aquello que es y lo que no es para arrojarse en el amoroso seno de Dios, que él nos volverá todo lo que habemos dejado, acompañado de fortaleza y eficacia para amarle más ardientemente, cuyo amor nos mantendrá dentro de este santo y bienaventurado silencio que vale más que todos los actos juntos. Dice Santo Tomás: es muy poco lo que el entendimiento puede alcanzar de Dios en esta vida; pero es mucho lo que la voluntad puede amar.

Cuando el alma llega a este estado, debe recogerse dentro de sí misma en su puro y hondo centro, donde está la imagen de Dios; allí está la atención amorosa, el silencio, el olvido de todas las cosas, la aplicación de la voluntad con perfecta resignación, escuchando y tratando con él tan a solas, como si en todo el mundo no hubiese más que los dos.

Con justa razón dicen los santos que la contemplación obra con trabajo y con fruto; la meditación sin trabajo, con sosiego, paz, deleite y mucho mayor fruto. La contemplación siembra y la meditación recoge; la contemplación busca y la meditación halla; la contemplación rumia el manjar, la meditación le gusta y se sustenta con él.

Todo lo dijo el místico Bernardo sobre aquellas palabras del Salvador: Buscad y hallaréis, golpead y se os abrirá. La lectura pone ante la boca alimento solido, la contemplación lo desmenuza, la oración proporciona su sabor, la meditación es la dulzura misma, que alegra y restablece. Con esto se declara qué son la contemplación y la meditación y la diferencia que hay entre las dos.


ADVERTENCIA III
En qué se diferencia la meditación adquirida
y activa de la infusa y pasiva, y se ponen
las señales por donde se conocerá cuándo quiere
Dios pasar al alma de la contemplación a la meditación.

Hay también dos maneras de meditación: una imperfecta, activa y adquirida; otra infusa y pasiva. La activa, de la cual se ha hablado hasta ahora es aquella que se pueda alcanzar con nuestra diligencia, ayudados de la divina gracia, recogiendo las potencias y sentidos, preparándonos para todo lo que Dios quisiere; así lo dicen Royas (Vita Spir.), y Arnaya (Confessio).

San Bernardo nos encomienda esta meditación activa, hablando sobre aquellas palabras: "Oiré qué dice Dios en mí". (Salmo 84). Y dice: María eligió la mejor parte, aunque quizá el humilde trato de Marta no sea el menor mérito ante Dios, sin embargo, en cuanto a la elección, María es alabada, porque aquella parte ha de ser absolutamente elegida; sin embargo, esta parte, si nos es impuesta, ha de ser tolerada pacientemente.

También Santo Tomás nos encomienda esta meditación adquirida con las siguientes palabras: Cuanto más une a Dios su alma el hombre o la de otro prójimo, tanto más agradable a Dios es el sacrificio; por tanto, es más agradable a Dios que uno aplique su alma o la de otros a la meditación que a la acción. Palabras verdaderamente claras para cerrar la boca a los que condenan la meditación adquirida.

Cuanto más el hombre se acerque a Dios o procure llegar su alma y la de otros, tanto es mayor y más acepto el sacrificio para Dios; de donde se infiere -concluye el mismo santo-, que será en el hombre para Dios más agradable y acepta la aplicación de su alma y de las otras a la meditación, que a la acción. No se puede decir que hable así el santo de la meditación infusa, porque no está en mano del hombre aplicarse a la meditación infusa, sino a la adquirida.

Aunque se dice que podemos nosotros introducirnos a la contemplación, adquirida con la ayuda de Dios Nuestro Señor, con todo eso, nadie de su motivo se ha de atrever a pasar del estado de la contemplación a éste sin consejo del experimentado director, el cual conocerá con claridad si es el alma llamada del Señor a este camino interior o, en falta del director, lo conocerá la misma alma por algún libro que trate de estas materias, enviado de la Divina Providencia para descubrir lo que sin conocer experimentaba dentro de su interior. Pero aunque se asegurara por la luz del libro a dejar la contemplación por la quietud de la meditación, siempre le quedará un ardiente deseo de ser más perfectamente instruida.

Y para que lo sea en este punto, quiero darle las señales por donde conocerá esta vocación a la meditación: la primera y principal es no poder contemplar, y si contemplar, es con notable inquietud y fatiga, mientras no provenga de la indisposición del cuerpo, ni desazón del natural, ni de humor melancólico, ni sequedad nacida de la falta de preparación.

Se debe de saber que no es ninguna de estas faltas, sino vocación verdadera cuando se le pasa un día, un mes y muchos meses sin poder discurrir en la oración. Llévala el Señor al alma por la meditación, -dice la santa madre Teresa,- y queda el entendimiento muy inhabilitado para meditar en la Pasión de Cristo, que como la contemplación es todo buscar a Dios, como una vez se halla, y queda acostumbrada el alma, por obra de la voluntad a volverle a buscar, no quiere cansarse con el entendimiento. Hasta aquí la santa. (Morada VI, Capitulo 7).

La segunda señal es que aunque le falte la devoción sensible, busca la soledad y huye la conversación. La tercera, que la lección de los libros espirituales le suele dar fastidio, porque no le hablan de la suavidad interior, que está dentro de su interior, sin que lo conozca. La cuarta, que si bien está privada del discurso, con todo eso se halla con propósito firme de perseverar en la oración. La quinta, reconocerá un conocimiento grande y confusión de sí misma, aborreciendo la culpa y haciendo de Dios más alta estima.

La otra meditación es perfecta e infusa, en la cual -como dice Santa Teresa- habla Dios al hombre suspendiéndole y atajándole el pensamiento y tomándole (como dicen) la palabra de la boca, que, aunque quiera, no puede hablar, si no es con mucha pena. Entiende que sin ruido de palabras, le está enseñando el Divino Maestro, suspendiéndole las potencias, porque entonces antes dañarían que aprovecharían, si obrasen. Gozan sin entender cómo gozan. Está el alma abrazándose de amor y no entiende cómo ama; conoce que goza de lo que ama y no sabe cómo lo goza; bien entiende que no es gozo que alcanza el entendimiento a desearlo; abrázale la voluntad sin entender cómo; mas no pudiendo entender algo, ve que no es este bien que se puede merecer con todos los trabajos, que se pasan juntos, por ganarle en la tierra. Ese don del Señor de ella y del cielo que, en fin, da como quien es y quien quiere y como quiere. En lo cual Su Divina Majestad es el que todo lo hace, que es obra suya sobre nuestra naturaleza. Todo es de la santa madre. (“Camino de perfección”, Capitulo XXV). Por donde se infiere que esta meditación perfecta es infusa, la cual da el Señor gratuitamente a quien quiere.


ADVERTENCIA IV
Asunto de este libro que es desarraigar
la rebeldía de nuestra propia voluntad
para alcanzar la paz interior.

El camino de la paz interior es ajustarnos en todo con lo que la divina voluntad dispone. En todo debemos someter nuestra voluntad a la voluntad divina; pues esto es la paz en nuestra voluntad: que sea en todo conforme a la voluntad divina. (Hugo Cardinalis en Salmo 13). Los que en todo quieren que suceda y se haga conforme a su gusto, no han llegado a conocer este camino (No conocieron el camino de la paz. Salmo 13) ni quieren andar por él; y así viven una vida amarga y desabrida, siempre inquietos y alterados sin encontrar el camino de la paz, que es el de la conformidad total con la voluntad divina.

Esta conformidad es el yugo suave que nos introduce en la región de la paz y serenidad interior. Por donde conoceremos que la rebeldía de nuestra voluntad es la causa principal de nuestra inquietud, y que por no sujetarnos al yugo suave de la voluntad divina, padecemos turbaciones y desasosiegos. ¡Oh, almas! Si rindiésemos nuestra voluntad a la divina y a todas sus disposiciones, ¡qué tranquilidad experimentaríamos!  ¡Qué paz! ¡Qué serenidad interior!  ¡Que suma felicidad y ferviente bienaventuranza! Este, pues, ha de ser el asunto de este libro; quiera el Señor darme su divina luz para descubrir las sendas secretas de este camino interior y suma felicidad de la perfecta paz. 

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