brillo a la unicidad del sol.
Millones de nombres propios
no ocultan la identidad común.
Ya no importa venir de una u otra
sangre, color, lengua, raza o tribu.
Ya no importa ser esclavo o libre,
hombre o mujer; ángel o humano.
Porque todos somos hijos en el Hijo.
Todos estamos en él, sin distinción.
Y, siendo incontables, somos uno.
El mismo Padre de todos nos da
un único nombre eterno y glorioso,
y la participación en su herencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario