viernes, 17 de marzo de 2017

Conocer la Verdad, no inventarla

"En tu palabra se resume la verdad; eternos y justos son todos tus decretos." Salmos 119.160

No escapa a ninguno de nosotros que vivimos en un ambiente de extremo relativismo. Cada quien puede erigir sus opiniones, o incluso sus ensoñaciones, en verdad completa, sin necesidad de someterlas a la prueba de la experiencia. Es imperativo, si no queremos caer en la absoluta locura, recordar que la Verdad es cierta porque es cierta, y no porque nosotros la hagamos cierta. La oración y la meditación sobre la Verdad nos permiten afirmarnos sobre un sólido cimiento.

No significa esto que la oración vaya a cambiar las cosas por nosotros, sino que transforma nuestra percepción de acuerdo con la Verdad. La Verdad en sí, por cuanto es verdad, no cambia. Como dijera el reformador Martín Lutero: «La oración no es para cambiar los planes de Dios. Es para confiar y descansar en Su soberana voluntad.»

"Y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres." Juan 8.32


Es necesario enfatizar que la Verdad es veraz por su propia naturaleza, independientemente de que a nosotros nos parezca así o no. Si pudiésemos vivir de acuerdo con ella en cada fase de nuestra vida, sería maravilloso, pero la Verdad no sería más cierta por esa causa. La Verdad no deja de ser verdad por el hecho de que nadie la conozca ni la practique, ni el error deja de ser error por el hecho de que la mayoría lo considere correcto.

La Verdad divina es perfecta, eterna e inmutable, y creerlo así, aunque al inicio haya dificultades, es la única forma de alejarse del error y la confusión del relativismo. Oremos a quien es la Verdad en sí mismo, y meditemos en la revelación de esa Verdad para adquirir sabiduría.

"Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará; pues Dios da a todos sin limitación y sin hacer reproche alguno." Santiago 1.5

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