lunes, 15 de septiembre de 2014

Despertando el poder interior

Intuitivamente todos los seres humanos tenemos la percepción de un poder infinito que da origen, sentido y dirección a la existencia. Podemos llamarlo por incontables nombres: Dios, Espíritu, Vida, Infinito. Pero, esa intuición se ve a menudo oscurecida por la duda, el temor o el simple desinterés. Lo asombroso es que, sin importar cuánto hallamos silencias la suave voz del espíritu, siempre está presente y accesible.
¿Dónde? ¿En qué lugar se encuentra esa fuente infinita de poder, de vida, de paz y de alegría? La respuesta es simple: este poder está en lo más íntimo de nuestro propio ser, en el último lugar en que la mayoría de la gente lo buscaría. Dentro de nuestro propio espíritu reside la fuente de energía ilimitada e inagotable, la presencia de Dios. Para que este poder llene nuestra vida con sus dones, solamente necesitamos reconocer conscientemente su presencia. Este poder que todos tenemos dentro, la luz interior, se menciona en las Escrituras con la imagen de un niño. El descubrimiento consciente de este poder dentro nuestro, y la determinación de hacer uso de él representa el nacimiento del niño:

“Nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo: a ese niño se le ha dado el poder de gobernar; y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios invencible, Padre eterno, Príncipe de paz.” Isaías 9.6

Esta es una maravillosa imagen de lo que sucede cuando la idea espiritual, el niño, nace al alma consciente de su filiación divina. Maestro Eckhart, un místico alemán del siglo XIV, dijo: «El Padre engendra a su Hijo en el conocimiento eterno, y exactamente de la misma manera el Padre engendra a su Hijo en el alma como en su propia naturaleza y lo engendra para que pertenezca al alma, y su ser depende de que —gústele o no— engendre a su Hijo en el alma.» Antes de que la luz interior, el Cristo interno, brille en la vida, nuestra condición no puede ser otra que la oscuridad moral o física, el valle de sombras de la muerte, muerte de la vitalidad, de la alegría y de la esperanza. Sin embargo, al alumbrar ese niño divino que todos tenemos dentro, todo se transforma, y así como el profeta exultamos en un cántico de gozo por la liberación:

“Aunque tu gente viva en la oscuridad, verá gran luz. Una luz alumbrará a los que vivan en las tinieblas.” Isaías 9.2


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