viernes, 6 de enero de 2017

Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra...


Las Escrituras comienzan con una declaración sencilla y, a la vez, enfática: "En el principio, Dios creó los cielos y la tierra." Si captamos la profundidad de esta afirmación, aprenderemos una lección fundamental, ya que el despliegue de todo el bien, de toda la plenitud y de todo el propósito del universo se apoyan sobre el sólido cimiento que dice: "en el principio Dios".

Desde tiempos inmemoriales la humanidad se ha preguntado incesantemente ¿quién es Dios?, ¿cuál es su naturaleza?, ¿cuáles son sus atributos?, ¿cómo actúa? Las respuestas han sido de lo más disímiles y han provocado confusiones, altercados y guerras.

Al llamarlo Padre muchos pensarán automáticamente en un ser inevitablemente masculino, sentado sobre un trono brillante, observando al mundo y manejando “desde arriba” los hilos de nuestro destino. Pero no es ese el significado. Al llamar a Dios "Padre", estamos reconociéndole como el principio, el origen de todo lo que existe. Bien podría llamarse "Madre", y de hecho así lo hacen muchos textos bíblicos, manteniendo no obstante el mismo significado.

Todo lo que existe, existe porque Dios es. Es posible que la palabra Dios sea incómoda para algunos, no importa, podemos decir Espíritu, Vida, Luz, Amor, Sustancia, Principio, Infinito o Mente Universal, ya que cualquier nombre es inadecuado, limitado e imperfecto para abarcar la profundidad del gran Misterio. 

Tal vez erramos la pregunta y, en lugar de indagar quién es Dios, deberíamos preguntarnos ¿dónde es Dios? En el primer verso de la Biblia podemos notar tres elementos; Dios, el principio, y el Universo. Esos tres elementos están bien diferenciados y, al mismo tiempo, son inseparables. Dios es el gran contexto en el cual se despliegan el tiempo y el espacio... el resto de la Biblia trata de esa expansión hasta el punto de llegar a los nuevos cielos y la nueva tierra en los cuales el tiempo y el espacio ya no son, porque Dios es "todo en todos".

Cuando Jesús dijo "Dios es Espíritu", no estaba dando una definición, sino afirmando que Dios es indefinible. Así como el viento (spiritus) Dios sopla donde quiere, y, como la luz del sol, ilumina a todos sin distinción. Llamamos Dios al gran contexto en el cual se manifiesta toda la creación, el espacio y el tiempo. En esa misteriosa Presencia vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser. Entonces, Dios es el único poder, todo bien, siempre presente, todo amor y sabiduría.

Si Dios es como el viento, invisible, indefinible e imprevisible, ¿cómo podemos conocerle? No vemos el viento, pero percibimos su acción; no tocamos el sol, pero sus rayos iluminan y dan calor; no controlamos la lluvia, pero su llegada nos nutre y refresca. Jesús le llamó Padre, el origen de todo. Fuera de establecer una relación exclusiva con Dios, Jesús estaba afirmando que todo lo que es, es por Dios, en Dios y con Dios, sin exclusiones.

"Felipe le dijo: —Señor, muéstranos al Padre y quedaremos conformes. Jesús respondió: —Felipe, ¿he estado con ustedes todo este tiempo, y todavía no sabes quién soy? ¡Los que me han visto a mí han visto al Padre! Entonces, ¿cómo me pides que les muestre al Padre?" Juan 14.8-9

¿Qué es Dios, quién es el Padre? Dios es el contexto en cual se produce el encuentro, ese espacio vacío en que los rostros se miran uno a otro, es la atmósfera donde las palabras y los silencios se encuentran. "Nadie ha visto jamás a Dios"; Jesús, magistralmente, nos enseña que el Padre sólo se nos muestra en el rostro de otro ser humano, en la inmensidad y misterio del Universo, en la sonrisa y en el llanto, en el encuentro.

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