viernes, 26 de agosto de 2016

Sin distinciones

Millones de rayos no restan
brillo a la unicidad del sol.
Millones de nombres propios
no ocultan la identidad común.

Ya no importa venir de una u otra
sangre, color, lengua, raza o tribu.
Ya no importa ser esclavo o libre, 
hombre o mujer; ángel o humano.

Porque todos somos hijos en el Hijo. 
Todos estamos en él, sin distinción. 
Y, siendo incontables, somos uno.  

El mismo Padre de todos nos da 
un único nombre eterno y glorioso,
y la participación en su herencia.

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