martes, 28 de marzo de 2017

El Padre y yo somos uno

Vivimos en un mundo agitado y caótico que, inevitablemente, va minando nuestro equilibrio físico, mental y espiritual. El ritmo acelerado de la vida contemporánea hace cada vez más difícil conservar la paz. La tensión constante produce frustración y, frecuentemente, afecta la salud. Jesús, durante su ministerio, también enfrentó numerosas tensiones. Cansancio, hambre, tentaciones, rechazo e incomprensión. Finalmente, fue acusado injustamente, insultado y condenado a la muerte en una cruz. ¿De dónde obtenía Jesús fortaleza y serenidad? 

"El Padre y yo somos uno solo." Juan 10.30

Jesús tenía plena consciencia de quién era. Confiaba en el Padre, y en la misión divina que se le había encomendado. No tenía dudas de su llamamiento como Profeta, Sacerdote, Rey e instrumento de la gracia de Dios. Estaba en el mundo, sin ser parte de él. Centrado en la presencia de Dios, él pudo lidiar con todas las tensiones sin perder jamás la fe ni la paz interior. 

Habiendo dado el ejemplo, también nosotros somos llamados a vivir en el mundo sin dejarnos enredar por él. Jesús vivió constantemente en una conciencia de pura armonía con el Espíritu, en unidad con Dios, obteniendo de allí la fuerza para estar en paz y cumplir su misión. Practicando diariamente la presencia de Dios, nosotros también podemos experimentar "paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender".

"Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo." Juan 16.33

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